Ferran Toutain
Imitació de l’home
Barcelona, La Magrana, 2012,
265 pp.
Si somos porque imitamos o imitamos porque somos es la gran pregunta de Ferran Toutain en Imitació de l’home, uno de los ensayos más inteligentes y sustanciosos que en estos tiempos han sido publicados en catalán. La ideología, por ejemplo, es una construcción mimética de los sistemas filosóficos, pero con la diferencia de que no pretende comprender el mundo sino negarlo. Así llegan las masas, del modo que prenunció Ortega, a la brutalización de la política tras la Gran Guerra. Contra la moral de la identidad existe la moral de perfección, de escasa fuerza en aquellos momentos en que, como ahora, la cultura de la queja, por su propia razón de ser, es una de las formas de imitación más vertiginosas. Ferran Toutain, en El malentès del noucentisme(1996) o Sobre l’escriptura (2000) ya despuntó como un ensayista de finesse, con un alcance intelectual poco frecuente. Entre otras cosas, lo que argumenta Imitació de l’home, por contraste con la cultura de la queja que es constitutiva del nacionalismo actual, es que no vivimos según la razón, sino según la imitación. Son los goces del rebaño. En no pocos aspectos, hablamos de un lifting sin fin.
La imitación puede ser sometimiento, pero también desafío. Es la senda que Gombrowicz abrió genialmente al decir que ser hombre significa imitar al hombre, cartografiando los vínculos de cada individuo con su máscara. Toutain lo razona y aplica franjas de su memoria personal para indagar el sistema de la experiencia de imitar. La impostura sería el hombre auténtico y no el hombre que imita al hombre. En último término –dice– la madurez no puede ser otra cosa que la excelencia en la representación del propio papel. En Imitació de l’home las referencias son de una amplitud inusual, desde Gombrowicz como explorador único de la selvas de la imitación a Musil, Ingmar Bergman, Dalí, Maupassant, Jünger, el delicioso Plinio el Joven, Walter Lippmann, Proust, la ciencia de las neuronas espejo, las crías de chimpancé huérfanas de madre, un aforismo de Chamfort, recuerdos de infancia o la sociología del olvidado Gabriel Tarde.
Con ejemplos de su experiencia personal y rasgos de memorialista, Toutain explica como el niño constantemente imita a sus mayores, imita roles, identidades. ¿Sería eso una enajenación de la voluntad? De hecho, la responsabilidad de un crimen ideológico nunca descarga su peso en la voluntad de quien lo comete, sino en la concatenación de las cosas. De ahí, según Imitació de l’home, el éxito contemporáneo de las identidades colectivas, con la finalidad paradójica de vivir la ilusión de ser original. Al final del laberinto, tras la máscara no hay una cara. Por la mímesis se afirma un yo que ya solo puede ser colectivo. Nada se parece más a una personalidad única que otra personalidad única, dice Toutain. La imitación protege, incluso otorga reconocimiento. Puede ser también trágica, como lo fue la imitación en vivo del suicidio de Werther en la ficción. Y a la vez, es de utilidad para el deseo natural de seguridad y protección, porque permite negar la evidencia si es con la complicidad de muchos.
Por eso Toutain insiste en que la metáfora es un afán mimético por calcar la unidad del hombre y del mundo. Otro muy distinto es el humor, un sistema para poner en evidencia el absurdo de nuestra condición mimética. De hecho, los conflictos de tanta naturaleza imitativa hoy tienen su nuevo escenario en Facebook, Twitter o la banal emulación de los ídolos mediáticos, del mismo modo que tuvimos en el lejano pasado una vecina que imitaba a Lana Turner, con lo que era ya Lana Turner, con albornoz blanco y turbante. El Quijote es eso, la imitación del hombre por el hombre. De modo equiparable, para Musil un hombre de identidad completa no es sino la suma de centenares de miles de personas idénticas. En caso extremo, la televisión certifica procesos de idiotización mimética. En definitiva, uno no se singulariza como no sea por imitación.
De aplicar la teoría de Toutain, la explicación por la ausencia de grandes personalidades, paradigmas de conducta, en el mundo actual se debería a que nadie imita a los grandes hombres porque no los hay. ¿Para qué imitar a Napoleón si la guerra la hacen robots? ¿Para qué ser quijotesco si solo cuenta la psicoterapia? Al contrario, lo que se da es la mímesis en cuanto a mediocridad trivial. La emulación del héroe pagaría un IVA insostenible. Por eso la sociedad igualitariamente emocional sustituye a la hegemonía del carácter. Coraje moral, sensatez o virtud pública no están en la agenda activista de los sistemas de imitación. El rasero de Twitter rebaja las expectativas ejemplares a la hora de imitar. La identidad por mímesis resulta ser un camuflaje con nada detrás. Ser hombre implica ser artificial, decía Gombrowicz en los orígenes de Imitació de l’home. El mismo mecanismo representa hoy ser banal. Como ocurre con la estupidez, lo banal y la mediocridad son imitados y se propagan como una pandemia, con la asistencia tan efectiva de la televisión.
En toda indagación sobre la mímesis humana hay un propósito moral, una inducción existencial. Steven Pinker habla de cómo los niños son psicólogos intuitivos que se dan cuenta de las intenciones de otras personas antes de copiar lo que estas hacen. Esta es la diferencia del autismo: poder captar representaciones físicas, como mapas o gráficos, pero no representaciones mentales. Al final, ser libre es una forma de imitación. ¿En qué consiste ser hombre si no hay otro horizonte que la imitación? ¿Son lo justo y lo verdadero simples ecos de la mímesis? El ensayo de Ferran Toutain ofrece algunas respuestas que a su vez son la imitación del acto de responder. Con los tiempos que corren, la menos destructiva de las opciones es poder y saber elegir a quien imitar. Digamos que esa es la personalidad posible y real. ~
(Palma de Mallorca, 1949) es escritor. Ha recibido los premios Ramon Llull, Josep Pla, Sant Joan, Premio de la Crítica, entre otros.