Hija de un alemán y una francesa, la periodista Geraldine Schwarz cuenta la historia de su familia en Los amnésicos (Tusquets). En ella reconstruye la vida de su abuelo paterno, mitläufer del partido nazi en los años treinta, es decir, una persona que aunque no cometió crímenes de sangre, se adhirió desde el conformismo y ni se quejó ni criticó ni hizo nada en contra de las políticas antisemitas que aplicaron los nazis. Al contrario, incluso se benefició de ellas. Como destaca Schwarz, la gran mayoría de los alemanes fue mitläufer. Y ese fue el gran obstáculo para abordar años después la memoria histórica de su país, ya que no se veían como responsables sino como víctimas de la Segunda Guerra Mundial, puesto que eran alemanes que sufrieron los bombardeos de los aliados. La amnesia en la que vivió Alemania durante décadas es la que, según esta periodista, pervive todavía en otros países y la que posibilita que hoy hayan resurgido partidos que golpean a la democracia en el continente europeo.
Su abuelo paterno era un mitläufer del partido nazi, pero usted dice que también tuvo su responsabilidad en lo ocurrido durante el ascenso del nazismo. ¿Hasta qué punto mirar para otro lado o dejar que ocurra es responsable?
Mi abuelo se unió por oportunismo al NSDAP en 1935 y tres años después se aprovechó de las medidas antisemitas del Tercer Reich al arianizar una empresa judía que pertenecía a la familia Löbmann, es decir, la compró a un precio mucho más bajo de lo que valía.
Mi abuela también fue otra mitläufer de alguna manera. Era una mitläufer desde la ceguera. Estaba fascinada con Adolf Hitler, como muchas otras personas que lo veían como el salvador después de que Alemania hubiera sido humillada tras la Primera Guerra Mundial con el Tratado de Versalles, mediante el cual los aliados quisieron reducir las dimensiones militares, políticas y económicas de Alemania.
Después de la toma de poder de Hitler el paro bajó rápidamente en poco tiempo. Aunque esta bajada procedía de incentivar la industria de guerra, influyó mucho en la población. A esto le siguió que el Tercer Reich era un maestro de la manipulación de las masas a través de la propaganda y la puesta en escena del poder con las marchas militares y los congresos del partido.
La vida de mis abuelos es trivial, pero por eso es interesante, ya que son una muestra de la actitud de la mayoría de la población alemana durante el Tercer Reich: mitläufer, es decir, personas que por muy diferentes razones se adhirieron a la corriente, ya fuera desde la ceguera, el oportunismo, la cobardía o, como muy a menudo sucedió, desde el conformismo. Mucho más que desde el convencimiento. En la conciencia colectiva sobre el pasado nazi y fascista de Europa a menudo las personas se organizan de tres maneras: víctimas, héroes y monstruos. Pero la gran mayoría no se incluye en ninguna de esas categorías sino en otra: la gran masa de mitläufern, la mayoría silenciosa. Si todo el trabajo de la memoria no incluye a esta categoría no estaremos aprendiendo nada de la historia. Y desgraciadamente esto es lo que ocurre en muchos países, no solo en Alemania.
Después de la guerra, su abuelo, como muchos otros alemanes, huyó de su responsabilidad como mitläufer. Pero a finales de los años 50 ya era obvio que la sociedad alemana debía ocuparse de su pasado.
En el trastero de nuestra casa familiar en Mannheim encontré unas cartas entre mi abuelo y Julius Löbmann, uno de los antiguos propiertarios de la empresa arianizada, que después de la guerra exigía a mi abuelo una paga compensatoria de reparación del daño. Julius Löbmann era uno de los pocos supervivientes de esta familia judía, que desapareció en Auschwitz. Mi abuelo se negó a pagar y a reconocer su responsabilidad como mitläufer.
Es algo sintomático de la sociedad alemana. Después de la guerra y durante veinte años se negó a mirar al pasado. Este comportamiento cimentó también la política de la época: se aprobaron leyes pro amnistía con las cuales muchos criminales nazis se vieron beneficiados. En los años sesenta este comportamiento cambió en Alemania occidental gracias al compromiso de figuras como el abogado del Estado Fritz Bauer, que luchó enérgicamente contra la impunidad y que en 1963 inició el proceso de Auschwitz. La población de Alemania occidental, que apenas sabía nada de Auschwitz, se quedó en shock. Especialmente la generación más joven. Como mi padre, que empezó a confrontar qué había pasado con sus padres. Mi padre discutía mucho con mi abuelo cada vez que le preguntaba:” ¿Y tú, qué hiciste tú durante el III Reich?” Y así es como se llegó a las manifestaciones de estudiantes de 1968 en las que toda una generación exigió un esclarecimiento del pasado y una ruptura clara con el ideal nacionalsocialista.
