Nacido en Filipinas en 1954, Jose “Butch” Dalisay es uno de los escritores más prestigiosos del archipiélago. Sus obras como novelista, cuentista, ensayista, dramaturgo y académico son numerosas. En 1991 publicó su primera novela, Killing time in a warm place [Pasando el rato en un país cálido], traducida por Marta Alcaraz para Libros del Asteroide en 2012. Se ha convertido en un clásico sobre la vida bajo la ley marcial de Ferdinand Marcos, cuyo régimen Dalisay sufrió en sus propias carnes. El autor ajusta cuentas consigo mismo, acaso acuciado por la culpa de no haber hecho todo lo posible por combatir la dictadura. Su segunda novela, Soledad’s sister [La hermana de Soledad] (2008), se ocupa de las empleadas domésticas que viven y trabajan en el extranjero. Es la gran novela sobre la diáspora filipina, aunque también puede leerse como un libro sobre el feminicidio, una suerte de 2666 centrado en un solo caso. De hecho, en Alemania la promocionan como una novela policiaca, aunque, al igual que la obra de Roberto Bolaño, tiene más de elegía. Entre los ensayos de Dalisay, destaca The knowing is in the writing [Se aprende escribiéndolo] (2006), un manual para jóvenes escritores que contiene teoría y consejos prácticos. Sus cuentos están recopilados en Voyager [Viajero] (2019), que abarca desde los relatos de juventud hasta los más recientes. Dalisay comenzó escribiendo teatro en tagalo, una lengua que lleva décadas alternando con el inglés. Una de sus obras más célebres es Ang butihing babae ng Timog [La buena mujer de Timog] (1997), una adaptación filipina de El alma buena de Sezuán de Bertolt Brecht. A principios de 2024, Dalisay fue candidato al premio de Artista Nacional de Filipinas, la distinción más prestigiosa para un escritor en su país. En febrero de 2025, volverá a ser candidato.
Dalisay es una figura intelectual influyente, como acredita su protagonismo en la Feria del Libro de Fráncfort. El autor nos cita en el pabellón filipino, donde nos sentamos ajenos al bullicio de los curiosos, los periodistas y los miembros del National Book Development Board (NBDB), que promueve la traducción de la literatura filipina a lenguas extranjeras. Lo acompañan su mujer, la artista June Dalisay, quien toma fotografías de la entrevista, y su hija Demi, afincada en San Diego, Estados Unidos. Demi intenta convencer a sus padres de que se muden a California con ella, “pero siempre rechazamos cortésmente sus invitaciones; nuestra vida está en Manila”, dice Dalisay. Entre los visitantes que hojean y adquieren libros, distingo a otras estrellas de la delegación: Ambeth Ocampo, el especialista en José Rizal [el héroe nacional filipino, autor de las novelas Noli me tangere y El filibusterismo], que mantuvo una conversación pública con Dalisay sobre Rizal en la Feria; Patricia Evangelista, que trabajó en la agencia de noticias Rappler para Maria Ressa (la premio Nobel de la Paz de 2021) y acaba de publicar una obra sobre las ejecuciones extrajudiciales del expresidente Rodrigo Duterte; Budjette Tan, el creador de la detective y maga Trese, un cómic de culto catapultado a la fama desde la adaptación televisiva de Netflix. Dalisay se muestra abierto a los nuevos géneros, aunque para su generación hubiera sido impensable cultivarlos. Conversamos sobre su infancia, educación y trayectoria en Filipinas y Estados Unidos, donde se doctoró. También sobre política y sus (hasta la fecha) dos novelas, pues me informa de que está preparando una tercera. Dalisay es una persona culta, humilde y gentil. Tiene una voz profunda; pronuncia el inglés con vocales llenas y consonantes nítidas, como un locutor de radio. Camina con la ayuda de un bastón. Lleva boina y pashmina. El conjunto, unido al merecido respeto con el que todos le tratan, le da un aire de patriarca venerable.
¿Cuáles son sus primeros recuerdos?
Nací en Romblón, cerca del mar, en un pequeño pueblo del centro de Filipinas. Allí vivían mis padres y abuelos. Cuando tenía unos tres años nos mudamos a Manila, como tantas familias. Soy el mayor de cinco hermanos; los demás nacieron ya en la gran ciudad. Fui a un colegio salesiano. Era para niños de familias ricas, pero nosotros éramos pobres. Mis padres, como muchos filipinos de la época, creían que la clave para salir de la pobreza era ir a una buena escuela. Hicieron muchos sacrificios por mí. Pese a las dificultades, logré terminar la primaria en esa escuela. Luego me cambié a otro centro donde formaban a futuros científicos.
