La รบltima vez que lo vi, sin saber que serรญa la รบltima, yo estaba sentada en la terraza con una amiga y รฉl cruzรณ la verja, sudando, con la cara y el pecho colorados, y el pelo hรบmedo, y se parรณ a hablar con nosotras, muy amable. Se acuclillaba en el suelo de cemento rojo, o se apoyaba en el filo de un banco de madera.
Era junio y hacรญa calor. Habรญa sacado sus cosas de mi garaje para cargarlas en una furgoneta. Pensรฉ que se las llevaba a otro garaje. Recuerdo lo colorado que estaba, pero tengo que imaginarme sus botas, sus muslos anchos y blancos cuando se ponรญa en cuclillas o se sentaba, y la posible expresiรณn de su cara, franca, amistosa, mientras hablaba con aquellas mujeres que nada le pedรญan. Sรฉ que yo era consciente de la pinta que tenรญamos mi amiga y yo, en nuestras tumbonas, con los pies en alto, y que, al lado de mi amiga, yo parecerรญa incluso mayor de lo que era, aunque quizรก esto a รฉl le gustara. Entrรณ en la casa a beber agua, volviรณ y me dijo que habรญa acabado y que seguรญa su camino.
Un aรฑo mรกs tarde, cuando pensaba que se habrรญa olvidado por completo de mรญ, me mandรณ un poema en francรฉs, copiado a mano, de su puรฑo y letra. No venรญa ninguna carta con el poema, aunque iba dirigido a mรญ, a mi nombre, tal como se encabeza una carta, y al final aparecรญa su nombre, como se termina una carta. Al principio, cuando vi su letra en el sobre, creรญ que me devolvรญa el dinero que me debรญa, mรกs de trescientos dรณlares. No se me olvidaba el dinero porque las cosas habรญan cambiado y me hacรญa falta. Aunque mandara el poema a mi nombre, no estaba segura de quรฉ querรญa decirme con ese poema, ni quรฉ querรญa que pensara que querรญa decirme, ni con quรฉ intenciรณn me lo mandaba. Habรญa puesto en el remite su direcciรณn, pero, aun sabiendo que quizรก esperaba una respuesta, no sabรญa quรฉ contestarle. No se me pasรณ por la cabeza mandarle otro poema, ni sabรญa quรฉ tipo de carta podรญa servir de respuesta a ese poema. Al cabo de unas semanas, se me ocurriรณ una manera de contestarle, contรกndole lo que pensรฉ cuando recibรญ su envรญo, lo que creรญ que me mandaba y cรณmo descubrรญ que era otra cosa, cรณmo lo leรญ y lo que pensรฉ que quizรก querรญa decirme mandรกndome un poema sobre la ausencia, la muerte y el reencuentro. Todo eso lo escribรญ como si fuera un relato, una historia, algo que me parecรญa tan impersonal como su poema. Aรฑadรญ una nota en la que decรญa que me habรญa resultado difรญcil escribir el relato. Mandรฉ mi respuesta a las seรฑas que aparecรญan en el remite, pero no volvรญ a recibir noticias suyas. Copiรฉ la nueva direcciรณn en mi agenda y borrรฉ la antigua, que el tiempo habรญa invalidado. Ninguna direcciรณn le duraba mucho y en mi agenda, donde aparece su nombre, el papel estรก gastado a fuerza de borrar.
*
Pasรณ otro aรฑo. Estaba de vacaciones en el desierto con un amigo, no lejos de la ciudad donde รฉl habรญa vivido, y decidรญ buscarlo en su รบltima direcciรณn. Me habรญa sentido rara e incรณmoda durante el viaje, porque el hombre con el que iba me parecรญa un extraรฑo. La primera noche bebรญ demasiado, perdรญ el sentido de la distancia en el paisaje iluminado por la luna, y, borracha, me empeรฑaba en atravesar las cavidades blancas de las peรฑas, que me parecรญan blandas como almohadas, mientras รฉl intentaba sujetarme. La segunda noche me quedรฉ en la cama, en el motel, bebiendo Coca-Cola sin apenas dirigirle la palabra. La maรฑana siguiente la pasรฉ a lomos de un caballo viejo, el รบltimo de una larga fila de caballos, cabalgando entre colinas, subiendo para volver a bajar, mientras รฉl, harto de mรญ, iba de roca en roca en el coche alquilado.
