Hoy cumpliría 85 años Carlos Monsiváis. Por varias décadas, este escritor fue uno de los intelectuales más identificados por el público que seguía, acaso más que sus libros, sus crónicas, sus columnas de opinión y chunga periodística y sus chispeantes declaraciones sobre la coyuntura política. Aprovechando la llama del 68, Monsiváis transformó la crónica en un género central en la literatura mexicana y explotó, como nadie, sus potenciales críticos y estéticos. Mediante la crónica, abordó las más diversas facetas de la historia de su época: registró las insurrecciones políticas, los desastres naturales, los movimientos estudiantiles y las minucias citadinas; documentó el surgimiento de nuevos actores sociales y levantó un altar a los ídolos populares.
Al respecto, la participación de Monsiváis para transformar el concepto de cultura fue fundamental. Para Monsiváis, como para muchos miembros de su generación, la entelequia denominada cultura era una forma de dominación simbólica que internalizaba mensajes de uniformidad y obediencia y ocultaba las formas más liberadoras, acuñadas en los espacios clandestinos y periféricos. Por eso, con su exploración y exaltación de la cultura popular, Monsiváis terminó de enterrar la idea de una alta cultura y se abrió a nuevas vertientes de la inventiva plebeya; no obstante, esta indispensable democratización contribuyó, con sus excesos, a lo que es la actual, y alarmante, indistinción de jerarquías y méritos entre productos que se denominan culturales.
Con todo, Monsiváis no solo fue el cantor de lo popular y lo fugaz, fue también un conocedor e interlocutor de la tradición literaria y artística mexicana y escribió muchas páginas notables de crítica, como, por mencionar solo un par de ejemplos, sus notas sobre la cultura mexicana del siglo XX o su informado y entrañable libro sobre Salvador Novo, Lo marginal en el centro. Además, fue uno de los críticos más divertidos y acerbos de las formas del poder y un acompañante de muy variadas y, a veces, efímeras causas progresistas. Pese a los terrenos inflamables y minados que llegó a pisar en lo político, Monsiváis poseía un instinto libertario y un sentido del humor que lo vacunaban contra las militancias ortodoxas y la obediencia incondicional a los caudillos.
Hoy, a 85 años de su natalicio y casi tres lustros de su partida, cabe preguntarse por su posteridad. Cierto, la figura de Monsiváis es ineludible cuando se habla de la cultura de su época; sin embargo, más allá de esa presencia testimonial ¿cómo puede su obra ganar la simpatía y el interés de nuevos lectores? Al respecto, surgen algunas interrogantes. Por ejemplo, al lado de su laboriosidad, su variedad de competencias y la prolijidad de su obra, no hay un libro que lo identifique o lo defina de cuerpo entero y muchos de sus escritos quedaron dispersos. Igualmente, si bien en sus mejores momentos Monsiváis patentó una escritura vertiginosa, llena de ironía, curiosidad y novedad estética; en sus últimos años, la sobreexplotación de su talento lo condujo a una redacción dispersa, apresurada y apenas legible. Finalmente, muchos de los tópicos que abordó Monsiváis, o el lenguaje que empleaba, están ligados inextricablemente a la coyuntura y tienen fecha de caducidad. Por eso, a fin de preservar sus lectores del futuro, será necesario, para sus estudiosos y admiradores, emprender una tarea de evaluación y selección que reviva la fecunda mordedura de su inteligencia y de su carcajada. ~
(ciudad de México, 1964) es poeta y ensayista. Su libro más reciente es 'La pequeña tradición. Apuntes sobre literatura mexicana' (DGE|Equilibrista/UNAM, 2011).