La madre de todas las batallas

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Ángeles de la Concha y Raquel Osborne (coords.), Las mujeres y los niños primero (discursos de la maternidad), Icaria, Barcelona, 2004, 287 pp.

 
     En la Declaración de los Derechos del Hombre, la Revolución Francesa proclamó que “todos los hombres nacen libres e iguales”. La ambigüedad del sujeto —como en español, “hombre” en francés puede significar varón o ser humano— permitía excluir, sin necesidad de especificarlo, a la mitad de la población, y hacía prever una larga batalla al respecto. Y efectivamente, algunas y algunos —Poulain de la Barre, Olympe de Gouges, Mary Wollstonecraft….— exigieron la aplicación universal, coherente con sus propios principios, de los nuevos derechos, y crearon así, en su sentido moderno, el feminismo, “hijo no deseado de la Ilustración”, como bien lo define Celia Amorós. Otros ilustrados o revolucionarios, en cambio, defendieron lo contrario: la perpetuación, sobre nuevas bases, de la desigualdad entre los sexos. Esa teorización es obra sobre todo de Rousseau, cuyas ideas fundamentan el discurso romántico y victoriano de la feminidad. Según esta visión, la educación de los niños —futuros ciudadanos—, la moral de las familias —y por extensión, de la sociedad— y la esfera de los sentimientos —destinada a compensar la creciente deshumanización del mundo exterior capitalista en el que se mueven los varones— son misiones femeninas, y requieren el confinamiento de las mujeres en el hogar. La nueva piedra de toque para justificar la desigualdad ya no es, como en el pasado (o en el presente del integrismo islámico), la demonización de la mujer, asociándola con la sexualidad, sino su exaltación, identificándola con la maternidad. Es así como la figura de la madre se convierte en la madre de todas las batallas en torno a la condición femenina.
     Las relaciones del feminismo con la maternidad han sido, por lo menos, incómodas. Es obvio que la maternidad es el talón de Aquiles de la emancipación femenina, la trampa ideológica y la tentación biográfica más sutil a la que se enfrentan las mujeres; pero la mitificación de que es objeto, el consenso social a su alrededor, amén de la obvia necesidad de procrear para perpetuar la especie, hacen muy difícil atacarla de cara. Además, si la relación con la madre es siempre, para todos, algo complejo, ambivalente, lo es más en el caso de las mujeres feministas, que suelen ver en la madre un modelo de feminidad sometida que rechazan. La posición frente a la maternidad condiciona y define cualquier programa sobre la condición femenina. El feminismo conservador no puede ser sino timorato en sus propuestas (lo hemos visto con el gobierno del PP) al no cuestionar la atribución exclusiva, o casi, a las mujeres, del ámbito familiar y el cuidado de los hijos. Pero el feminismo progresista tampoco ha ofrecido soluciones convincentes: no sabiendo qué hacer con la maternidad, ha tendido a subestimarla o incluso, sutilmente, a denigrarla (caso de Simone de Beauvoir). Por su parte, el llamado feminismo de la diferencia, exaltando la maternidad y el cuerpo femenino, convierte la biología en esencia y destino. Seguimos, pues, con la maternidad como caballo de batalla.
     Por eso hay que dar la bienvenida a esta colección de reflexiones reunidas por Ángeles de la Concha y Raquel Osborne que ahora comentamos: es un estado de la cuestión muy amplio —abarca de la filosofía al cine, pasando por las políticas públicas, el psicoanálisis, la religión y la literatura—, y en general —no siempre— coherente y convincente. Pero antes de proceder a un comentario global, conviene resumir cada uno de los textos.
     En “Perfiles filosóficos de la maternidad”, Alicia Puleo expone de modo claro y didáctico el doble discurso sobre la madre a partir de la Ilustración: el del desprecio versus el del elogio, siendo éste un “regalo envenenado” que llega, por un camino distinto, a los mismos resultados que aquél. Puleo resume las posiciones de los principales autores, de Rousseau a Vandana Shiva pasando por Otto Weininger o Simone de Beauvoir, y concluye con sensatez que debemos “lograr otra definición del ser humano menos dualista, que reúna Naturaleza y Cultura para ambos sexos”.
     En el siguiente capítulo, Cristina Molina nos ofrece una reflexión mucho más interesante y original de lo que podía esperarse —dado lo trillado del tema— sobre “Modelos e imágenes de la madre en la tradición católica”. Nos muestra cómo en el cristianismo la divinidad es exclusivamente masculina: a diferencia de las de otras religiones, la trinidad cristiana no incluye ninguna figura femenina; la Virgen es madre de Dios, pero no Diosa madre: carece de la autoridad y el poder destructor característicos de los dioses propiamente dichos. Otras consideraciones, sobre cuál fue exactamente el pecado de Eva (¿afán de saber?, ¿desobediencia?, ¿deseo sexual?…), sobre la leche y las lágrimas como única expresión permitida a las mujeres —expresión, significativamente, no verbal—, y sobre la santidad como una exaltación de lo femenino que destierra sin embargo a las mujeres concretas (prefigurando, nos dice provocativamente la autora, el devenir femme de los posmodernos), completan esta reflexión tan sugerente.