Usted escribe en el libro que los alemanes encontraron una manera de enfrentarse a su pasado a partir de la memoria histórica negativa. ¿Qué quiere decir con eso?
A mediados de los años sesenta, en Alemania occidental comenzó a instalarse gradualmente la cuestión de que prácticamente todo el mundo había sido parte del Tercer Reich, aunque hubiera sido solo mirando para otro lado. Y aquí es donde reside la singularidad del trabajo de Memoria de los alemanes occidentales: la capacidad de modificar toda una sociedad al hacerla consciente de su falibilidad y hacerse una pregunta central: en esa época, ¿qué hubiera sido yo, mitläufer o el criminal con delitos de sangre?
Esto es la memoria negativa y hay algo muy positivo en ella: este sentido de las responsabilidad individual y colectiva les permitió a los alemanes occidentales tener un espíritu vigilante y crítico contra el extremismo, la exclusión, el nacionalismo, la manipulación y el autoengaño.
Así se promovió una formación democrática cuya consolidación observo regularmente en la política, en la sociedad civil, en las empresas y en los medios de comunicación. Y de eso los alemanes pueden estar orgullosos. Hay muchos países que se maravillan de este cambio en Alemania, y lo demuestra que mi libro se haya traducido a diez idiomas. Muchos países europeos como Italia no han hecho ese trabajo de memoria. Se han escondido detrás de las atrocidades de los nazis para olvidar sus propios crímenes. Se han representado como un pueblo que fue simplemente víctima y han desaprovechado así la oportunidad de consolidarse como democracia. Hoy se puede ver: los países que no han abordado su pasado son los más vulnerables con respecto a los extremismos y populismos.
No obstante, la memoria histórica es muy complicada. La individual lo es siempre. Y hay personas cuyos abuelos pudieron ser nazis y otros que fueron las víctimas. ¿Cómo abordar la memoria histórica sin que sea utilizada por unos u otros? En España es un asunto que todavía tenemos que resolver.
El interés por la Segunda Guerra Mundial ha decaído, especialmente entre las generaciones más jóvenes. A mí me gustaría volver a despertar este interés para que entre unos u otros vayamos entretejiendo los hilos entre la historia de una familia y la gran Historia. Espero sensibilizar a los lectores para que piensen que este pasado nos incumbe a todos aquellos cuya familia vivió la experiencia de la guerra y de una dictadura. Esa es la razón de ser de la conciencia europea.
Con este libro pretendía contribuir al trabajo de la memoria en vista de que hay una vuelta de los partidos de extrema derecha que flirtean con la ideología fascista, como ocurre en España con Vox. Me he dado cuenta de que muchos de estos partidos se están movilizando contra la memoria histórica, lo cual demuestra que la memoria es una fuerza para protegernos de la manipulación de tales partidos. La memoria nos hacer más inteligentes y vigilantes.
Por tanto, aunque la historia no se repita, sí se repiten las mecanismos psicológicos que hacen que las personas se conviertan en cómplices del odio y el extremismo. La memoria nos puede ayudar a identificar esos mecanismos y nuestra falibilidad como personas. Nos puede ayudar a reconocer las ideologías criminales y los métodos de manipulación, que hoy son los mismos que hace cien años. Como europeos debemos ser conscientes del peligro que estos partidos representan y hacer una oposición decidida contra ellos.
¿Qué mecanismos de manipulación usan los partidos de la extrema derecha ? ¿Son los mismos que los de los partidos fascistas de los años veinte y treinta?
Los partidos de extrema derecha han aprendido muy bien de la Historia y usan exactamente los mismos métodos de manipulación que Goebbels, Stalin, Hitler y Mussolini: se aprovechan de nuestra crisis de identidad en este mundo globalizado para imponernos una identidad única y simple, ya sea nacionalista o regionalista; se inventan enemigos que funcionan como cabezas de turco mientras que nos posicionan a nosotros como víctimas; transmiten el sentimiento narcisista de que pertenecemos a una comunidad especial de la cual los otros están excluidos. Y naturalmente mienten para confundirnos y que no creamos más en nuestras instituciones democráticas, el parlamento, los medios, la cultura. Un pueblo que no cree en nada tampoco puede juzgar nada y por tanto puede ser manipulable, dijo Hannah Arendt. Entonces el ministro nazi de propaganda Goebbels propagaba sus mentiras a través de la radio; hoy los partidos extremistas lo hacen a través de un medio todavía más eficaz: las redes sociales.