En cuanto salimos del desierto, nuestra relaciรณn se volviรณ mรกs agradable. Mi amigo conducรญa y yo le leรญa en voz alta un libro sobre Cristรณbal Colรณn, aunque, segรบn nos acercรกbamos a la ciudad, mรกs preocupada me sentรญa. Dejaba de leer y miraba por la ventanilla, pero sรณlo percibรญa fragmentos aislados de lo que veรญa mientras nos acercรกbamos al mar: un barranco de eucaliptos que descendรญa hasta el agua; un cormorรกn negro posado sobre un monolito de piedra caliza blanca, a la que la erosiรณn habรญa dado forma de reloj de arena; un embarcadero con una montaรฑa rusa; la cรบpula de una casa que, junto a una palmera, dominaba la ciudad; un puente sobre la ferrovรญa que corrรญa ante nosotros y a nuestra espalda. Cuando tomamos la direcciรณn norte, hacia la ciudad, nos acercamos a los raรญles del tren, que, a veces a la vista, desaparecรญan cuando se adentraban en el interior y nuestra carretera seguรญa acantilado arriba, a orillas del mar.
Al dรญa siguiente, por la tarde, salรญ sola y comprรฉ un plano. Me sentรฉ a consultarlo en una tapia, que notรฉ frรญa, aunque el sol calentaba. Un desconocido me dijo que la calle que yo buscaba estaba demasiado lejos para ir a pie, pero fui a pie. Cada vez que llegaba al final de una cuesta, miraba el mar y veรญa puentes y veleros. Cada vez que bajaba a otra hondonada, volvรญan a rodearme las casas blancas.
No habรญa previsto que, andando, la ciudad llegara a parecerme tan grande, ni que mis piernas se cansaran tanto. No habรญa previsto que, al cabo de un rato, me deslumbrara el sol que daba en las fachadas blancas de las casas, que caรญa a plomo hora tras hora sobre las fachadas cada vez mรกs blancas, y luego menos blancas con el paso de las horas, cuando ya los ojos empezaban a dolerme. Cogรญ un autobรบs, pero me apeรฉ pronto y seguรญ andando. Aunque todo el dรญa habรญa lucido el sol, al final de la tarde hacรญa fresco a la sombra. Pasรฉ por delante de varios hoteles. No sabรญa exactamente dรณnde estaba, aunque mรกs tarde, cuando salรญ de aquel barrio, entendรญ el recorrido que habรญa hecho.
Por fin, despuรฉs de seguir unas veces el camino correcto y otras el equivocado, lleguรฉ a su calle. Era la hora punta de la tarde. Hombres y mujeres en ropa de trabajo me adelantaban o se cruzaban conmigo. El trรกfico era lento. El sol, poniรฉndose, dejaba sobre las casas una luz amarilla oscura. Yo estaba asombrada. No me habรญa imaginado que esta parte de la ciudad pudiera ser asรญ. Ni siquiera me habรญa creรญdo que existiera esa direcciรณn. Pero allรญ estaba el edificio de tres plantas, pintado de azul claro, un poco destartalado. Lo observรฉ desde la acera opuesta, subida a un escalรณn en el que, escrito con azulejos, se leรญa el nombre de una farmacia, aunque la puerta que tenรญa a mi espalda pertenecรญa a un bar.
Hacรญa mรกs de un aรฑo que habรญa copiado en mi agenda esa direcciรณn, y con precisiรณn me habรญa imaginado, como si la hubiera soรฑado, una calle de casas amarillas de dos plantas, con gente que entraba y salรญa, bajando y subiendo los peldaรฑos del portal, e incluso me habรญa imaginado a mรญ misma ante la casa, en un coche aparcado en diagonal en la acera opuesta, vigilando la entrada y las ventanas. Lo habรญa visto salir de la casa pensando en sus cosas, con la cabeza gacha, pisando con fuerza los escalones. O, mรกs despacio, bajando los escalones, con su mujer, como ya lo habรญa visto dos veces sin que รฉl supiera que lo observaba, una vez desde lejos, parados en la acera junto a un cine, y, otra vez que estaba lloviendo, a travรฉs de la ventana de su apartamento.
