Foto: Fourandsixty, CC BY-SA 4.0, via Wikimedia Commons

“Los thrillers abren nuevas posibilidades a la política y la filosofía”. Entrevista a Viet Thanh Nguyen

Este año, el escritor estadounidense nacido en Vietnam publicó en español El idealista, su novela más reciente. En entrevista, habla sobre el colonialismo, la identidad y las dificultades de la integración.
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Julio de 1981 en Francia. El primer presidente socialista del país, Francois Mitterrand, ha cumplido apenas dos meses en el poder. La guerra entre Iraq e Irán lleva un año, la invasión soviética en Afganistán, dos. El mundo se recupera de la crisis petrolera del 79 luego de la Revolución islámica en Irán, y Ronald Reagan está en la Casa Blanca. Ese es el mundo que da trasfondo a El idealista (Seix Barral, 2022), la más reciente novela de Viet Thanh Nguyen, escritor naturalizado estadounidense nacido en 1971 en Vietnam.

Vo Danh (que literalmente significa “Sin Nombre”) deja su país, pasa un tiempo en un campo de refugiados en Indonesia, y llega a Francia el 18 de julio de 1981, cuatro días después del Día de la Bastilla. Avanza por las calles como una sombra, una silueta que da desconfianza a muchos franceses: Vo Danh es un refugiado.

En esa ciudad que le es hostil, Vo Danh entra, casi por inercia, al mundo de las drogas y todo lo que eso conlleva. Thanh Nguyen entiende el crimen de una forma inusual, parece casi disfrutarlo. Ve el crimen organizado como un nexo de unión entre las diversas comunidades integradas por inmigrantes argelinos descontentos, prostitutas camboyanas, y matones vietnamitas.

Ya en su anterior novela, El simpatizante, ganadora del premio Pulitzer de ficción, Thanh Nguyen muestra una mirada que sabe detenerse en los resquicios de las identidades en flujo, la multiplicidad que existe en un mundo cada vez más globalizado. Conversé con Thanh Nguyen durante el Festival Hay 2022 en Querétaro.

Tu novela explora el tráfico de drogas, sus causas y efectos en la sociedad. En el proceso de creación del protagonista y de su situación, ¿qué aprendiste sobre el problema social de la drogadicción, el narcotráfico y su relación con el capitalismo?

Creo que el tráfico y el consumo de drogas se consideran pecados en muchas sociedades. Los hemos catalogado como algo reprobable. Y esto tal vez sea especialmente cierto en Estados Unidos. Hay mucho moralismo involucrado, así como elementos políticos y económicos. Es como el sexo. Ocurre en todas partes, mucha más gente de lo que creemos lo hace, pero no queremos hablar de ello. Para mí, por tanto, se convierte en algo muy político. Las cosas que la sociedad quiere hacer pero de las que no quiere hablar son profundamente políticas.

Si pensamos en la historia del consumo de drogas, no es simplemente una cuestión de elección individual, sino que ha habido una parte de colonialismo y de conflicto. La razón por la que me gustan los thrillers –El idealista es de ese tipo– es porque son muy entretenidos, muy violentos. Abren nuevas posibilidades a la política y la filosofía, porque tenemos que preguntarnos: ¿cuál es el mayor crimen de todos? ¿Es peor crimen el del adolescente que te vende marihuana en una esquina, o el del capitalista colonialista que te ha quitado tu país, tu trabajo, tu dinero, y te explota? Eso es lo que simboliza para mí el tráfico de drogas. Permite a los poderosos ponerle la etiqueta de reprobable a ese chico de la esquina.

