Creadora de silencio

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Menchu Gutiérrez

Decir la nieve

Madrid, Siruela, 104 pp.

 

La propuesta literaria de Menchu Gutiérrez (Madrid, 1957) –se ha dedicado a la poesía, la traducción, la narrativa y también al ensayo– ha conseguido conformar un universo propio y original que, a medida que crece, va abandonando progresivamente la marginalidad para ocupar un lugar de referencia.

Afirmar que ha conseguido crear un universo propio cuando se habla del caso de Menchu Gutiérrez significa ir mucho más allá del tópico para, precisamente, desnudarlo de las perversiones sufridas por el uso promiscuo y recuperar su significado genuino. Eso es, también, lo que debería conseguir la poesía de verdad y es, asimismo, la búsqueda en la que Gutiérrez está inmersa. A lo largo de sus libros se ha adentrado en un territorio tenebroso en busca de los significados que puedan ayudar a avanzar en el conocimiento de la realidad.

En los textos que presentan el breve ensayo Decir la nieve ella misma afirma estar convencida de que la mejor forma de comunicar algo es a través de la emoción. Esa es una de las claves de toda su obra, y no solo de este texto en el que se apoya en su propia experiencia de la relación con la nieve. El propósito es indagar sobre los significados que se le han atribuido a ese fenómeno que considera casi mágico y que identifica con la creación literaria. El punto de partida es la nieve y su presencia en la escritura de una infinidad de autores, pero realmente estamos asistiendo a la concreción del arte poético de la autora.

Menchu Gutiérrez se fija en la nieve porque en ella encuentra reunidos la mayoría de los factores que definen su concepción de la escritura e, inevitablemente, de la vida. Se nos dice que el origen más remoto de este ensayo se encuentra en una invitación para intervenir en un ciclo de conferencias dedicado a las imágenes y los espacios de la literatura. El tema escogido ha sido la nieve porque a través de ella puede hablar de aspectos tan fundamentales en su propia producción como el silencio, los misterios que se esconden bajo la apariencia de la realidad o las contradicciones que se establecen entre los distintos significados de un mismo fenómeno. Ella misma explica cómo todo lo que escribe está relacionado con una imagen y unas palabras que escribió mucho tiempo atrás: “Con hilo rojo / la mujer de luto / bordaba rosas en la nieve.” La necesidad, pues, de entender qué significa para ella esa imagen la empuja a una escritura en la que las propias experiencias no son suficientes para llegar a conclusiones satisfactorias.

En un determinado momento, Menchu Gutiérrez afirma que la nieve, como la escritura, se convierte en espejo de quien la observa. Y en ambos casos, la imagen que se devuelve reflejada no es solo la del observador, sino que agrupa todo aquello que lo conforma: sus experiencias y sus lecturas. Por eso la nieve a veces resulta reconfortante, familiar, festiva o purificadora y, en cambio, otras ocasiones es una amenaza, una capa de misterio o un muro que aísla. Por lo mismo, ejerce una función idéntica a la de la creación literaria, puesto que refleja una serie de sensaciones, imágenes y representaciones que invitan a ser descifradas mediante la escritura, o por lo menos como la concibe ella.

Para indagar en todos estos significados que comparten la nieve y la escritura, recurre a una amplísima lista de autores que ponen de manifiesto cuáles son las lecturas que han contribuido a la creación de su universo literario. En una concepción literaria en la que el silencio ocupa un lugar tan predominante –por los misterios y secretos que se esconden tras la ausencia de las palabras–, no sorprende la profusión de autores orientales que desfilan por estas páginas, como tampoco lo hace, por otros motivos, la presencia habitual de clásicos de la literatura infantil como Hans Christian Andersen o de poetas como Anna Ajmátova o Marina Tsvetáieva.

Si bien la independencia de su propuesta es uno de los rasgos más característicos de la obra de Menchu Gutiérrez, con este ensayo se sitúa en la línea de una serie de autores que han puesto de manifiesto sus dificultades para lidiar con una concepción literaria más tradicional. En algunas ocasiones, la exigencia de una trama por parte de la ficción en su sentido más estricto puede condenar a un encorsetamiento castrador. Claudio Magris, César Antonio Molina o Enrique Vila-Matas han mostrado que la suya es una creación que se basa en el ensayo literario, pero para superarlo y convertirlo en historias de personajes que acaban siendo las parábolas y las leyendas ejemplarizantes que se persiguen con la imaginación. Decir la nieve se sitúa en esta estela, para volver a demostrar que su literatura no conoce los límites impuestos por categorías preestablecidas. Sin embargo, los numerosos autores citados y la brevedad del ensayo de Gutiérrez le impiden adentrarse lo suficiente en los vastos y variados territorios que solo parece atisbar desde la superficialidad de algunas citas. Sí se llega a obtener una vista panorámica de las diferentes ventanas a las que se asoma para ampliar su visión del mundo, pero no se llega a transitar realmente cada uno de los universos literarios citados, con excepción del autor con el que se cierra el recorrido, Robert Walser –en este sentido, sorprende la ausencia de Vila-Matas, en cuya obra la nieve tiene una presencia muy destacada y que dedicó una de sus mejores novelas a la figura de Walser– y su deseo de desaparecer entre el bosque y la nieve:

 

Da la impresión de que en el bosque desaparecen todas las contradicciones de Walser, que la nieve borra cualquier estrategia ante la vida. Las vivencias, que como huellas están suspendidas en el aire, caen a tierra arrastradas por la nevada.

 

De la misma manera, las emociones y experiencias de cada uno de los autores interpretados por Gutiérrez, van cayendo levemente, completando un inquietante y extenso manto blanco para adentrarnos en un sinuoso camino que ha de conducirnos hasta el significado de la mujer vestida de negro que borda rosas rojas en la nieve. ~

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