¿Cómo debemos tratar a estos partidos como periodistas ? ¿Darles voz ? ¿Acallarles, no darles espacio ?
Para luchar contra estos partidos lo que tenemos que hacer todos los ciudadanos es identificar sus métodos de manipulación. Especialmente los periodistas, para poder reaccionar y no dejarse instrumentalizar por ellos. Las teorías de la conspiración, de odio y el racismo deben ser rechazadas. Hay que ignorar todas estas expresiones y no difundirlas en los medios de comunicación. Otro tipo de temas que interesan a la población como la cuestión de la identidad, los refugiados, la globalización y las desigualdades sociales se deben confrontar con los extremistas para contradecirles. Esa es una de sus grandes debilidades, ya que no están acostumbrados a justificarse. Ellos denuncian, pero no proponen nada para hacer frente a los retos de hoy en día. Ni sobre el envejecimiento demográfico ni sobre el calentamiento global ni sobre las desigualdades sociales ni sobre los impuestos ni sobre la política económica ni sobre la política europea de migraciones.
Se debe confrontar a los extremistas para no nutrir más su victimismo. Ellos siempre se representan a sí mismos como mártires que son acallados porque dicen las verdades que nadie se atreve a decir. Y esto tiene mucha fuerza para una parte de nuestra sociedad que ha romantizado a las víctimas o se identifica con ellas. El mantra de los extremistas ”Nosotros somos el pueblo” provoca esta identificación. Hacen creer a los ciudadanos que les van a devolver el control sobre su destino. Defienden bien alto la democracia y la libertad, aunque realmente las golpean en cuanto llegan al poder, como ha sucedido con Orban en Hungría, el PIS en Polonia y Trump en Estados Unidos. Las referencias a valores tranquilizadores pretenden adormecer la capacidad crítica y vigilante de los electores. El odio y los excesos autoritarios se transmiten como una defensa de las libertades y la democracia para hacerlos aceptables. Ese falseamiento del lenguaje estaba también en la raíz del Tercer Reich.
Usted cree que el mejor antídoto contra todo esto es la Unión Europea.
La Unión Europea es la mejor respuesta para los ciudadanos europeos. En primer lugar, es la mejor oportunidad para muchos ciudadanos que no se sienten protegidos en su país porque allí no se respeta la democracia o porque pertenecen a determinados grupos que son discriminados. En segundo lugar, Europa es la única respuesta para los grandes retos del siglo XXI a los que no se pueden dar respuestas nacionales sino internacionales, como el cambio climático, la inteligencia artificial o la revolución digital. Y en tercer lugar, ningún país puede luchar solo contra superpotencias como Rusia, China y Estados Unidos, países que intentan aumentar su influencia en Europa con medios bastante dudosos y amenzar así la estabilidad de nuestro continente. Los partidos que están a favor de una salida de la UE son realmente antipatriotas puesto que están poniendo la soberanía de su país en peligro bajo la influencia de otras superpotencias.
Por todos esos motivos los europeos debemos mantenernos unidos, ya que otras potencias de fuera de Europa se aprovechan de nuestros cismas para destruirnos. Debemos mantenernos unidos y no atizar el odio, como sucedió hace poco en Cataluña. Y debemos recordarnos los principios fundamentales de la UE: nunca más una espiral de violencia nacionalista, nunca más odio contra determinados grupos. Por eso el trabajo de la memoria es fundamental, ya que sin él nuestros valores y nuestras democracias están en un grave peligro.
Hablaba antes de Vox en España. ¿Cómo ve usted el ascenso de este partido en relación con nuestra memoria histórica ?
España tiene todavía mucho trabajo de hacer en cuestiones de memoria. Después de la muerte de Franco quizá era necesario para evitar divisiones en la sociedad. Pero esta mentalidad ha durado mucho tiempo. Sabemos que eso tiene un precio. Y España ahora lo ha pagado con la crisis de Cataluña y con la subida de Vox, un partido que pone en peligro la joven democracia española con su nostalgia de la dictadura de Franco.
