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Arthur Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación, traducción, introducción y notas de Roberto R. Aramayo, Barcelona — Madrid, Círculo de Lectores — Fondo de Cultura Económica de España, 2003.

 
     La filosofía como concepción del mundo no es algo que actualmente goce de salud. La profesionalización, la búsqueda de un práctica rigurosa de análisis conceptual, la articulación de la investigación filosófica con la científica son, quizá, algunas de las razones por las cuales se han ido relegando temas, enfoques y actitudes que en otros tiempos eran característicos del quehacer filosófico. Aventurarse en una especulación sobre el fundamento de la existencia o el sentido de la vida, apelar a nuestras emociones o a nuestras experiencias personales para adoptar una propuesta filosófica, o recurrir a un estilo comprometido y vehemente no son expedientes propios de una disciplina que se ha esforzado mucho por ser respetada entre los que desarrollan investigaciones objetivas. Sin embargo, muchas personas añoran los días en que la filosofía ofrecía concepciones del mundo, propuestas audaces que nos permitan articular conceptualmente nuestras experiencias y nuestras preocupaciones vitales, propuestas que se nutran de nuestra vida y no de un frío análisis conceptual. Es cierto que la corriente predominante ha dejado espacios para retomar esos aspectos de la filosofía relegada: la crítica literaria, la historia de las ideas, en el mejor de los casos, la historia de la filosofía. También es cierto que han pasado los días beligerantes de la corriente hoy dominante y que ahora se tiene desde ella cierta sensibilidad por lo que antes simplemente se rechazaba.
     Los que añoran la filosofía como concepción del mundo tienen mucho más que celebrar con la reciente traducción del El mundo como voluntad y representación de Arthur Schopenhauer que aquellos que consideran una fortuna haber superado esa etapa embarazosa de la filosofía. Pero, también estos últimos deben tener razones para aplaudir la nueva traducción de una de las grandes obras clásicas de la filosofía y de las letras alemanas, puesto que en ella Schopenhauer no sólo ofrece una concepción del mundo, sino que en el desarrollo de ésta aborda problemas epistémicos y morales con los cuales siguen batallando académicos presuntamente ajenos a toda concepción del mundo.
     Para Schopenhauer, de acuerdo con su interpretación del idealismo kantiano, el conocimiento objetivo, el conocimiento de un mundo de objetos espaciotemporales, está condicionado por una estructura subjetiva que no nos permite saber cómo son las cosas en sí mismas. Sin embargo, en cuanto seres vivos tenemos acceso a la realidad desde otra perspectiva, desde la perspectiva de un agente que actúa de acuerdo con sus deseos.

Esta perspectiva es la que nos permite reconocer qué es lo que en realidad está en juego en ese teatro de percepciones relacionadas causalmente, ese teatro que llamamos “mundo”. Es la voluntad que opera en cada uno de nosotros de manera egoísta, pero que en el fondo es la misma fuerza que se manifiesta con distintos ropajes. El conocimiento que podemos adquirir de los objetos relacionados causalmente en el tiempo y en el espacio no es más que un instrumento, por sofisticado que sea, de la manifestación de esa fuerza, del ejercicio de nuestra voluntad. Por ello, carece de la verdadera objetividad que sólo puede alcanzar la visión de alguien que renuncia a influir sobre los acontecimientos, la visión de alguien que adopta una actitud desinteresada, es decir, de alguien que contempla la voluntad y su manifestación en el mundo con una actitud estética. Pero quien logra realmente penetrar el misterio del mundo es quien reconoce en los otros la misma voluntad que en sí mismo y se da cuenta que el sufrimiento proviene del mal que la propia voluntad ejerce sobre sí misma mediante el aparente enfrentamiento entre individuos. Quien reconoce esto, reconoce lo absurdo de nuestra vida y al abstenerse de seguir influyendo sobre el mundo, renuncia a su condición de marioneta de una fuerza ciega e incontrolable. Esto es lo que logra el asceta.
     En virtud de esta concepción del mundo, no resulta extraño que la filosofía académica haya considerado a Schopenhauer como una figura secundaria. Por su parte él detestaba la academia y pensaba que las grandes figuras del idealismo postkantiano que crecieron a la sombra de las universidades, es decir, Fichte, Schelling y Hegel, eran unos farsantes. Pero la distancia nos permite hoy reconocer que Schopenhauer desempeñó un papel muy importante en el desmantelamiento de la teoría cartesiana de la mente, sobre todo por sus ataques a la idea según la cual no hay nada en la mente de la cual no seamos conscientes. Estos ataques le abrieron camino al psicoanálisis, como el propio Freud aceptó. También es justo decir que sus críticas al concepto de libertad como libre arbitrio no son bagatelas que pueda ignorar quien defienda una concepción robusta de la libertad humana.
     Sin lugar a dudas se requiere valor para asumir la responsabilidad de traducir El mundo como voluntad y representación, no sólo por la importancia filosófica de esta obra, sino también por su valor literario. Afortunadamente, el Fondo de Cultura Económica de España y el Círculo de Lectores le han confiado esta tarea, no sin presionarlo, a Roberto R. Aramayo, quien posee una larga y sólida experiencia, quizá hoy la mejor, como traductor de Kant y del propio Schopenhauer al castellano. –
     — Pedro Stepanenko

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