La creación de contenidos para la televisión en Latinoamérica ha tenido un boom en los últimos años, de la mano de las plataformas de streaming. Dentro de esta ola, la atención se ha volcado sobre las obras literarias de esta región. Sea por la voracidad inherente de este medio por las historias o sea por el derecho natural que tiene nuestra literatura y lo que se cuenta en ella a ocupar un lugar en la pantalla, las adaptaciones de novelas a series o películas están en boga.
Una de las que más curiosidad genera en estos días es Cien años de soledad, novela emblemática del escritor colombiano Gabriel García Márquez, y una de las obras maestras de la literatura hispanoamericana y universal. La serie, una producción de Netflix dirigida por Alex García López y Laura Mora, se estrena el 11 de diciembre en esa plataforma. Con dos partes de ocho capítulos cada una, los retos de adaptar el libro no eran pocos: la imaginación desbordada que contiene, los años y años acumulados en la historia que narra, la poesía de su lenguaje y, en general, el sello del realismo mágico, el movimiento literario del que García Márquez fue exponente.
El esfuerzo por llevarlo a buen puerto es evidente en los primeros capítulos de la serie, que pude ver antes del estreno. Los personajes son retratados con complejidad, la trama se cuenta de forma precisa y acotada para adecuarse a la estructura dramática de este lenguaje, los valores de producción visten la historia y recrean un mundo que, si bien no es el Macondo de mi imaginación, ni quizá tampoco el que cada lector tiene la libertad de crear en su cabeza, es un Macondo coherente con el universo de esta ficción. En pocas palabras, la serie se sostiene por su propio pie. Si no alcanza los vuelos metafóricos y poéticos de la novela es, quizá, porque no es su intención. La televisión pone el acento en brindar entretenimiento, es el lugar que ocupa en la vida cultural de la sociedad y así fue concebida desde su origen. Cumplir con ese cometido sin renunciar a la calidad, a la profundidad y a la belleza es motivo de celebración.
Para transitar el camino de una obra narrativa de esa envergadura a una obra audiovisual para la pantalla chica, se ha de seguir un camino largo y sinuoso, uno que tiene su punto de partida en la escritura. Dos de las guionistas de Cien años de soledad, Camila Brugés y Natalia Santa, abren en esta entrevista una ventana a este proceso. Ambas son colombianas y con una proyección internacional de su oficio: Camila tiene una trayectoria multidisciplinaria, interesada en las distintas formas del storytelling, mientras que Natalia se ha concentrado en el guionismo y la dirección audiovisual.
Al hacer una adaptación de una obra de narrativa a una audiovisual, necesariamente hay que hacer un proceso de depuración: elegir entre lo que queda fuera y lo que se va a conservar. También de síntesis: cómo acoplar significado en los elementos dramáticos con los que se elige jugar. ¿Qué decisiones fundamentales tomaron para abordar estos dos procesos en la escritura de la serie?
Natalia Santa (NS): Cuando nosotras llegamos al proyecto ya había varías cosas definidas. José Rivera, otro de los guionistas, hizo una primera propuesta de adaptación, haciendo un análisis muy complejo para hacer lineal, cronológica, la historia, que en el libro no es así; en el libro va y vuelve, todo el tiempo está pasando de años y temporalidades. Él hizo el gran trabajo de poner todo en orden, y se te abren unas puertas de entender cosas que a la mejor antes no entendías, de ver qué cosas de pronto sobran –no en la novela, por supuesto– a la hora de adaptarla, qué hace falta fortalecer, qué se cuenta muy bien como está en la novela y qué definitivamente hay que ayudarle para ponerlo en el lenguaje audiovisual desde un lugar que tenga sentido y sea coherente con una estructura de dieciséis episodios de una hora cada uno, cómo tomar todos esos elementos y ponerlos.
A la hora de decidir está siempre la pregunta de qué es esencial contar y cuáles son los personajes que deben contarlo: Úrsula, como uno de los personajes principales, por supuesto el coronel Aureliano Buendía. Personajes que tienen mucho peso en la historia, pero que además están vivos por mucho tiempo, transitan por buena parte de la historia. Tienen mucha fuerza, entonces ponemos en ellos los temas principales.