No estaba segura de si le dirigirรญa la palabra, porque cuando me imaginaba la situaciรณn veรญa tal rabia en su cara que me descomponรญa. Sorpresa, rabia y pavor, porque me tenรญa miedo. La cara era inexpresiva, impasible, con los pรกrpados caรญdos y la cabeza echada un poco hacia atrรกs. ¿Quรฉ iba a hacerle yo ahora? Retrocederรญa un paso como si asรญ pudiera mantenerse fuera de mi alcance.
Aunque vi que el edificio existรญa, no creรญ que existiera su apartamento. Y si su apartamento existรญa, no creรญ que pudiera encontrarme su nombre escrito junto al timbre. Entonces crucรฉ la calle y entrรฉ en el edificio en el que รฉl habรญa vivido, recientemente quizรก, con toda seguridad hacรญa menos de un aรฑo, y leรญ los apellidos ard y pruett en una cartulina blanca, al lado del timbre de su apartamento, el nรบmero 6.
Mรกs tarde caรญ en la cuenta de que esa extraรฑa pareja de sexo indeterminado, ard y pruett, serรญan quienes habรญan descubierto todo lo que dejรณ: los trozos de cinta adhesiva pegada a las cosas, los clips y las chinchetas entre los listones del suelo de madera, los agarradores y los botes de especias o las tapaderas de las cacerolas detrรกs de la cocina, el polvo y las migajas en los rincones de cada cajรณn, las esponjas acartonadas y sucias debajo de la baรฑera y del fregadero que alguna vez usรณ con su energรญa habitual para limpiar cualquier tipo de superficie o recipiente, la ropa colgada y olvidada en lo mรกs oscuro del armario, trozos de madera astillada, agujeros de clavos en la pared y, alrededor o cerca, manchas y araรฑazos que parecerรญan fruto del azar por el simple hecho de que Ard y Pruett no podรญan saber a quรฉ propรณsito obedecรญan. Me sentรญ inesperadamente unida a esas dos personas, aunque no me conocieran y aunque jamรกs las hubiera visto, porque tambiรฉn ellas habรญan convivido con รฉl en una especie de intimidad. Pero, claro, cabรญa la posibilidad de que fueran otros los inquilinos que encontraron lo que รฉl dejรณ, y de que Ard y Pruett hubieran encontrado las huellas de otra persona.
Decidida a dar con รฉl, y puesto que ya estaba allรญ, llamรฉ al timbre. Si fracasaba esta vez, abandonarรญa. Llamรฉ, y llamรฉ de nuevo, y volvรญ a llamar. Esperรฉ en la calle lo suficiente para aceptar que habรญa llegado, por fin, al final de un viaje necesario.
Habรญa emprendido a pie el camino a un lugar que estaba demasiado lejos. No parรฉ cuando se hizo muy tarde y estaba al lรญmite de mis fuerzas. Recuperรฉ parte de mis fuerzas cuando me acerquรฉ adonde รฉl habรญa vivido. Seguรญ adelante, dejรฉ atrรกs su casa, hacia Chinatown y el barrio de las prostitutas, los almacenes de la bahรญa, y el mar, pensando, intentando aprenderme la ciudad de memoria, y, aunque รฉl ya no viviera en esa casa, y mi cansancio fuera tanto, y tuviera que seguir andando, y siempre me quedaran mรกs cuestas que subir, haber estado allรญ me calmaba, no me sentรญa asรญ desde que รฉl me abandonรณ, como si, aunque รฉl no estuviera, lo hubiese reencontrado.
Quizรก lo que hacรญa posible que recuperara la calma, y que le pusiera fin a aquella historia, era el hecho de que รฉl no estuviera allรญ. Porque si รฉl hubiera estado allรญ, todo habrรญa continuado. Yo habrรญa reaccionado de alguna forma, aunque sรณlo fuera yรฉndome lejos, a seguir dรกndole vueltas al asunto. Ahora podรญa dejar de buscarlo.
Pero el momento en que supe que abandonaba, cuando me di cuenta de que mi bรบsqueda habรญa terminado, llegรณ un poco mรกs tarde, mientras descansaba en una librerรญa de aquella ciudad, con el sabor en la boca de un tรฉ malo y amargo que me dio un desconocido.
Habรญa entrado a descansar en aquel viejo edificio con suelos de madera que crujรญan, una escalera estrecha que conducรญa a la planta baja, luz mortecina en el sรณtano, y mรกs salubridad y claridad en la planta principal. Recorrรญ la librerรญa, bajรฉ y subรญ las escaleras, estante por estante. Me sentรฉ a ojear un libro, pero estaba tan cansada y tenรญa tanta sed que no podรญa leer.