¿Qué lenguas aprendió?
Romblón es una isla y provincia muy pequeña, pero tiene tres lenguas. Una de ellas era la mía: se llama onhan. Aún la entiendo bastante. Sin embargo, como crecí en Manila, terminé hablando lo que muchos aún llaman tagalo, aunque oficialmente es filipino, la lengua nacional. Y, claro, como fui a una escuela católica, aprendí también inglés, y he escrito tanto en inglés como en tagalo. Muchos escritores filipinos son bilingües, lo cual me parece positivo y conveniente, pues nuestros idiomas nos mantienen arraigados en la realidad social, mientras que el inglés nos permite comunicarnos con el resto del mundo.
¿En qué hablaba con sus padres?
En tagalo e inglés, pero sobre todo en tagalo.
¿Tuvo algún contacto con la lengua española o con la cultura hispánica?
Lamentablemente, muy poco. La literatura filipina en español ha sido inaccesible para mi generación. La influencia hispánica es muy profunda en muchos aspectos de nuestra cultura, y muchas palabras españolas están integradas en el tagalo. Sin embargo, creo que perdimos el idioma incluso antes de la Segunda Guerra Mundial. Adoptamos el inglés rápidamente, de modo que hoy solo los muy formados, los muy mayores y los que van de ricos hablan español, pues en Filipinas esta lengua da un aura de riqueza antigua y poder. De hecho, pese a sus orígenes humildes, Imelda Marcos [la mujer del dictador, Ferdinand Marcos] solía intercalar frases en español en sus discursos. Era una suerte de afectación. La literatura filipina en español, cuya existencia solo descubrí como académico, es una hermosa tradición literaria que por desgracia perdimos al perder el idioma. Así que, en resumen, no, no me influyó la cultura hispánica. Incluso José Rizal solo nos llegó a través de traducciones al inglés. Había una ley del español en virtud de la cual la generación de mi madre tuvo que cursar veinticuatro créditos de lengua. Mi generación, ya solo doce. Aprendimos algo, pero no mucho.
En sus dos novelas, los personajes hablan en tagalo, pero los diálogos están escritos en inglés. ¿Se traduce usted a sí mismo cuando escribe?
Sucede a menudo en la literatura anglofilipina. De hecho, para nosotros escribir en inglés siempre supone (auto)traducirnos, lo que conlleva perder algunas cosas, pero también ganar otras. Según mi teoría de la escritura, es en esa aproximación a la realidad, en esa búsqueda de las palabras en inglés para describir lo que observo, donde puedo producir arte. Pues ya no presento algo directamente, como haría un espejo, sino que añado un componente de reorientación o refracción. Ese es el espacio del arte para mí. Escribir sobre Filipinas en inglés ofrece tanto desafíos como oportunidades. Al ser un idioma extranjero, me permite ver y extraer aspectos de la realidad que tal vez me pasarían desapercibidos en tagalo.
¿Qué significó la dictadura para su generación?
Ferdinand Marcos llegó al poder en 1965, cuando yo tenía once años. Como muchos filipinos, mis padres lo apoyaron porque era una joven estrella política, brillante y con ideales. No se le asociaba con la corrupción, y se creía que iba a hacer grande a Filipinas. Así que su primer mandato fue muy esperanzador y positivo.
Más tarde, cuando se acercaba el final de su segundo mandato –que, según la legislación filipina, debió haber sido el último–, empezó a pensar en seguir siendo presidente. Y esa fue una de las razones por las que declaró la ley marcial en 1972. Entonces empezó a surgir la corrupción. Para mantenerse en el poder, tuvo que forjar alianzas en el mundo de la política y los negocios. Y Ferdinand Marcos no fue el único que acumuló riquezas ilegítimamente; también lo hicieron sus aliados.
El pretexto para la ley marcial fue una supuesta insurgencia comunista, que en cierta medida existía. Pero sobre todo le sirvió para consolidar su poder y el de sus allegados. El régimen duró hasta 1981, cuando Ferdinand Marcos derogó formalmente la ley marcial, aunque siguió gobernando hasta ser derrocado por un levantamiento pacífico en 1986.
La Revolución EDSA.
