“One of the lessons that history teaches is that fact is often stranger than fiction.
The records of history contain indisputable facts that novelists would seldom invent.”
((Martin A. Cohen, “The Martyr: Luis de Carvajal, a Secret Jew in Sixteenth-Century Mexico”, prefacio, p XIII. University of New Mexico Press, Albuquerque, 2001.
))
Julio de 2016
El teléfono de mi oficina lleva sonando toda la mañana y su timbrar, al inicio tan chirriante y molesto, ya se ha acoplado de manera indiscutible a la cacofonía de sonidos que componen la sinfonía diaria de Nueva York. Llevo una semana y media de haber llegado a la ciudad procedente de una Inglaterra sumida en la depresión post-referendo europeísta y la dinámica natural de la labor consular, aunada al frenético ritmo de la Gran Manzana, apenas me han permitido absorber el estado de neurosis de la urbe ante las próximas elecciones presidenciales.
“Embajador, le llama de nuevo el Señor Milberg.”
“¿Quién?”
La puerta de mi oficina, en la última planta del edificio que alberga la representación diplomática mexicana en Nueva York, con casi cien años una de las tres más antiguas de nuestro país en los Estados Unidos, se abre y se cierra como la de una cantina. Cientos de actas de nacimiento que esperan una rúbrica, poderes notariales en revisión, actas de matrimonio y de defunción que a la vista resultan indistinguibles unas de otras. Cientos de miles de mexicanos, que desde principios de los años noventa han hecho de Brooklyn, del sur del Bronx, de Queens, del Harlem hispano y de Staten Island, su hogar.
“¿Embajador?”
“Sí, dígame”
“Es el Sr. Milberg”
Leonard Milberg es un filántropo octogenario, que ha dedicado la mayor parte de su vida a trabajar en la empresa que fundó su padre en 1937 abocada a la consejería financiera. Semirretirado, los últimos años ha invertido cada vez más tiempo (y dinero) en la investigación, preservación y recolección de artículos, arte y textos vinculados con las primeras comunidades hebreas asentadas en el continente americano –de Recife, en Brasil, a Surinam y Curazao, en las Antillas Holandesas, pasando por Manhattan y, por supuesto, México.
“Buenos días, embajador. Gracias por tomar mi llamada. Necesito hablar con usted sobre un tema urgente y de gran relevancia para México. Tendría que ser en persona. ¿Puede venir mañana a mi oficina?”
La voz de Milberg es grave y decidida. Resulta difícil decirle que no.
La sede de Milberg Factors Inc, en el vigésimo piso de un edificio empotrado entre la emblemática estación ferroviaria de Grand Central y Park Avenue, es un laberinto de mapas viejos, grabados y litografías. Una imagen de Manhattan en 1735 y un retrato de Luis Moisés Gómez en tinta sepia enmarcan el escritorio repleto de papeles del calvo coleccionista.
“Bienvenido, bienvenido. ¿Conoce la historia de Luis de Carvajal El Mozo?”
Antes de servir, u ofrecer, cualquier café, Milberg derrocha en su discurso la sabiduría que décadas de inquietud intelectual le han dejado sobre la fascinante, inspiradora y trágica vida de las primeras familias cripto-judías afincadas en la otrora Nueva España. Particularmente la de los Carvajal.
“Apareció el manuscrito, por mucho tiempo perdido.”
Milberg habló por espacio de cuarenta minutos, con breves interrupciones que solo servían para acrecentar el esbozo de erudición en su rostro.
Octubre de 2016
Cuando Milberg detectó, a través de uno de sus ávidos asistentes siempre en búsqueda de nuevas piezas para su extensa colección, que el Manuscrito de Luis de Carvajal El Mozo –con sus memorias, los trece principios de la fe de Maimónides, el Decálogo del Viejo Testamento y el salterio intitulado “Modo de llamar a Dios”–, se promocionaba como parte de los próximos lotes de la pequeña casa de subastas neoyorquina Swann, decidió por todos los medios corroborar la autenticidad del mismo y hacer lo necesario para devolverlo a México, de cuyo Archivo General de la Nación desapareció sin dejar rastro en 1932.
A partir de mi encuentro con Milberg comenzó un proceso de meses que habría de devolverle al país el testimonio de esa familia de judíos marranos, conformadores de la provincia novohispana de Nuevo León, que terminaron acribillados por la intolerancia de la Santa Inquisición. Las últimas llamadas que sostuve con Rafael Tovar y de Teresa, en ese momento secretario de Cultura, eran en su mayor parte las relacionadas con el Manuscrito Carvajal y, dada la importancia de su aparición, no era para menos.
La labor de coordinación, de la que el Consulado General de México en Nueva York formó parte, fue titánica. Participaron, por parte de México, las secretarías de Cultura, Relaciones Exteriores y Gobernación –de la mano de sus consultorías jurídicas–, el Archivo General de la Nación y el Instituto Nacional de Antropología e Historia, pero también académicos, rabinos, investigadores y hasta el fbi.
Al corroborarse la autenticidad de los textos manuscritos de Carvajal, Milberg hizo un donativo monetario a la casa de subastas, que argüía su adquisición legal, aunque desde su salida de México, casi nueve décadas atrás, hubiese una alerta internacional por la presunta sustracción ilícita de los mismos. Gracias a la generosidad del señor Milberg el gobierno de México pudo de nuevo tomar posesión de esa preciada serie de fojas, que también sirven de prueba de nuestra diversidad cultural, étnica y religiosa.
Marzo de 2017
“Hoy, aquí, atestiguamos que entre nuestras naciones no hay muros que impidan el tránsito libre de ideas, el intercambio entre culturas o el diálogo entre religiones”, dice, en perfecto español, Louise Mirrer, para concluir su intervención durante el cóctel convocado por la Sociedad Histórica de Nueva York, de la que es presidente desde el año 2004.
La principal sala de exhibiciones del inmueble neoyorquino se encuentra atiborrada. Concejales del gobierno de la ciudad, legisladores estatales, líderes comunitarios mexicanos y judíos, el pleno del cuerpo diplomático, periodistas, gestores culturales y profesores. La muestra The First Jewish Americans. Freedom and Culture in the New World está a punto de cerrar sus puertas después de casi seis meses. Es la exhibición más visitada en la centenaria historia del museo localizado en el Upper West Side. La pieza que abre la exposición, y la más importante de acuerdo con el New York Times, es el manuscrito de Luis de Carvajal El Mozo, préstamo del gobierno de México.
Tras ser recuperado por nuestro país, y antes de su regreso a la ciudad de México, el manuscrito fue visto por decenas de miles de neoyorquinos. Por primera vez, su digitalización, concertada a través de la universidad de Princeton, hará posible que sus versos, en castellano novohispano, estén al alcance de cualquier investigador o estudiante del mundo. Las copias facsimilares, entregadas a la sinagoga sefaradí de Nueva York y a la Sociedad Histórica de la ciudad, sirven de prueba fiel a la relevancia histórica del texto y a la vida de su autor y su familia.
El Manuscrito se encuentra ya en México para poder ser apreciado en el Museo de Memoria y Tolerancia, a partir del 4 de abril.
(Ciudad de México, 1977) es diplomático, periodista y escritor; su libro más reciente es “África, radiografía de un continente” (Taurus, 2023).