Nos golpeó el vendaval populista; nos revolcó y no podemos salir del pasmo. Le echamos la culpa a las insuficiencias del liberalismo, al desgaste del discurso opositor, a la demagogia de los ganadores, a la crisis financiera del 2008, a los excesos del neoliberalismo.
Seis años después de la primera derrota nos volvieron a asestar otra, peor, porque en esta segunda está el riesgo de desaparecer la república y su división de poderes, y la democracia entendida no como mera mayoría sino como contención del poder autoritario.
Seguimos pasmados. La oposición, inexistente. Los liderazgos, ausentes. La ideología, sin poder de convencimiento. En estos momentos lo prudente es volver a la raíz, renovar desde ahí las ideas antes de emprender una nueva batalla. La raíz es la cultura. Y en el centro de la cultura está el libro.
Podría decir: en el terreno cultural no se podría estar peor. Pero definitivamente sí se puede estar peor y hacia allá vamos. El gobierno populista entiende la cultura como propaganda. Descuidó todas las áreas culturales; saqueó los fideicomisos; pervirtió, al ideologizarla, la educación. Un ejemplo cruel es la transformación de los canales de televisión cultural en sitios de vulgar propaganda. “Aquí no nos interesan los libros”, le dijo el nuevo director del Canal 22 a Javier Aranda Luna antes de despedirlo.
Al parecer, el gobierno entiende la cultura como la parte baja de la política. Otro ejemplo en donde impera el desastre es en el Fondo de Cultura Económica, que padece la dirección de Paco Ignacio Taibo II. No solo utiliza las librerías del Fondo para promover su propia obra, sino que impone sus ideas cortas a un mundo editorial que no entiende. El problema del libro, según él, se reduce a su precio. “Puedes tener la fantasía de que si el libro se vende a un peso vas a vender millones, pero no es cierto”, comenta René Solís, uno de los editores más experimentados de México (Entre libros y editores, Tusquets, 2024). El principal problema del libro es el de la distribución. “Más que barato, el libro debe ser accesible”, dice Solís.
Taibo es el responsable de la demagógica idea de abaratar los libros, abaratarlos en todos los sentidos: libros pedestres pero políticamente correctos, libros de sus amigos, libros mal hechos, con portadas desagradables, que no invitan al lector. Eso es lo que sucede cuando designan a un ideólogo a cargo de una institución que no comprende, como es el caso, también, del nombramiento de un ingeniero agrónomo al frente de Pemex. El resultado: la virtual quiebra de Pemex. El resultado de Taibo al frente del Fondo de Cultura y de Educal, la principal distribuidora de libros del gobierno: un desplome en los niveles de lectura en México. De acuerdo al INEGI, la población lectora en el país en 2024 representa solo el 68.5%, una caída del 12.3% respecto a 2016, cuando la población lectora era de 80.8%
También sugirió Taibo recientemente fusilar a los opositores por traición a la patria. Lo que en realidad está haciendo es devaluar la lectura en México, abaratando los libros, haciendo una competencia desleal a las editoriales y boicoteando las ferias de libros, como la de Minería.
El desastre del Fondo de Cultura y de la política de promoción de la lectura constituye un área de oportunidad para iniciativas privadas. Si el Estado no lo hace o lo hace muy mal, la sociedad debe ocupar ese espacio.
Hacia el final de su libro, René Solís advierte: “Hasta fechas recientes, entre un 40% o 50% de los libros producidos por la industria editorial han tenido un solo comprador: el Estado. ¿Qué exigencias ejercerá el Estado en el futuro inmediato ante los giros abruptos en programas y la inminente influencia ideológica en los contenidos?”. El punto es claro: el gobierno no solo hace un pésimo trabajo en la promoción de la lectura sino que va a introducir perniciosos contenidos ideológicos en lo que leerán los niños y jóvenes. La situación actual es muy mala, pero se va a poner peor.