Francia financió su imperio en Indochina a través de la droga. Los mayores traficantes de drogas de la historia del mundo no son los adolescentes de la esquina: son estos estados colonizadores que han utilizado las drogas para financiar sus imperios. Eso es lo que se revela en El idealista. Se convierte en un tema global porque el protagonista está en Francia, se ve envuelto en un delito de drogas, pero en realidad se refiere a lo que hicieron los franceses en Vietnam. La CIA aparece en esta novela, y es que la CIA traficaba drogas en Laos durante la guerra de Vietnam, también en Centroamérica en los años 80, al mismo tiempo que se desarrolla esta novela. Quise establecer esta trama porque espero que mi tercera novela, la última de esta trilogía, comience en Centroamérica. En ella veremos la continuidad de estas drogas y lo que representan.

En la novela exploras a profundidad las identidades múltiples, potencialmente conflictivas. ¿Cómo resuelve una persona ese tipo de conflictos?

Como resultado de la colonización que ha ocurrido durante varios siglos, la situación que describes es mucho más común de lo que imaginamos. Esa mezcla ya existía. Es el flujo natural en el mundo, es la realidad humana.

Pero choca con la realidad política, que significa que tenemos naciones estado y fronteras. Esos estados se identifican con una etnia, con una apariencia o un aspecto. A pesar de que Estados Unidos, por ejemplo, es un país multicultural con todo tipo de poblaciones, se sigue presentando como blanco ante el mundo. No es la realidad y, sin embargo, es la realidad porque gente blanca es la que controla el poder.

La política de cada nación estado determina cómo esas diferencias de identidad que describes se convierten en situaciones donde se produce la violencia.

Porque las personas que viven en la misma zona normalmente podrían llevarse bien a pesar de todas sus diferencias. Pero entonces alguien llega y les dice: “Tú eres del grupo X, y aquellos son del grupo Y, tienes que odiarlos”. Eso es lo que provoca el conflicto. Para mí, es importante hablar de estos temas, porque mucha gente quiere definir las diferencias como una cuestión de cultura, que los conflictos son de esa naturaleza. Yo no estoy de acuerdo. Creo que los conflictos son geopolíticos y las diferencias culturales se convierten en los síntomas del conflicto. ¿Cómo resolvemos estas diferencias culturales? Resolviendo el conflicto geopolítico. Eso es mucho más difícil.

En Estados Unidos mucha gente que es contraria a las vacunas, a la inmigración, a la intervención del gobierno, dice que está siendo “cancelada” por activistas woke de la izquierda. ¿Es esto un proceso natural en una democracia? ¿Se puede lograr un equilibrio?

Creo que el debate sobre la cancelación versus el movimiento woke se ha convertido en algo binario: aquí está un lado, aquí está el otro, como si solo uno de ellos estuviera haciendo la cancelación y el otro fuera el “despierto”. Pero creo que estos son solo términos que la gente utiliza para estigmatizar al otro y también –esto es muy importante en la era actual de la polarización– para evitar que la gente piense en cómo sus propias creencias e ideologías padecen los mismos problemas.

Yo me identifico con la izquierda y pienso que debemos criticar a otras personas cuando son racistas, pero creo que a veces lo hacemos demasiado rápido. Eso es un fallo humano, no ideológico. Independientemente de la ideología en la que nos encuadremos, todos somos propensos a culpar al otro bando e ignorar lo que hace el nuestro. Eso es lo que intento mostrar en mis novelas.

Por supuesto que hay que elegir bandos, eso forma parte de la política. Pero como escritor me interesa no solo elegir bando, sino también criticar cuando alguno de ellos no está a la altura de sus ideales. Cuando un escritor hace eso, se pone tanto dentro como fuera de la política, y esa es una posición peligrosa. Porque es más fácil tomar un bando político e ignorar las complejidades y contradicciones que hay dentro de él.

Por eso con mis novelas recibo críticas de todos lados. Los estadounidenses dicen que soy antiamericano, los vietnamitas dicen que soy proamericano y anticomunista, y los refugiados vietnamitas-americanos dicen que soy comunista. Pero los comunistas vietnamitas no piensan lo mismo. Si dices la verdad sobre cada bando, lo que estás reconociendo es que cada uno tiene su propia ideología, sus aspectos positivos, sus debilidades y también sus fracasos. Pero nadie quiere oír eso sobre su propio bando.

