Se la pudo ver corriendo por entre las tumbas. Con un trote decidido subía las colinas del cementerio de la ciudad de Iowa, moviendo los brazos, de pronto la cadera, la cabeza un vaivén atrás y al frente. Cantando la canción que sonaba en sus audífonos: un ritmo caribeño, quizá alguna cumbia o reggaeton. La última de Bad Bunny. Esquivó una rama y entró al parque Hickory.
El ejercicio le despeja la mente. Es la rutina antes de entrar a la escritura. El ejercicio y la lectura, porque Sofía Balbuena (Salta, Argentina, 1984) nació pidiendo que la envolvieran en una cobija decorada con libros. Sus ojos se mueven a la velocidad de un acelerador de partículas. No hay límite a su deseo por leer. Termina dos libros en menos de lo que se le enfría el mate. Su escritura explora la identidad, el pertenecer y no pertenecer a un lugar, el lenguaje y sus límites. El amor imposible.
Además de sus estudios en Ciencia política, Creación literaria y Literatura comparada, ha trabajado como librera y lectora especializada en literatura latinoamericana contemporánea y la escritura de mujeres en lengua inglesa. Su ensayo Doce pasos hacia mí se publicó en la Editorial Vinilo en 2022 y en Los Libros de la Mujer Rota en diciembre de 2023. Una versión extendida del mismo fue publicado en 2024 por Caballo de Troya, bajo el título Borracha menor. Conversé con ella en un café cercano al campus de la Universidad de Iowa, donde cursaba un Máster en Escritura creativa en español.
¿Qué te atrae de tomar referencias o frases y entretejerlas con tu escritura?
Me parece que no hay escritura sin lectura. Para mí el sustrato último de cualquier escritura puede ser la experiencia personal. Pueden ser los sentimientos, lo que a una la obsesiona, y ahí viene el empuje, el fluir, pero sobre todas las cosas, lo que a mí me ha empujado a querer escribir es la sensación íntima en la lectura de algo que te conmueve. Entender profundamente cómo es que este libro que fue escrito no sé hace cuánto tiempo, que quién sabe quién escribió, puede llegarme de esta manera tan absoluta y conmoverme hasta lo más profundo. Es la idea de replicar esa sensación.
Intento leer con método, como estudiando, porque además leo y me doy cuenta que no he leído nada, o sea que me falta muchísimo, y también me doy cuenta o asumo que hay un montón de cosas que a mí me gustaría haber escrito. Cosas que este autor en particular dijo, algo que a mí me hubiese gustado decir y que si yo me lo pusiera a decir lo voy a decir peor. Es como hacer de una debilidad una fortaleza. Hay gente que escribió más y mejor que yo, y tuve el placer de leerlo, habérmelo encontrado.
Hay cosas que yo no voy a poder escribir nunca. Sin embargo quiero poder hablar de esto, quiero tomar este tema. Entonces este tema lo tomé de esta persona que escribió esto de esta manera, y esto es lo que yo puedo decir alrededor de eso, en vez de intentar empezar un proyecto nuevo que no contemple nada de lo que está escrito. Porque en realidad todo está escrito.
Es como darles un tributo también, y creo que muchos escritores lo hacen, algunos de una manera más abierta, otros con cierta opacidad. Es un ejercicio consciente o inconsciente en cualquier escritura.
En el ejercicio de escribir opera tu formación como lector, y hay un valor literario en la curaduría. En lo que se elige meter dentro del soporte de tu texto, en el modo en que incorporas la cita. El trabajo de lectura también tiene un valor. Lo que elegí poner ahí y por qué, la disposición de un texto en una unidad hablando todo de un mismo tema, poniéndolo en relación y haciendo ese trabajo. No te van a dar un premio a la originalidad, pero igual es interesante cómo se puede poner a conversar cosas que ya fueron escritas, editadas, leídas y trabajadas en su momento.
Lo que selecciona un autor para poner en valor en un texto me parece un ejercicio político. Dónde una pone el ojo y aquello que una intenta poner en la mesa para someterlo a debate, es lo más político del mundo.
¿Hubo elementos circunstanciales en la génesis de Borracha menor?
Yo venía leyendo una media docena de libros sobre escritoras alcohólicas. No con una rigurosidad académica, pero me llamaba la atención. Tenía ahí las citas, las iba anotando, guardando en carpetas en internet.
A mi amiga le empecé a hablar de un libro que estaba leyendo que se llamaba se llama The recovering: Intoxication and its aftermath de Leslie Jamison, que también estudió en Iowa. Y no sé si la memoria me está fallando y es la propia narrativa que yo me armé y en realidad no estaba hablando del libro y simplemente estaba borracha, pero mi amiga me dijo: “ya que sabes tanto de los alcohólicos, ¿por qué no te pones a escribir sobre eso?”.
Fue como que alguien me señala un lugar ciego, un espacio que no veía pero al que claramente estaba inclinada: la lectura de cuestiones vinculadas a la bebida y a la escritura. Mi amiga estaba quedándose en mi casa y lo vio antes que yo. Y quizá si ella no lo hubiese visto yo no lo hubiese visto tampoco.
¿Te interesa la escritura vivencial?