La lectura como acto civilizatorio
Atravesamos un tiempo oscuro. Impera la violencia. México se ha convertido en una inmensa fosa de cadáveres (bajo el gobierno de López Obrador se encontraron más de 3 mil fosas clandestinas). Centenares de madres, esposas y hermanas buscan a sus familiares desaparecidos. El gobierno cuando no es cómplice es indolente ante el sufrimiento de la gente. Nos amanecemos con la noticia de una nueva masacre cada semana. Nos hemos vuelto una sociedad indiferente. No hay marchas contra la violencia, no hay marchas para exigir que el gobierno busque a los desaparecidos.
Hay una clara correlación entre la barbarie de la inseguridad y el deterioro del estado cultural y el desplome de la población lectora. No puedo hablar de causalidad sino de relación. La quiebra del estado cultural mexicano se corresponde con el periodo de mayor violencia en nuestra historia.
Recaímos en la barbarie. “Algunos, como Leonardo Sciascia, atribuye esto a la erosión de la palabra escrita”, sostuvo José Emilio Pacheco en una conferencia en noviembre de 1994 sobre “La lectura como placer”. En esa conferencia comentó Pacheco: “Un mundo sin lectura es un orbe en que el otro solo puede aparecer como el enemigo. No sé quién es, qué piensa, cuáles son sus razones. Sobre todo, no tengo palabras para dialogar con él. Por tanto solo puedo percibirlo como amenaza”.
José Emilio Pacheco tuvo la fortuna de nacer en el seno de una familia “que tenía si no grandes recursos al menos los suficientes para comprar libros”. Desde niño inició su vida como lector, “todo se facilita si el hábito comienza en los primeros años”. Entendió desde muy joven la función que, además del placer, cumplía la lectura. Esta “hace que las cosas sucedan dentro de mí. Por un instante yo soy el otro. La distancia queda abolida. Puedo entender la experiencia ajena porque momentáneamente la he vuelto propia”.
La literatura propicia la empatía, la solidaridad, la piedad: entender las razones del otro, entender su sufrimiento, tratar de auxiliar a quien lo necesita. Esos son valores que surgen de la lectura, de la cultura. Hay una relación, no causal, entre las declaraciones bárbaras del director del Fondo de Cultura exigiendo fusilamientos y la caída de los índices de lectura y de la comprensión lectora. El otro se vuelve ajeno, ya no es un prójimo ni un ciudadano que piensa diferente sino un enemigo.
Si la tendencia se mantiene, si el gobierno insiste en introducir nociones ideológicas en la educación y la cultura, el daño será irreversible. En su conferencia sobre la lectura nos advirtió José Emilio Pacheco: “Si desaparecen los libros y la lectura como hasta hoy los conocemos o si, como podría ser más probable, quedan en manos de una minoría que a partir de ellos ejerciera sin límites su poder, el mundo se volverá un lugar mucho más siniestro de lo que es ahora”. Advertidos estamos.
Los libros como salvación
Alfonso Reyes nació en Monterrey en 1889 en una casa repleta de los libros de su padre, el general Bernardo Reyes, hombre de armas y amante de la literatura y la historia. Para continuar sus estudios, el joven Reyes se trasladó a la Ciudad de México, en donde se encontró a un grupo de jóvenes talentosos: “Leían en voz alta, comentaban pasajes, estudiaban a los griegos y no sólo a ellos”, nos informa Alberto Enríquez Perea en Alfonso Reyes y los libros (INBAL/ UANL), 2024), cuaderno publicado para celebrar el Premio Alfonso Reyes 2024 concedido a Enríquez Perea. Muy merecido reconocimiento.
