Junichiro Tanizaki escribió su trilogía Las hermanas Makioka durante la Segunda Guerra Mundial. La leí dos veces. La primera, probablemente hace más de diez años; la segunda durante la pandemia. Es uno de los clásicos mundiales. Es la historia de un comercial rico de una familia de Osaka-Kobe que está dejando de ser tan rico. Toda la historia gira en torno a los matrimonios de dos de sus hermanas más jóvenes (son cuatro). No es un libro en el que ocurran muchas cosas. Incluso si las hermanas se casan o no tiene poca importancia. No es Jane Austen.
Está escrito magistralmente. En la mitad del libro, los personajes están tan bien trazados que el lector tiene la sensación de que los conoce de toda la vida. Su estilo de escribir sin prisas, lleno de discusiones internas sobre lo que motiva hasta la más banal de las acciones de las heroínas, nunca aburre. Uno aprende de psicología mientras aprende sobre el entorno social del Japón de finales de los años treinta. Teniendo en cuenta que se trata de un mundo que no va a volver nunca y que Tanizaki sabía esto al escribirlo, el libro tiene un tono elegíaco y de alguna manera nostálgico. Somos testigos de los últimos coletazos de un mundo que ha desaparecido para siempre.
Pero, como haría un economista, permitidme analizar tres cuestiones –más allá de la literatura– que revela el libro y que encuentro muy interesantes: las relaciones de género, la distancia social entre clases y la “occidentalización” de Japón.
Voy a empezar con lo último. A menudo se dice que Tanizaki tenía dudas sobre la occidentalización de Japón. (Esa cuestión aparece en su preciosa novela Algunos prefieren ortigas). Creo que un excesivo foco en la llamada occidentalización impide que nos demos cuenta de que lo que observamos en el libro (y probablemente en la vida real) es realmente un proceso de modernización.
La Osaka de finales de los treinta es una ciudad claramente moderna: hay metro, trenes interurbanos con coches-cama, taxis, restaurantes japoneses, chinos, alemanes, franceses, teatros, un distrito comercial, una burguesía rica que vive en domicilios individuales fuera del centro urbano. Todo eso es “modernización”. Lo consideraríamos así en Roma y Barcelona; ¿por qué no en Osaka? Sí, hay kabuki (al que van mucho) y no teatro, pero también hay ópera y zarzuela en Nápoles y Madrid. No comparamos la ópera con las películas estadounidenses en el sur de Europa para hablar de “occidentalización”. ¿Por qué deberíamos comparar el teatro japonés tradicional con el cine estadounidense en Osaka?
Por lo tanto, la modernización y el desarrollo, incluso aunque están muy lejos de ser las cuestiones del libro, están en todas partes. Están de fondo constantemente porque los miembros de la familia (la mayor parte del libro trata de la vida de las cuatro hermanas, en particular Sachiko, la segunda) pasan la mayor parte del tiempo en teatros, viajando y en diversos restaurantes.
¿Y el tratamiento de las mujeres? Es un libro claramente sobre mujeres, sus vidas, y observamos Osaka generalmente a través de sus ojos. Los matrimonios son concertados, mientras que en Europa en los años treinta ya no era así, o al menos no tan abiertamente. En las familias japonesas ricas, el proceso de emparejamiento estaba formalizado a pesar de que era menos elaborado de lo que uno podría pensar. Las familias se reunían, habiendo antes aceptado si se trataba de una comida para el emparejamiento (miai) o no, y charlaban, bebían y, dependiendo del estado de ánimo y las preferencias, se llevaban bien o no. El dinero y el estatus social desempeñaban un gran papel; pero también importaban las preferencias de la mujer (y obviamente del hombre).
En el libro, una de las hermanas rechaza varios pretendientes prometedores. Las mujeres, por lo tanto, no se veían obligadas a casarse. Pero se produce un delicado equilibrio: no puedes rechazar todo el tiempo a pretendientes que te ha asignado tu familia sin parecer desagradecida o desconsiderada; no puedes posponer para siempre tu matrimonio sin perjudicar las posibilidades de casarse de tu hermana menor (las hermanas deben casarse en orden, por edad). Por eso había quienes finalmente decían “sí” cuando realmente solo querían decir “quizá”.
¿Entra en escena el amor? En absoluto. En realidad, creo que apenas se usa la palabra “amor” en un libro cuyo único tema es dos matrimonios. Lo que cuenta en su lugar es la similitud de valores, actitudes y clase social entre los pretendientes, los pilares fundamentales para un matrimonio exitoso, y no el amor convencional. Al explicar el matrimonio en Roma, el historiador francés Paul Veyne lo comparaba con el Japón moderno: “Para los romanos, como para hoy los japoneses, el amor pertenecía al dominio de las satisfacciones menores y era objeto de ligeras burlas; quedaba fuera del dominio de las cuestiones serias, como el matrimonio y la familia”.
Finalmente, la distancia social. Como la familia es próspera, emplea a varias criadas. Son esencialmente parte de la casa, están al tanto de muchos de los secretos familiares y la distancia es claramente mucho menor que en las novelas inglesas del siglo XIX, en las que apenas se ve ni oye a los sirvientes (en los años treinta quizá la distancia social en Inglaterra era muy inferior, pero no conozco la literatura inglesa de la época para comprobarlo). Parece que la distancia social en el libro es también moderna, básicamente al nivel de la Europa continental, quizá menos que en familias igualmente ricas en entornos más aristocráticos de la Rusia previa a la guerra y Alemania. Pero los Makioka eran, hay que recordar, una familia enriquecida por el comercio, no parte de la aristocracia.
Durante un tiempo, después de colocar a Elizabeth Bennet y Anna Karenina en sus respectivas distribuciones de la renta en mi libro Los que tienen y los que no tienen, busqué en otros trabajos de ficción de otros países pruebas numéricas de precios y rentas. Tanizaki no da muchas; en un libro de seiscientas páginas hay alrededor de una docena de referencias a costes o salarios. Así que no es una gran fuente para aquellos que quieran colocar exactamente a la familia en la distribución de la renta en el Japón previo a la guerra.
¿Y la guerra? Aparece de vez en cuando, como suele pasar en una familia a la que realmente no le importan los sucesos políticos y sociales: como un trueno lejano. Nos enteramos del “incidente chino”, de la necesidad de vestirse más modestamente durante la emergencia nacional, de un trabajo en Manchukuo, del deseo de Herr Hitler de evitar el estallido de la guerra en Europa (según una carta de una familia alemana) y finalmente del inicio de una distante guerra europea. Ahí es donde el libro termina. El resto es, como dicen, historia.
Traducción del inglés de Ricardo Dudda.
Publicado originalmente en el blog del autor.
Branko Milanovic es economista. Su libro más reciente en español es "Miradas sobre la desigualdad. De la Revolución francesa al final de la guerra fría" (Taurus, 2024).