Me acerquรฉ al mostrador, no lejos de la puerta. Un hombre triste, con una chaqueta de punto, ordenaba libros, apilรกndolos. Le preguntรฉ si habรญa agua, si podรญa darme un vaso de agua, aunque yo sabรญa que lo mรกs seguro es que no hubiera agua en una librerรญa. Me dijo que no habรญa agua, pero que podรญa ir a un bar que habรญa cerca. Lo dejรฉ sin contestarle y subรญ unos cuantos peldaรฑos, a la sala desde la que se veรญa la calle. Volvรญ a sentarme a descansar mientras la gente se movรญa en silencio a mi alrededor.
No habรญa querido ser grosera con el hombre: simplemente no pude abrir la boca y hablar. Hubiera necesitado toda mi energรญa para expulsar el aire de los pulmones y producir algรบn sonido, y me habrรญa dolido, o me habrรญa exigido algo de lo que no podรญa desprenderme en ese momento.
Abrรญ un libro y mirรฉ una pรกgina sin leerla, luego hojeรฉ otro libro de principio a fin sin entender lo que veรญa. Pensรฉ que el hombre del mostrador me tomarรญa probablemente por una vagabunda, porque la ciudad estaba llena de vagabundos, en especial de esos que disfrutan sentรกndose en una librerรญa a la hora en que oscurece y la tarde se enfrรญa, y se atreven a pedir un vaso de agua, e incluso a ser groseros si no se les da. Y, puesto que, cuando lo dejรฉ sin contestarle, su expresiรณn de sorpresa y acaso de preocupaciรณn me hacรญa pensar que me confundรญa con una vagabunda, de pronto sentรญ que quizรก yo fuera lo que me consideraba aquel hombre. Otras veces me habรญa sentido sin nombre ni cara, recorriendo de noche las calles, o bajo la lluvia, cuando nadie sabรญa por dรณnde andaba yo, y ahora, sin esperรกrmelo, esa impresiรณn habรญa sido confirmada por el hombre del mostrador. Mientras me miraba, salรญ volando de quien yo creรญa ser, y me volvรญ neutra, incolora, insensible: una u otra opciรณn eran equivalentes, quien yo pensaba ser, la mujer cansada que pedรญa agua, y lo que aquel hombre me consideraba, y cabรญa la posibilidad de que ninguna de las dos coincidiera con la verdad que nos habrรญa unido, asรญ que รฉl y yo, mirรกndonos a travรฉs del mostrador, estรกbamos mรกs separados de lo que parece normal entre dos desconocidos, aislados como en un banco de niebla, silenciados los pasos y las voces que tenรญamos cerca, baรฑados por una mรญnima fuente de claridad, un momento antes de que yo, en mi nuevo personaje de vagabunda, demasiado cansada y desorientada para hablar, me apartara sin contestar y entrara en la otra sala.
Pero, mientras yo pensaba estas cosas, el hombre se acercรณ a donde yo me sentaba, junto a una estanterรญa. Se inclinรณ y, muy amable, me preguntรณ si querรญa una taza de tรฉ, y cuando me la trajo le di las gracias y me la bebรญ. Estaba caliente y era fuerte, pero tan amargo que me dejรณ la boca seca.
*
รste parecรญa ser el final de la historia, y tambiรฉn fue por un momento el final de la novela: la taza de tรฉ amargo tenรญa algo de definitivo. Luego, aunque seguรญa siendo el final de la historia, lo puse al principio de la novela, como si necesitara contar primero el final antes de contar el resto. Hubiera sido mรกs sencillo empezar por el principio, pero el principio significaba poco sin lo que venรญa a continuaciรณn, y poco significaba lo que venรญa a continuaciรณn sin el final. Quizรก me negaba a elegir un punto desde donde comenzar, o querรญa contar al mismo tiempo toda la historia y todas sus partes. Como dice Vincent, lo que quiero supera muchas veces lo posible.
