A M., mi amiga de Pulpí
Migas con boquerones, ajo colorado y la orquesta Los Kaliqueños era lo que despertó mis deseos de acudir a la feria de Pulpí, a finales de septiembre. Por supuesto que vamos a ir, decía mi novio, una persona nueva en cuanto a interacciones sociales desde que nos hemos venido a esta esquinita. Yo quería ir a comer, pero él tenía que trabajar, así que acudimos por la tarde. Los niños se agobiaban en el pabellón donde tocaban Los Kaliqueños y yo en el pabelloncillo donde había un hinchable con ese olor tan familiar a sudor infantil. Las zapatillas esperaban a los pies del castillo. En el exterior había unos arcos y unas dianas y mi hijo mediano hizo varias demostraciones de puntería ante su amigo, su primer mejor amigo, y el primo de su amigo. Mis hijas se subían una y otra vez a una tirolina, hasta que la pequeña se cayó y entonces aprovecharon para descansar. Fui con el hermano del amigo de mi hijo a comprar algodón de azúcar, pero no fue suficiente consuelo para tapar el anhelo de un peluche de no sé qué Pokémon, avistado en uno de los puestos la tarde anterior. Los puestos seguían cerrados.
Los niños se montaron en varias atracciones, en una a mi hijo pequeño se lo llevó por delante otro niño, un poco más grande y más robusto. El tipo encargado de recoger las fichas para que entraran los niños, dejó de echar deslizante en la colchoneta y se acercó a preguntar qué tal estaba. Tienes que poner algo ahí para que no se choquen, le dijo mi novio. Es el hijo del jefe, respondió. Bueno, pero también se puede hacer daño.
El viaje de vuelta lo hicimos de noche, no es tan impresionante como el de ida, en el que parece que te metas en las montañas, pero no discutimos: mi ordenador estaba letalmente herido y necesitaba otro, me molestaba el desembolso de dinero y no haberlo comprado ya por internet. Como era mucha pasta me daba pereza gastarla, así que me había agarrado al consejo de mi novio (yo iría a comprarlo allí) y le había reprochado que al día siguiente tenía que ir a Murcia y quizá no hubiera el que quería pero yo lo necesitaba porque el lunes tenía radio, etc.
Barreiros se iba a Murcia, así aprovecho el viaje y entro en Ikea, dijo. Yo me sentía un poco culpable y a la vez aliviada de no tener que conducir una hora, buscar el parking, aparcar y luego elegir el ordenador sola. Creo que por eso me ofrecí para que uno de los perros de los vecinos se quedara en casa mientras se iban con el otro a caminar. Cociné con cierto esmero y luego vimos una peli. Los niños preguntaban cada cinco minutos si íbamos a ir a las atracciones y cuándo y cuándo llegaba su padre, etc. Una amiga nos había ofrecido ver el toro de fuego desde el balcón de su casa. Que tuviera una amiga de Pulpí sorprendía a algunas madres del colegio, casi tanto como había sorprendido a mi amiga que mi familia y yo nos mudáramos a su pueblo, bueno, al lado.
Conduje yo y de camino a casa de mi amiga nos cruzamos con varias familias del cole, algunas madres iban muy arregladas, yo no. En la feria había de todo: vestidos de boda que se sacan a pasear, porque, total para que esté en el armario muerto de asco, gente en semichándal porque, hija, si te llenas de polvo aquí; lo importante es que tengas bolsillos y así te libras del bolso. La casa de mi amiga estaba llena de familiares, que nos fueron saludando como si fuéramos uno de ellos. Mientras mi amiga se enfundaba en un mono azul para correr el toro, se envolvía el pelo rizado en un pañuelo, íbamos hablando: llegué anoche de Madrid, nos vamos mañana, sí, ¡qué loco todo!, estáis en mi pueblo. Barreiros y los pequeños se bajaron al local de enfrente: una antigua tienda, los niños se pegaban al escaparate para ver pasar el carro con las carretillas y a la gente saltarlas. Desde el balcón, mi hija mayor, el hermano de mi amiga y yo mirábamos y en cuanto se acercaba, cerrábamos la puerta. Entre una carreta y otra, me asomé para ver a mi amiga, que gritó: ¡Espero que esto lo cuentes en Vogue!
***
El lunes no había cole, así que después de estrenar mi ordenador, fui con los niños hacia la casa del mejor amigo de mi hijo mediano. Tenía el gps abierto y aun así me equivoqué. Llegamos hasta el bar El botas, en cuya terraza atoldada un señor cuyas botas no llegué a ver contemplaba la mañana y el coche gris que maniobraba justo enfrente. Me di cuenta de que el camino de la casa del amigo no tenía salida cuando ya no había remedio. Partido a partido, ahora hemos llegado. ¡Otro perro! ¡Es como Choco! ¡Un columpio! Mamá, tengo sed. ¿Queréis higos? Resulta que había un montón de niños: los hijos de la directora del cole, los primos, los de la casa, los míos…
-Es mejor que lo saques marcha atrás.
-No sé.
-Yo te lo saco, si quieres.
Ya le estaba dando las llaves.
-Es automático.
-…
-Yo te cambio la marcha.
-Te escachaba –la escuché mientras dejaba mi coche encarado hacia la carretera. Su furgoneta nos adelantó poco después. Me reí mientras veía cómo se alejaba. En seguida, los niños preguntaron qué había para comer.
(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).