Se me hace difícil pensar en algo que no tenga impreso por lo menos el interés, el deseo, las obsesiones de la persona que lo escribe. Todo bien con la separación de la obra y el artista, pero me parece muy difícil pensar en una escritura no vivencial. Me parece difícil hacer el ejercicio de pensar en escrituras separadas de quien las escribe, de sus condiciones de realización o de producción. Eso no quiere decir que todas las escrituras tienen que ser todas íntimas o autoficcionales.
Yo puedo ver que hay una obsesión, un interés de abordar un tema y darle vueltas porque hay algo que no se puede abandonar. Ese deseo, esa tortura que te lleva a escribir sobre un tema, me impacta como verdadero. No sé si es que me interesan las vivencias del autor, sino la transmisión de la experiencia de algo sentido, o la experiencia de transmisión de un sentimiento de alguien que está vivo.
No necesariamente tiene que ser real, pero sí me parece que hay algo de poder describir un sentimiento que no necesariamente tiene que ver ni con la trama ni con la tensión de una historia, sino que a veces es poder transmitir sensaciones íntimas, cosas más bien internas que sí parten de un sentimiento conocido como para afectarte a escribir. Tiene que ser algo que te conmueva y te interese muchísimo, y cuando la persona que escribe me puede transmitir a mí esa pasión, esa obsesión, esa intensidad, me gusta incluso si es algo que no me interesa nada.
¿Y crees que eso solo se puede conseguir si viene de la experiencia?
A mí me pasa así. Y la experiencia quiere decir muchas cosas. No necesariamente te tiene que haber pasado de esa manera para poder contar o recrear eso. Yo puedo inventar todo una trama alrededor de un sentimiento solo para narrar ese sentimiento. Un sentimiento que me obsesiona, que me está volviendo loca, que no lo puedo abandonar. Toda mi estructura psíquica y mi sanidad mental me empujan de vuelta al mismo sentimiento.
Y no es sano ni saludable ni deseable para nadie. Pero si presenta esa constancia en mí, pues soy capaz de meter todo un edificio de cosas inventadas alrededor para poder explorar ese sentimiento en un mundo paralelo que no sea el de la vida real. A mí me pasa que las cosas que me obsesionan muchas veces están muy cerca de lo vivido, de lo que conozco. No puedo escribir sobre lo que no conozco.
¿Qué piensas de las redes sociales y las aplicaciones que quieren tener cautiva nuestra atención?
Creo que WhatsApp, internet, los dispositivos de las estructuras diarias de funcionamiento del capitalismo contemporáneo sí generan serias dependencias dependencias a las redes sociales. La atención está dirigida a nuestro teléfono de forma casi absoluta. Me parece que son formas que generan compulsiones. Todo eso es parte de la funcionalidad del sistema en el que nos desplazamos, porque la computadora, el teléfono, internet, son cosas que usamos para trabajar, asociadas a las prácticas de producción de valor.
El tema es que también las prácticas que establecemos como fugas a la producción de valor muchas veces se estructuran como compulsiones. Momentos de escape: tomar alcohol, consumir drogas, incluso hacer ejercicio. Maneras de liberar tensiones, maneras de darle a la conciencia cierto grado de alivio.
A mí algo que me obsesiona, por ejemplo, que se ve mucho en la Ciudad de México o en Buenos Aires, es el happy hour a la salida de las oficinas. A las seis de la tarde, dos por uno de cerveza; los viernes a tomar como si no hubiese mañana. Me parece que hay algo del capitalismo que te exige tanto, que te inclina a estar todo el tiempo conectado con el trabajo, que, sí o sí, luego terminas necesitando sustraerte de forma casi violenta.
Entonces el viernes, cuando uno tiene más tiempo para descansar de su trabajo –porque en un mundo ideal, hasta el lunes no regresa–, pues hay que dársela en la nuca, quedar idiota, un mazazo en la cabeza para cortar el flujo de pensamientos obsesivos y también la conexión constante con esos dispositivos que usamos para vincularnos pero también para trabajar.
En la presentación que hizo Paul Preciado de su libro Dysphoria Mundi en Madrid, dijo algo de esto. En el capitalismo contemporáneo los vínculos de ciudadanía funcionan, se estructuran a través de dispositivos de adicción. Preciado dice que lo toma de William Burroughs, que con notable claridad en los años 60, 70, ya estaba viendo esto. Me parece que hay algo de lo que dice Preciado que dice Burroughs que aplica aquí, o a mí me sirve para pensar esto: la forma de vincularnos socialmente en el capitalismo contemporáneo cada vez funciona más por mecanismos compulsivos o por distintas estructuras que se alimentan de mecanismos compulsivos y sustraerse de eso es cada vez más difícil.
No sé si es mejor ser workaholic que ser un alcohólica. Me parece que todo lo que nos genera cierto alivio o cierta satisfacción en algún punto genera o puede generar una compulsión. Puede ser ir al gimnasio, puede ser beber, puede ser tener y cuidar animales. No sé cómo se resuelve. Mi proyecto personal en definitiva es señalarlo. Es todo lo que yo puedo hacer. Y tratar de no vivir arrodillada por mis consumos. Como todo, es parte de una meditación muchísimo más profunda y más larga. ~