     En “El cuerpo a cuerpo con la madre en la teoría feminista contemporánea”, Beatriz Suárez Briones nos ofrece un buen resumen —completo, crítico, pero a la vez mesurado, sin las simplificaciones y prejuicios con que cierto feminismo aborda el psicoanálisis— de lo que la madre representa para el inconsciente: complejo de Edipo, identificación entre lo maternal y la muerte… y termina con un recorrido, quizá demasiado apresurado, por el significado de lo maternal en Lacan, Derrida y las teóricas de la écriture féminine.
     La lingüista Mercedes Bengoechea aporta, como siempre, un ángulo original, poniendo en paralelo la “invisibilidad o ausencia materna” frecuente en la literatura contemporánea, con diversas investigaciones que analizan el uso que hacen del lenguaje las madres en el trato con los niños. Bengoechea señala que son las mismas madres quienes tienden a “invisibilizarse” para dar el protagonismo a sus hijos, y apunta —aunque esta segunda parte de su artículo no termina de encajar con la primera— que esas estrategias verbales deberían evaluarse positivamente, como invitaciones al diálogo y al respeto mutuo que constituyen una crítica o alternativa al autoritarismo de la cultura patriarcal.
     Desde el psicoanálisis, Silvia Tubert aborda por su parte una problemática aparecida en los últimos años: la de las nuevas tecnologías reproductivas (NTR). En su reflexión, una de las más profundas de este libro, Tubert empieza recordándonos algo que las mismas feministas olvidan a menudo: que “la mujer es un sujeto y no un mero sustrato corporal de la reproducción, ni una ejecutora de un mandato social, ni la encarnación de un ideal cultural”. Y desde esa perspectiva, desmonta el doble espejismo alimentado por las NTR: por una parte la idea de que el deseo de hijo es algo natural y común a todas las mujeres —como si la naturaleza pudiera existir al margen de la subjetividad y la cultura, y como si no hubiera feminidad posible fuera de la maternidad—; por otra, la oferta de colmar el deseo mediante la técnica, una técnica que tratando el cuerpo como cosa y el deseo como deseo de una cosa —el hijo concebido como objeto— tiende en última instancia a la entera cosificación de lo humano.
     La visión de la maternidad en la literatura es abordada seguidamente por dos autoras, María Jesús Fariña Busto y Ángeles de la Concha. Ambas señalan que la relación madre-hija es un tema fundamental y recurrente en la literatura escrita por mujeres: Fariña analiza la obra de algunas escritoras hispanoamericanas, De la Concha tiene el acierto de analizar textos de procedencia geográfica muy diversa y enmarcar su análisis en una reflexión más amplia. El predominio del punto de vista de la hija, que revisa críticamente la figura de la madre —y no al revés—, la frecuente matrofobia —en tanto que la madre encarna y transmite la sumisión femenina—, la búsqueda de madres simbólicas (escritoras del pasado, por ejemplo) como modelo alternativo a las madres biológicas, y la conversión del embarazo y el parto en temas literarios, son algunos de los denominadores comunes en la literatura aquí estudiada.
     “En el cine” —así empieza el capítulo siguiente, debido a Pilar Aguilar— “aparecen muchos más policías, abogados, médicos, pandilleros o incluso prostitutas que madres”; por otra parte, “hay más y más variadas películas que escenifican las relaciones paterno-filiales que las materno-filiales”. (Aunque Aguilar no lo dice, señalaré que el contraste con lo que ocurre en literatura se explica por la sencilla razón de que la autoría femenina es mucho más escasa en el mundo del cine, lo que a su vez puede deberse a que hacer una película es infinitamente más complejo y costoso que escribir una novela.) Los filmes suelen presentarnos a las madres, cuando nos las presentan, desde el punto de vista del hijo varón (pues como señala la autora, en el cine “las mujeres no tienen historia que trascienda su relación con los hombres”) y estas madres suelen caer en una de estas categorías: “madres idílicas” que lo dan todo sin pedir nada a cambio; madres castradoras —”vampírico-pantanosas”, en el pintoresco e irónico léxico de Aguilar— y malas madres por defecto (mientras que el padre que no ejerce es presentado con notable simpatía: un ejemplo reciente sería El abrazo partido). Son muy pocas, muy recientes, y casi siempre escritas o dirigidas por mujeres, las películas que nos presentan madres interesantes, complejas, ajenas a los tópicos. Un sutil y combativo análisis de la película Solas completa esta interesante aportación.