En Cien años de soledad el manejo del lenguaje tiene un gran peso. En la traducción de la poesía del lenguaje escrito al audiovisual, ¿qué tomaron como brújula?
Camila Brugés (CB): Ese fue uno de los retos más grandes, aceptar que había un punto en el que la voz de García Márquez en esa novela era intraducible a menos de que usáramos sus propias palabras, porque una de las cosas hermosas es su forma de usar el lenguaje. En lo audiovisual, nosotras podíamos encontrar en la historia, en el arco dramático, en sucesos, cosas muy específicas, pero el reto era emular el tono. Descubrimos muy prontamente que usar el narrador, que usa apartados de la novela verbatim, era la forma más efectiva de lograrlo. A menos que alguien lo diga, el narrador o los personajes, no tenemos cómo escuchar esa voz y darle ese tono. Para nosotras era importante que el resto de la serie –con las herramientas audiovisuales, sonoras, la música, la actuación– capturara un poco de esa poesía, pero usar el narrador fue una brújula para anclarnos a ella.
Y también lo usamos en la construcción de diálogos. Hay pocos diálogos en la novela, pero intentamos mantenerlos, y basarnos en ellos para construir la oralidad de cada uno de los personajes. Además, tomamos partes del narrador de la novela y los pusimos en boca de alguno de los personajes.
¿Qué significado tiene para ustedes el realismo mágico y cómo lo acomodaron en la serie?
NS: El realismo mágico no es un concepto de Gabriel García Márquez, él no dijo “me inventé el realismo mágico y esto es un estilo”. Para nosotras, lo que se ha llamado realismo mágico –y él lo dijo muchas veces– es mucho lo que pertenece a la idiosincrasia de esa zona de donde él es, su abuela era de la Guajira, de una etnia indígena que tiene mucha influencia en esa zona, y muchas de las historias y de los mitos que se contaban, que contaba su abuela, están en la novela. Eran parte de la realidad de estos lugares del Caribe, es decir que no era algo extraordinario ni fantasioso, estaba en la cotidianeidad. Y así es como él lo expone; lo aparentemente extraordinario, como que Remedios la Bella ascienda, o que llegue la peste del insomnio –que de hecho llega con los indígenas guajiros a Macondo–, se ve desde un lugar de normalidad, cotidiano. Para nosotras era muy importante conservar esto, que esa magia, ese mito y esta convivencia con la muerte y con los espíritus fuera parte del mundo. Eso, contrastado con una radiografía muy poderosa de Colombia, la historia de violencia que hemos vivido por años, queríamos que en lo narrativo tuvieran el mismo peso.
La temática de Cien años de soledad tiene tintes filosóficos: el tiempo mítico, circular, donde el destino de cada individuo parece escrito –¿condenado?– desde mucho antes de nacer. Para ustedes, ¿cuál es el tema de la novela, el núcleo temático que intentaron plasmar en la serie?
CB: Hay varios temas, pero uno que permea todos los temas y todas las capas es la imposibilidad de cambiar. Esta es una historia que en muchos aspectos nos habla de generaciones que se repiten. Se repiten en su incapacidad de amar, pero se repiten también en cómo los hombres terminan perdidos por sus obsesiones. A diferencia del patriarca que se pierde en obsesiones luminosas, se enloquece pero se ilumina, el resto de sus hijos se pierden en la violencia. Y si la generación del coronel Aureliano Buendía, y su sobrino Arcadio se pierde en la violencia, la siguiente generación vuelve a perderse en obsesiones, esta vez de progreso: hombres obsesivos que traen desgracias, que traen tragedias, que le entregan su vida a esas ideas. Entonces yo creo que es la repetición. La imposibilidad de ver más allá de esas obsesiones, de esos miedos. ~
es dramaturga y guionista. Autora de La Trilogía de Ensayos sobre la Feminidad (Temporadas en el CEX Ibero 2023 y el CENART 2024). Escritora en series de televisión.