El neoliberalismo fue derrotado por la realidad

La ideología económica que dominó el mundo durante décadas falleció por culpa de su universalismo y su arrogancia.
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¿Por qué fracasó el neoliberalismo, tanto en su vertiente nacional como internacional? Planteo esta pregunta, con mucho más detalle del que puedo ofrecer en un breve ensayo como este, en mi próximo libro The great global transformation: National market liberalism in a multipolar world (La gran transformación global: el liberalismo de mercado nacional en un mundo multipolar). También la planteo por motivos personales: algunos de mis mejores amigos son neoliberales. Se trataba de un proyecto generacional de los baby boomers occidentales que más tarde fue adoptado por otros, desde Europa del Este, como yo, hasta las élites latinoamericanas y africanas. Cuando hoy en día me encuentro con mis amigos baby boomers, ya entrados en años, que siguen mostrando un entusiasmo casi intacto por el neoliberalismo, me parecen fugitivos ideológicos de un mundo que desapareció hace mucho tiempo. No son de Venus ni de Marte, son del Titanic.

Cuando digo que el neoliberalismo fue derrotado, no me refiero a que fuera derrotado intelectualmente, en el sentido de que haya un proyecto alternativo ya preparado esperando entre bastidores para sustituirlo. No: al igual que el comunismo, el neoliberalismo fue derrotado por la realidad. El mundo real simplemente se negó a comportarse como los neoliberales pensaban que debía hacerlo.

En primer lugar, debemos reconocer que el proyecto tenía muchos aspectos atractivos. Estaba vinculado ideológica y generacionalmente a la generación rebelde de los años sesenta, por lo que su pedigrí era inconformista. Promovía la igualdad racial, de género y sexual. Por su énfasis en la globalización, hay que reconocerle el mérito de haber contribuido a la mayor reducción de la pobreza mundial jamás vista y de haber ayudado a muchos países a encontrar el camino hacia la prosperidad. Incluso su tan denostado consenso de Washington (algunos de sus mandamientos se llevaron al extremo y otros se ignoraron) es fundamentalmente sólido y tiene mucho que ofrecer. Entre otras cosas, proporciona un atajo fácilmente comprensible para la política económica. No se necesita más de una hora para explicárselo a la persona más ignorante en materia económica.

Entonces, volviendo a la pregunta original, ¿por qué el neoliberalismo no siguió siendo la ideología dominante? Creo que hay tres razones: su universalismo, la arrogancia de sus seguidores (que siempre acompaña al universalismo) y la mendacidad de sus gobiernos.

Que el neoliberalismo es universal o cosmopolita es algo que, en mi opinión, no necesita mucha explicación. La ideología neoliberal trata, en principio, a todos los individuos y a todas las naciones por igual. Esto es una ventaja: el liberalismo y el neoliberalismo pueden, de nuevo en principio, atraer a los grupos más diversos, independientemente de su historia, idioma o religión. Pero el universalismo es también su talón de Aquiles. La pretensión de que se aplica a todo el mundo pronto entra en conflicto con la constatación de que las condiciones locales suelen ser diferentes. Intentar adaptarlas para que se correspondan con los principios del neoliberalismo es un fracaso. Las condiciones locales (y especialmente en cuestiones sociales, que son producto de la historia y la religión) son refractarias a las creencias fundadas en condiciones geográficas e históricas muy diferentes. Así que, al enfrentarse al mundo real, el neoliberalismo pierde. 

Pero todos los universalistas (entre ellos también los comunistas) se niegan a aceptar esa derrota. Y deben hacerlo, porque cada derrota es un signo de no universalismo. Ahí es donde entra en juego la arrogancia intelectual. La derrota se considera debida a defectos morales entre quienes no adoptaron los valores neoliberales. Para sus adeptos, solo la aceptación plena de esos valores califica a una persona como sensata y moralmente recta. Cualquier nuevo contrato social que sus partidarios hayan determinado como válido, aunque fuera hace solo una semana, debe aplicarse incondicionalmente a partir de ahora. Esa superioridad moral, combinada con el éxito económico que muchos defensores del neoliberalismo disfrutaron debido a su edad, ubicación geográfica y educación, le dio un matiz victoriano o incluso calvinista: hacerse rico se consideraba no solo un signo de éxito mundano, sino también una indicación de superioridad moral. Como dijo Deng Xiaoping, “hacerse rico es algo glorioso”. Este elemento moral implicaba una falta de empatía con aquellos que no lograban encontrar su lugar dentro del nuevo orden. Si alguien fracasaba, era porque se lo merecía. Fieles a su universalismo, los neoliberales occidentales de clase media alta no trataban a sus conciudadanos de forma diferente a los extranjeros. El fracaso local no era menos merecido que el fracaso en un lugar lejano. Esto contribuyó más que cualquier otra cosa a la derrota política de los neoliberales: simplemente ignoraron el hecho de que la mayor parte de la política es nacional.

La arrogancia que proviene del éxito (y que se elevó a alturas inéditas tras la derrota del comunismo) se vio reforzada por el universalismo, una característica compartida por todas las ideologías y religiones que, por su propia naturaleza, se niegan a aceptar que las condiciones y prácticas locales importan. El sincretismo no formaba parte del manual de estrategias de los neoliberales.

Por último, la mendacidad. El incumplimiento, especialmente en las relaciones internacionales, de ese autodefinido y autoproclamado “orden mundial basado en normas”, y la tendencia a utilizar estas normas de forma selectiva –es decir, a seguir las anticuadas políticas de interés nacional sin reconocerlo– crearon entre muchos la percepción de un doble rasero. Los gobiernos neoliberales occidentales se negaron a reconocerlo y siguieron repitiendo sus mantras incluso cuando tales declaraciones contradecían de forma flagrante lo que realmente estaban haciendo. En la arena internacional, terminaron en un callejón sin salida, manipulando palabras, reinventando conceptos, fabricando realidades, todo ello en un intento de ocultar la verdad. Parte de esa mendacidad también estuvo presente a nivel nacional, cuando se dijo a la gente que se callara y no se quejara porque los datos estadísticos no les daban la razón y, por lo tanto, sus opiniones subjetivas eran erróneas y debían ser ignoradas.

¿Y ahora qué? Lo analizo en The great global transformation. Creo que hay una cosa en la que la mayoría de la gente estaría de acuerdo: que los últimos cincuenta años han sido testigos del fracaso de dos ideologías universalistas: el comunismo y el neoliberalismo. Ambas fueron derrotadas por el mundo real. Las nuevas ideologías no serán universalistas: no pretenderán aplicarse a todo el mundo. Serán particularistas, de alcance limitado, tanto geográfica como políticamente, y orientadas al mantenimiento de la hegemonía allí donde gobiernen, sin convertirla en principios universalistas. Por eso no tiene sentido hablar de ideologías autoritarias globales. Estas ideologías son locales y tienen como objetivo la preservación del poder y del statu quo. Esto no las hace reacias a la vieja tentación imperialista. Pero esa tentación nunca puede extenderse al mundo en su conjunto, ni los diversos autoritarismos pueden trabajar juntos para lograrlo. Además, al carecer de principios universales, es probable que entren en conflicto. La única forma de que los autoritarios no luchen entre sí es aceptar un conjunto muy limitado de principios, esencialmente los de no injerencia en los asuntos internos y ausencia de agresión, y dejarlo así. La proclamación de Xi Jinping de cinco reglas tan limitadas en la reciente reunión de la Organización de Cooperación de Shanghái puede basarse en ese cálculo.

Publicado originalmente en el Substack del autor


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