     La última parte del libro, que aborda los cambios en el modelo de maternidad y familia en la España actual, es la menos satisfactoria. En “La maternidad en Occidente y sus condiciones de posibilidad en el siglo XXI”, Cristina Brullet repasa algunas tendencias recientes: desvinculación entre matrimonio y filiación, aumento de la monoparentalidad… Su texto, por desgracia, dice muy poco que no sepa cualquier persona medianamente informada: tiene a bien explicarnos, por ejemplo, que la igualdad entre los sexos inscrita en la Constitución “no significa un cambio automático en las prácticas”, o que “en el mundo occidental estamos experimentando la crisis del modelo de familia patriarcal”… En “Ruptura de la conyugalidad e individuación materna”, Sara Barrón expone los resultados de su investigación doctoral entre mujeres vascas divorciadas. Es un campo de estudio demasiado limitado para un libro que aspira, como este, a una reflexión global, pero aun así sus conclusiones son interesantes: muestra las nefastas consecuencias, tras el divorcio, de una asimetría de roles que en el matrimonio se considera normal.
     No deja de ser curioso —por no decir inquietante— que la figura que hasta ahora había sido el gran ausente de este libro, la figura inevitablemente complementaria a la de la madre: el padre, se introduzca sólo en el último texto, y se aborde desde la doble perspectiva del “declive de la función paterna” y el comportamiento de los padres divorciados. En su contribución, marcada por cierto maniqueísmo (con los padres divorciados en el papel de “malo de la película”), Raquel Osborne afirma que “poder prescindir del padre para constituir o continuar una familia” es “una realidad cada vez más viable”, dejándonos con la duda de si además de viable lo considera deseable, y si el cuestionamiento de la maternidad no va a desembocar, paradójicamente, en una nueva figura de la madre, autista, pretendidamente autosuficiente y con fantasías de omnipotencia.
     Las mujeres y los niños primero es un libro excelente en líneas generales. No escapa a ciertos defectos característicos —y quizá inevitables— de los libros colectivos: calidad (y extensión) dispar, ciertas repeticiones y un “punto de foco” impreciso (algunos textos abarcan un gran campo y otros un campo mucho más pequeño, como si algunas autoras hubieran empleado el gran angular y otras el teleobjetivo). Un pequeño defecto, que merece señalarse porque es, por desgracia, cada vez más común, es la presencia de anglicismos, algunos sutiles (“ignorar” por “hacer caso omiso”, “narrativa” por “narración”, “desorden” por “trastorno”, “estar por” en el sentido de “representar” —stand for—, “tener sexo con”…), otros como la copa de un pino: “tópico” por “tema”, “nombre de familia” en lugar de “apellido”, “disgusto” por “asco”… Una gran carencia, en nuestra opinión, es la evaluación económica de la maternidad (como la que ha hecho en varias obras la investigadora del csic María Ángeles Durán). Y una cuestión de gusto —subjetiva, por supuesto— es la elección de las citas literarias que se citan: algunas, como los poemas de Lucía Etxebarría o Gioconda Belli, son tan planas, incluso panfletarias, que más que textos susceptibles de dar pie a ricas interpretaciones, parecen concebidos didácticamente por sus autoras para ejemplificar ideas extraídas de algún ensayo (o manual de autoayuda).
     Pero centrémonos en las conclusiones, en las sugerencias fundamentales que aporta la obra. La primera sería la necesidad de terminar con el dualismo, artificioso y jerárquico, entre, por un lado, lo masculino concebido como cultura, espíritu, razón, sujeto… y por otro lo femenino identificado con naturaleza, cuerpo, sentimiento, objeto. Otra, sustituir las esquemáticas categorías de “buena” y “mala” madre (definida la primera por una generosidad sobrehumana, una entrega sin límites y una sumisión sin reservas, y la segunda como egoísta, posesiva y castradora hasta rozar lo diabólico) por unas representaciones maternas más sutiles, matizadas, singulares, en una palabra: humanas. Para ello, sería interesante que tomaran la palabra las madres mismas, que hasta ahora han sido vistas y representadas siempre por los hijos (varones y, más recientemente, por las hijas). Finalmente, se debe subrayar la importancia —y su clamorosa ausencia en la cultura patriarcal— de la madre simbólica: role models, figuras de autoridad, referentes femeninos con cuya biografía y legado —espiritual, cultural, simbólico— podamos identificarnos. Hay, en fin, que reflexionar críticamente sobre la maternidad, en tanto que fenómeno subjetivo, cultural, histórico, económico y político, en vez de considerarla una realidad natural, naturalmente deseada y naturalmente gratificante. Es ese el primer punto del programa del libro que comentamos, y su primera virtud es predicar con el ejemplo. –

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