Si alguien me pregunta de quรฉ trata la novela, le dirรฉ que de perder a un hombre, porque no sรฉ quรฉ decir. Pero es verdad que durante mucho tiempo no supe dรณnde se encontraba, aunque lo supe y lo dejรฉ de saber, lo volvรญ a saber y volvรญ a perderlo. Viviรณ en las afueras de una pequeรฑa ciudad a unos cientos de kilรณmetros de aquรญ. Trabajรณ para su padre, que es fรญsico. Ahora podrรญa estar dando clases de inglรฉs para extranjeros, o enseรฑรกndoles a redactar a hombres de negocios, o dirigiendo un hotel. Podrรญa estar en otra ciudad, o en ninguna ciudad, aunque una ciudad me parece mรกs probable que un pueblo. Podrรญa seguir casado. Me han dicho que ha tenido una hija con su mujer y que le han puesto el nombre de una ciudad europea.
Cuando me mudรฉ a este pueblo hace cinco aรฑos, dejรฉ de imaginarme que se presentarรญa de pronto porque me parecรญa inverosรญmil. No resultaba tan inverosรญmil en otros sitios donde vivรญ. Por lo menos en tres ciudades y dos pueblos seguรญ esperรกndolo: si paseaba por la calle, imaginaba que venรญa a mi encuentro. Si iba a un museo, estaba segura de que me esperaba en la prรณxima sala. Pero no lo vi nunca. Podrรญa haber estado allรญ, en la misma calle o incluso en la misma habitaciรณn, mirรกndome, a unos metros de distancia. Quizรก se habรญa esfumado antes de que me diera cuenta.
Sabรญa que seguรญa vivo en alguna parte, y pasรฉ varios aรฑos en una ciudad que รฉl seguramente visitarรญa, aunque mi barrio era una zona sucia y decrรฉpita, portuaria. Pero mis esperanzas de verlo crecรญan cuando mรกs me acercaba al centro de la ciudad. Me sorprendรญa a mรญ misma caminando detrรกs de una figura que me resultaba familiar, ancha, musculosa, no mucho mรกs alta que yo, con el pelo liso y rubio. Entonces volvรญa la cabeza y la cara no se parecรญa a la suya: ni la frente, ni la nariz, ni las mejillas, todo feo de pronto por la รบnica razรณn de que habรญa sido suyo y ya no lo era. O desde lejos venรญa hacia mรญ un hombre que tenรญa su mismo porte, tenso, arrogante. O, cerca, en un vagรณn de metro atestado, veรญa los mismos ojos azul pรกlido, la piel rosada y pecosa, o unos pรณmulos prominentes. Una vez los rasgos eran los mismos, pero exagerados, como si la cabeza fuera una mรกscara de goma: pelo del mismo color pero mรกs fino, ojos tan claros que eran casi blancos, frente y pรณmulos tan abombados que resultaban grotescos, carne descolgada de los huesos, labios apretados como en un arrebato de ira, el cuerpo ancho hasta lo absurdo. Otra vez, la versiรณn de su cara era tan indefinida, tan tersa y franca, que vi cรณmo, con el tiempo, acabarรญa convirtiรฉndose en la cara que yo habรญa querido tanto.
Vi su ropa en mucha gente: de tela buena pero basta, a menudo raรญda o gastada, siempre limpia. Habรญa llegado a creer, aunque sabรญa que era absurdo, que si un nรบmero suficiente de individuos vestรญan la misma ropa en el mismo sitio, รฉl aparecerรญa atraรญdo por una especie de magnetismo. O imaginaba que un dรญa verรญa a un hombre exactamente con la misma ropa que รฉl, una chaqueta de cuadros roja de leรฑador, o una camisa de franela celeste, y pantalones blancos de pintor, o unos vaqueros con vuelta, y ese hombre tendrรญa el pelo entre dorado y rojizo y peinado a un lado sobre la frente amplia, ojos azules, pรณmulos prominentes, labios duros, un cuerpo ancho y fuerte, un porte a la vez tรญmido y arrogante, y el parecido serรญa completo, hasta el รบltimo detalle, el toque de rosa en el blanco de los ojos, o las pecas en los labios, o la mella en la paleta, como si hubieran reunido todos sus componentes y sรณlo faltara la palabra adecuada para convertir a ese hombre en รฉl.
Fragmento de El final de la historia, la primera novela de Lydia Davis (2004), que saldrรก el 4 de noviembre en la editorial Alpha Decay.
Es traductora al inglรฉs de Proust, Flaubert y Foucault, y autora de cuentos breves. En 2011 Seix Barral los publicรณ en espaรฑol. Este aรฑo obtuvo el Man Booker Prize.