Integró Reyes con sus jóvenes condiscípulos el Ateneo de la Juventud. La situación familiar se iba agravando. Bernardo Reyes aspiraba a suceder a Porfirio Díaz: este, para aplacar sus ambiciones, lo envió a Europa. A su regreso la situación se volvió muy tensa. Díaz dejó el poder y se marchó de México. El joven Alfonso hizo todo lo posible para que su padre y Madero sostuvieran un encuentro y llegaran a un entendimiento. El encuentro se llevó a cabo pero terminó muy mal. Bernardo Reyes se vio obligado a viajar al norte para intentar reunir a sus seguidores. Alfonso quedó al frente de su casa, merodeada por violentos seguidores de Madero. Reyes temía que intentaran el asalto. Su madre estaba enferma, sus hermanas, aterradas. Con un arma en una mano y en la otra con un libro de Goethe o de Góngora, Reyes continuó leyendo y escribiendo. Finalmente, el 9 de febrero de 1913 su padre murió acribillado frente al Palacio Nacional. Mientras el país se convulsionaba, “las lecturas de Reyes se multiplicaban como se puede apreciar en sus artículos publicados y en su primer libro”, dice Perea. En medio del fragor revolucionario que estalló luego del asesinato de Madero, Reyes continuaba sus estudios. “Leer lo hacía respirar. Escribir era vivir”. Dice Reyes en un poema: “El alma de los libros despierta y se recobra. / Es la hora en que a diario, para seguir la obra, / enciéndese la lámpara al apagarse el sol”. Los libros como refugio, la cultura como salvación del espíritu.
Reyes, con su esposa, su hijo y sus libros, parte a París. Trabaja unos meses en la Embajada de México y luego lo despide el nuevo gobierno revolucionario: era hijo del general rebelde. Su situación se torna desesperada. Huyendo de la Revolución llega a Francia, buscando sosiego para desarrollarse, pero al poco tiempo estalla la Gran Guerra europea. Reyes vende parte de su biblioteca para sobrevivir. No deja nunca de tener “nuevos y grandiosos proyectos de lecturas, de nuevas adquisiciones de libros, de obligada lectura”. Deja París y se marcha a España. Tiene que incorporarse de emergencia al periodismo para poder mantener a su familia. “Esperaba salir adelante, con lo que sabía hacer, trabajar; y escribir lo suficiente para poder vivir”, comenta Perea.
Teniendo como telón de fondo la Gran Guerra en Europa, Reyes no deja nunca de leer y escribir. “La cultura era y es –según Enríquez Perea– un faro de esperanza, de porvenir civilizado”. En medio de la barbarie, de la guerra y de la muerte, Alfonso Reyes no deja de tener claro que “solo la obra de la cultura, construyendo lentamente un ideal nacional y descubriendo los caracteres propios de una tradición, se puede lograr el bien definitivo de un pueblo”.
Celebrar en estos días oscuros el Premio Alfonso Reyes a Alberto Enríquez Perea me da oportunidad de subrayar que, en tiempos mucho más difíciles (la Revolución, la Primera Guerra mundial) Alfonso Reyes encontró en los libros y la cultura un apoyo para reconstituirse en lo personal, para encontrar un estilo propio, para convertirse en uno de los grandes estudiosos de la literatura española, sin dejar de escribir poemas, cuentos y ensayos. Reyes encontró en la literatura un nuevo horizonte, construyó un espacio de civilización y de concordia.
Es necesario concentrarse en la cultura para construir un nuevo discurso político. La salida del pasmo actual no vendrá de los partidos y las ideologías. Tendrá que venir de lo más hondo, de la construcción de un espacio cultural de donde vuelvan a surgir atisbos de tolerancia, pluralidad, libertad y justicia.
La quiebra del estado cultural mexicano deja abierto un espacio que puede ser ocupado con imaginación e inteligencia. Está el ejemplo de José Emilio Pacheco reaccionando con poemas y ensayos ante la barbarie que lo acecha. Está el ejemplo de Alfonso Reyes dedicado al estudio y la creación mientras el mundo parecía desplomarse. Es necesario poner la raíz en el centro. La raíz que es la cultura. La raíz que es la lectura. La raíz que son los libros. Desde ese espacio podemos comenzar a recuperar el país. ~