España es una joven democracia que no se ha fortalecido con una trabajo de memoria. Pero no es demasiado tarde. Por el bien de todos, de los descendientes de las víctimas, pero también de los descendientes de los que provocaron y se beneficiarion del régimen de Franco, España tiene que explicarse de forma clara su pasado. La memoria no es una carga sino la base para construir una democracia fuerte.
Por eso la sociedad española y sus instituciones, incluso la Iglesia católica, tienen que hacer una ruptura con el régimen de Franco bajo el lema : nunca más. Se debe reconocer el sufrimiento de las víctimas y también señalar quiénes justificaron y formaron parte del régimen de Franco. Pero también los criminales entre los republicanos, especialmente durante la Guerra Civil, deben aclararse, porque también existieron. Y finalmente la sociedad debe hacerse la pregunta: ¿qué responsabilidad tiene cada individuo para que la democracia funcione? España no debe tener miedo de su pasado. ¿En qué beneficia que los padres o los abuelos hayan sufrido tanto en la Guerra Civil o la dictadura si los niños no pueden aprender nada de ello?
En su libro también critica a Francia, que tuvo muchos problemas para abordar su memoria histórica y su responsabilidad durante el Régimen de Vichy.
Mi libro aborda no solo la historia transgeneracional de una familia, desde mis abuelos hasta mí, sino que también es una historia transnacional francesa y alemana. Cuento cómo mi padre conoció a mi madre, que era francesa, y aquello era una pequeña provocación en aquel entonces porque Alemania y Francia eran enemigos. Hubo una parte de la familia de mi madre que estaba en contra de esa relación. He encontrado una carta de su tía en la que la insulta y retrata a los alemanes como una “raza de mierda”. Eso demuestra cuánto hemos progresado desde entonces y lo valiosa que es la reconciliación francoalemana. Me veo como la continuación de esa amistad y creo que esto puede inspirar a otros pueblos.
Cuando mi padre conoció a mi madre, la historia oficial de Francia durante la Segunda Guerra Mundial era el siguiente mito: la mayor parte de los franceses habían formado parte de la resistencia contra la ocupación alemana. En los años 70, el historiador norteamericano Robert Paxton mostró que en realidad solo una pequeña minoría había pertenecido a la Resistencia activa y que la colaboración con la Alemania nazi había sido una iniciativa del Gobierno de Vichy bajo el liderazgo del mariscal Pétain porque este pretendía asegurarse un espacio en la futura Europa de Hitler. El shock en Francia fue tal que se llegó a una confrontación con la historia. Hoy hay un amplio consenso sobre los crímenes de los representantes de Vichy y nos avergonzamos, pero la sociedad ha sido poco cuestionada, pese a que una gran mayoría apoyó a Pétain. Se ha evitado discutir sobre el papel de la mayoría silenciosa y los mitläufer. La población se dibujó como víctima y no se pudo reconocer su responsabilidad en la historia, y por tanto no se tuvo la oportunidad de enseñar a los ciudadanos el sentido de su responsabilidad en una democracia.
Y, por último, la Alemania actual en la que también ha crecido un partido de extrema derecha. ¿Qué está ocurriendo en Alemania ?
La subida es principalmente en Alemania oriental donde el partido AfD ha sacado un resultado tres veces mejor en las elecciones que en Alemania occidental. Tiene mucho que ver con la escasez de memoria histórica que hubo en la RDA. La RDA se montó bajo el mito de que los alemanes orientales pertenecieron a la resistencia comunista que luchó contra el nacionalsocialismo. Naturalmente eso es falso. Durante el Tercer Reich en esas regiones hubo tantos mitläufer del nacionalsocialismo como en el oeste. El problema es que mientras en el oeste la democracia se construyó gracias a un trabajo con la memoria, en el este se hizo como si nadie hubiera sido nunca un nazi. A eso se suma que la sociedad de la RDA apenas tuvo contacto con culturas extranjeras, por lo que ha quedado una visión del extranjero construido bajo el miedo y los clichés. Esta experiencia también se produjo en los países del antiguo bloque del Este y explica por qué muchos rechazan a los refugiados y no quieren abrir su sociedad. Si los occidentales estuviéramos más interesados en conocer la experiencia de estos países bajo el comunismo podríamos comprendernos mucho mejor.
es periodista freelance en El País, El Confidencial y Jotdown.