La llamada Revolución EDSA. Pero no creo que fuera una verdadera revolución que cambiara profundamente a la sociedad filipina. Fue más bien un cambio de régimen, pero manteniendo a la misma élite en el poder.
En esos años surgió la idea de su primera novela, Killing time in a warm place [Pasando el rato en un país cálido] (1991), en parte autobiográfica.
Exactamente, fue en 1980. Ferdinand Marcos perdió el poder en febrero de 1986. Yo participé en aquella revuelta en la Avenida Epifanio de los Santos de Manila, conocida por el acrónimo EDSA, al igual que mi mujer y mi hija. Éramos cientos de miles. Y en agosto me fui a Michigan con una beca Fulbright para mis estudios de posgrado. Escribir sobre la ley marcial se convirtió en mi proyecto personal y académico. Le dediqué mi tesis.
El título, Killing time in a warm place, tiene varios significados.
El “warm place” es tanto Filipinas como país tropical como el infierno en el que a veces se ha convertido. Y “killing time” también significa varias cosas. Puede referirse a pasar el tiempo. Pero el sentido más siniestro es el de asesinar, lo cual también ocurrió; así que estaríamos hablando de las atrocidades cometidas bajo la ley marcial. Ahora bien, si prefieres una lectura más amable, el título vendría a decir que así es la vida en un país tropical como el mío.
¿Hay continuidades entre su novela y Filipinas hoy? Bongbong Marcos, el hijo del dictador, está ahora en el poder.
Es la mayor ironía de nuestra historia política: exactamente cincuenta años después de que su padre declarara la ley marcial, Bongbong Marcos alcanzó la presidencia. Aunque la mal llamada Revolución EDSA cambió a los gobernantes y nos dio un espacio democrático, pronto advertimos que muchas cosas seguían igual. Se mantuvo la misma estructura de poder, solo que sin la familia Marcos… temporalmente. Pero los Marcos y sus aliados fueron muy pacientes: si tienes poder y dinero, puedes permitirte esperar hasta que se presente la oportunidad de regresar, como han hecho. Muchos volvieron a depositar su fe en los Marcos, lo que permitió su restauración. En Filipinas, es la familia, no el partido ni el ideario, la que define la política. Tuvimos la oportunidad de aprender de la experiencia para no cometer el mismo error, pero fracasamos.
¿Es Bongbong Marcos igual que su padre? Él afirma que no. Por supuesto, ve a Ferdinand Marcos como un gran hombre, pero pide ser juzgado por sus propios actos. Y debo decir que, en sus primeros dos años en el poder, ha procurado no repetir los peores errores de su padre, o al menos eso parece. Su predecesor, Rodrigo Duterte, fue un presidente tan nefasto que, inevitablemente, cualquiera que lo sucediera iba a parecernos mejor. Bongbong Marcos está jugando esa carta. Ahora mismo, tenemos muchos problemas, como la agresión china en el Mar del Sur de China. A diferencia de Duterte, Bongbong Marcos se ha posicionado contra China. Aún le quedan cuatro años de presidencia y, sinceramente, como filipino, espero que sea diferente a su padre. De lo contrario, estaremos de vuelta donde empezamos.
Killing time in a warm place transmite un fuerte sentimiento de culpa. El protagonista cree que traicionó sus ideales y a sus camaradas. Me gustaría saber su opinión al respecto. También le pediría que lo conectara con su experiencia personal.
Te refieres a que yo mismo estuve en prisión, ¿verdad? Así es. Tenía dieciocho años. Trabajaba en un periódico. Había dejado los estudios para ser reportero, pero seguía involucrado en la resistencia contra Ferdinand Marcos. Cuando declaró la ley marcial, me oculté un tiempo, pero como buen hijo católico, fui a casa en Navidad para ver a mis padres, sin saber que el vecino se había convertido en informante militar. Un par de días después de Año Nuevo, me despertó un grupo de arresto y me llevaron a la cárcel. Pasé más de siete meses en prisión. Allí aprendí mucho sobre mí mismo y sobre la vida. Vi que la mayoría de la gente tiene un límite. Pensaba que éramos fuertes y valientes, que lucharíamos hasta la muerte, pero vi que algunos se hundían antes que otros. A mí me maltrataron, pero no fui torturado. Algunos de mis amigos sí lo fueron, y fui incapaz de condenarlos cuando claudicaron, pues yo no sufrí tanto como ellos.