¿Y eso es inevitable?

Sí. Creo que el debate en torno al movimiento woke sufre justamente de eso. Todo el mundo quiere acusar a los demás de cancelación, cuando la realidad es que cada bando quiere anular la ideología contraria. Por supuesto que los demócratas y la izquierda quieren cancelar el racismo y el sexismo, pero los republicanos quieren cancelar a los homosexuales, a los inmigrantes, etc.

Algunos críticos de los modelos económicos actuales han dicho que es más probable que la vida humana acabe en el planeta antes que el capitalismo.

Es una premisa muy interesante, una gran novela de ciencia ficción. Sí, creo que la vida humana puede convertirse en inteligencia artificial y puede subsistir después de nosotros con los mismos valores capitalistas de conquista, consumo y destrucción. De hecho, lo que he visto en las mejores ficciones científicas distópicas es que eso es exactamente lo que ocurre. La inteligencia artificial nos da miedo porque hace aflorar los peores aspectos del carácter humano. Nos aterra no porque sea diferente a nosotros, sino precisamente porque es como nosotros. Excepto que la inteligencia artificial es más poderosa y violenta que nosotros. Creo que es una posibilidad real. El mayor logro de la civilización capitalista es continuar su existencia por todos los medios posibles.

¿Por qué el capitalismo y la cultura del consumismo han tenido tanto éxito?

Porque surgieron en el mismo lugar, al mismo tiempo que un tipo muy específico de tecnología militar. No es que el capitalismo y el consumismo sean las mejores formas de vivir y organizar las sociedades. Surgieron junto con los cañones y la pólvora y los barcos de vapor que permitieron a Europa occidental –y eventualmente a Norteamérica– imponer este sistema al resto del mundo a través de la violencia y la conquista. El capitalismo y el consumismo son formas de violencia sobre nosotros mismos, porque nos hacemos daño a nosotros aun cuando encontramos el placer que nos ofrece el consumo.

En tu novela hay personajes de Argelia y del África Occidental francesa. ¿Cómo los creaste?

Viví un tiempo en París. La parte de la ciudad que me gusta es donde vive gente de color. Las zonas donde han llegado las personas procedentes de los países colonizados por Francia. Cuando los turistas van a París les gusta ir a las partes más blancas de París: el barrio Latino, el Louvre y esas zonas. Y esa es la cara de la civilización que a Francia le gusta presentar al mundo. Pero la civilización francesa no habría sido posible sin la colonización francesa. Es esa dinámica entre civilización y colonización la que está en el centro de mi obra.

Quería escribir una novela en París que no fuera la novela estereotipada que creo que escriben muchos estadounidenses, que celebra a la Ciudad de la Luz. Quería mirar lo que hay debajo. ¿Qué ocurre cuando se desconecta la Ciudad de la Luz y se mira a todas las demás poblaciones que están allí? No es que cuando eso ocurre lo que exista sea una especie de utopía. Porque cuando reúnes a la gente pobre, a la gente víctima de la colonización, puede haber tanto conflicto como algo que genere nuevas posibilidades. En mi novela, el narrador quiere acercarse a los argelinos y decirles: “Mira, todos somos hermanos que hemos sido colonizados”. Y los argelinos responden: “No, tú eres mi enemigo”. Esa es la dificultad. Los que han sido colonizados deberían unificarse para formar una nueva sociedad solidaria, pero nos tenemos miedo, nos confrontamos de forma violenta. El idealista trata de esos desafíos: ¿Cómo superamos nuestro pasado de colonización? ¿Podemos formar una nueva forma de solidaridad?

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es periodista y narrador. Ha vivido en Bélgica, Estados Unidos y Noruega. Es autor de las colecciones de cuento Y sin querer te olvido (Felou, 2014) y Silencios al sur (Felou, 2017). Parte de su obra ha sido traducida al francés y al neerlandés.


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