Propuesta peligrosaChristian Duverger, Mesoamérica. Arte y antropología, traducción de Aurelia Álvarez, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes-Landucci Editores, México, 2000.En Mesoamérica. Arte y antropología Christian Duverger presenta un amplio y ambicioso panorama de la historia prehispánica de Mesoamérica. Además de un largo texto en que el autor discute con detalle los hallazgos arqueológicos en todas las regiones mesoamericanas desde el siglo XIII a. de C. hasta el siglo XVI de nuestra era, el libro reúne alrededor de mil fotografías, algunas de ellas de piezas y sitios muy poco conocidos. Particularmente valiosa es la información que presenta respecto a regiones mesoamericanas normalmente poco estudiadas, como las de Centroamérica y el Occidente.
Duverger es un conocido especialista en la cultura náhuatl inmediatamente anterior a la Conquista y ha publicado ya varios libros importantes sobre el tema. En esta obra propone una interpretación radicalmente novedosa de la historia mesoamericana en su conjunto, desde los olmecas hasta los aztecas. Según Duverger, la compleja dinámica de Mesoamérica, marcada, a la vez, por una profunda unidad cultural y por una inagotable variedad histórica y étnica, se debió a la permanente interacción entre los pueblos autóctonos de la región, de tronco lingüístico otomiano y mayense, y los pueblos nahuas, provenientes del norte pero avecindados en la región desde hacía tres mil años. Los primeros, de tradición agrícola y sedentaria, sentaron la base material para el desarrollo de las sociedades mesoamericanas, mientras que los segundos, de origen norteño y tradición nómada y cazadora, aportaron la voluntad de poder y la innovación cultural que permitieron germinar a la civilización mesoamericana propiamente dicha.
Duverger atribuye a la iniciativa nahua todas las grandes innovaciones civilizadoras mesoamericanas: desde el surgimiento y difusión de la cultura olmeca, alrededor del año 1000 a. de C., pasando por la invención de la escritura logográfica y el sistema calendario de la cuenta larga ocurrido unos siglos después y el desarrollo de Teotihuacan en los albores de nuestra era, y culminando con la difusión de la llamada cultura tolteca en el siglo X y con el imperio mexica en el siglo XV. Mesoamérica sería, entonces, de manera esencial y desde su origen, una creación de los nahuas, con aportaciones subordinadas de los otros pueblos de la región. Sólo la cultura maya escapó durante un par de siglos, entre el VIII y el X de nuestra era, a la influencia nahua.
A partir de esta propuesta, Duverger plantea una nueva periodización de la evolución histórica mesoamericana, dividida en cinco etapas numeradas del i al v. Aunque estas etapas corresponden grosso modo con las de la periodización aceptada actualmente, Duverger sostiene que su propuesta es mucho más precisa pues enfatiza la continuidad de la presencia nahua. De acuerdo con el autor, las tres primeras etapas correspondieron a un horizonte cultural paleonahua, centrado primero en las costas del Golfo y del Pacífico y luego en Teotihuacan. Esta cultura entró en decadencia en el siglo vii d. de C., y fue sustituida por un breve predominio maya, que a su vez fue avasallado por una nueva oleada de culturas nahuas, representadas por los toltecas y los aztecas que buscaron consolidar el dominio nahua sobre Mesoamérica.
Esta propuesta es original, sin duda, y puede resultar atractiva por su sencillez, pues contrasta radicalmente con las frustrantes dudas que tienen los mesoamericanistas sobre la identidad étnica de muchas culturas mesoamericanas, empezando por los propios olmecas y continuando con los teotihuacanos, y sobre las formas de interacción cultural y política entre ellas. Sin embargo, la tesis de Duverger no tiene verdadero sustento en nuestros conocimientos actuales y, lejos de implicar una innovación teórica o explicativa, resucita temas y formas de explicación que ya habían sido superadas por los mesoamericanistas en las últimas décadas.
En primer lugar, Duverger no presenta ninguna evidencia contundente que permita identificar a los olmecas con los nahuas y así retrotraer a una época tan temprana la presencia de estos grupos en Mesoamérica, que tradicionalmente se ha datado al primer milenio de nuestra era. Su principal argumento es la endeble constatación de que el área de influencia olmeca en el siglo X a. de C. coincide a grandes rasgos con el área de presencia de los pueblos nahuas en el siglo XVI d. de C. Además, el autor propone interpretaciones iconográficas del arte olmeca que supuestamente demuestran la presencia de conceptos vinculados con la guerra, el sacrificio y el poder que él considera netamente nahuas. Este tipo de interpretaciones iconográficas rara vez pueden alcanzar un alto grado de certidumbre. Sin embargo, tomándolas por verdades comprobadas, Duverger procede a encontrar nahuas por doquier a partir de una concepción esencialista: como identifica a los nahuas con la guerra y el poder, cualquier manifestación de belicismo o de dominio le parece atribuible indudablemente a este grupo étnico. Así por ejemplo, afirma que los fundadores de Monte Albán tuvieron que ser nahuas pues sólo ellos, y nunca los zapotecos locales, tenían la voluntad de dominio necesaria para fundar un imperio conquistador.
Al defender a rajatabla la identificación entre el grupo étnico nahua y la civilización mesoamericana, Duverger aplica un cartabón proveniente de las historias nacionalistas modernas que suelen identificar a los pobladores de un territorio nacional con un grupo étnico primordial y proceden a narrar teleológicamente el necesario ascenso de este grupo al dominio estatal. La interpretación de Duverger coincide también con las historiografías nacionalistas tradicionales en su obsesión por el poder y el dominio y su atribución a los nahuas, en particular a los aztecas, de una voluntad centralizadora y unificadora de carácter casi nacional. En suma, Duverger pretende convertir a Mesoamérica en una especie de nación nahua, y a ésta en un antecedente de la nación mexicana.
Esta interpretación choca, como el mismo autor afirma, con las actuales interpretaciones que presentan a Mesoamérica como un complejo mosaico pluriétnico en el que la cultura y las identidades étnicas vivían en un continuo flujo e intercambio. Sin embargo, lejos de ser innovadora, recuerda los ya periclitados enfoques de Ranke, Spengler y Toynbee, y resucita temas y esquemas explicativos que ya habían sido superados por los mesoamericanistas, como la idea de las grandes invasiones militares toltecas.
Duverger pretende cortar de tajo el nudo gordiano de las incertidumbres que marcan nuestro escaso conocimiento de la historia prehispánica de Mesoamérica, pero su propuesta no ofrece más que una falsa certidumbre y, lo que es más peligroso, un etnocentrismo retrospectivo que pretende negar una de las características más valiosas de la historia mesoamericana: su inagotable pluralidad étnica y cultural. –