Salí de la cárcel con la lección aprendida: tus principios pueden costarte la vida. Llegué a pensar que tal vez estábamos equivocados, que tal vez, si le dábamos una oportunidad a Ferdinand Marcos y a su ley marcial, las cosas mejorarían. Más tarde también entendí que los que estábamos en la resistencia siempre fuimos una minoría. Para muchos filipinos, la ley marcial fue algo positivo, sobre todo al principio. La mayoría no fue a prisión, ni sufrió torturas, violaciones ni asesinatos. No había disturbios laborales porque todos los sindicatos habían sido clausurados. Las calles estaban limpias. Se prohibió el pelo largo, la policía te lo cortaba. Mucha gente, especialmente los mayores, vio todo aquello como un progreso. Pero no advirtieron el gran saqueo de las arcas públicas. Todavía estamos pagando las consecuencias.
Me gustaría pasar ahora a su segunda novela, Soledad’s sister [La hermana de Soledad] (2008).
La novela trata el gran tema filipino desde finales del siglo XX: nuestra diáspora. No es algo que solo nos afecte a nosotros, también concierne a los indios, los bangladesíes, los tailandeses… Muchos países del tercer mundo han experimentado una fuga significativa de su población en busca de mejores empleos en el extranjero. Hay aproximadamente 115 millones de filipinos, y una décima parte vive y trabaja fuera. En realidad, nuestra diáspora comenzó bajo Ferdinand Marcos en la década de 1970, cuando empezamos a enviar trabajadores a Arabia Saudí. Los árabes tenían enormes proyectos de construcción, y gran parte de la mano de obra fue filipina.
Leí en un artículo que cada año llegan al aeropuerto de Manila unos 600 cadáveres de trabajadores filipinos procedentes del extranjero. Pensé: “¡Qué dato más horrible! ¿Cómo podemos permitirlo?”. Nadie habla realmente del tema. Conocemos los beneficios económicos de la diáspora: las divisas extranjeras han sido una fuente importante de estabilidad para la economía. Pero no éramos conscientes del coste humano, tanto en términos de vidas perdidas como en términos psicológicos y emocionales más profundos. Y también hay un coste social: las familias rotas.
Niños criados sin sus padres o madres.
Sí, es todo un tema. Pero yo quise tratar la situación de un cadáver que vuelve a Filipinas sin haber sido siquiera identificado correctamente. De hecho, empecé Soledad’s sister con la intención de escribir una comedia negra. No pretendía que fuera una novela triste y desgarradora, sino una concatenación de errores absurdos. Es más, mi idea original para el desenlace era muy diferente al que acabó teniendo: el ataúd de Soledad regresaba a Paez, su pueblo natal, y al cruzar el cortejo fúnebre un puente, construido por ingenieros corruptos, este se derrumbaba y el ataúd caía al mar. Por alguna razón abandoné esta idea.
Aunque cambiara el final, mantuvo ciertas dosis de humor negro. De hecho, hay escenas muy graciosas, como la del primer capítulo, que usted publicó primero como cuento.
Sí, tiene gracia. Cuando descubren que el cadáver recién llegado a Manila no es el que han ido a buscar, los familiares dicen: “Ah, bueno, pues ya que hemos venido hasta aquí, vamos al centro comercial a divertirnos”. Es exactamente lo que haría un filipino en esas circunstancias. No desperdiciaría la ocasión lamentándose, sino que aprovecharía que está en Manila para pasárselo bien. Creo que este tipo de humor nos es intrínseco; nos permite sobrellevar muchas dificultades.
¿Existe el departamento que recibe los ataúdes del extranjero y contacta a las familias? ¿O lo inventó para su novela?
Es fruto de mi imaginación, pero no creo que la realidad sea muy distinta. Tiene que haber alguien que haga ese trabajo. A veces imagino cosas, las escribo, y luego resulta que coinciden con la realidad.
¿Por qué tantos filipinos eligen trabajar fuera?
La razón principal es económica. No hay buenos trabajos para todos. En muchas familias, uno o dos miembros se sacrifican por el resto yéndose al extranjero. Al menos así es como los mitologizamos. Son mártires por la causa del bienestar familiar. Pero sospecho que no se trata solo de dinero. Hay también un sentimiento de aventura, un deseo de explorar el mundo.
Ya sucedía en tiempos de José Rizal y de su generación, los filipinos ilustrados que estudiaron en Europa. Cuando un filipino abandona su país, experimenta una suerte de apoteosis, una transformación. Uno ve mundo y cuando regresa ya no es el mismo; tampoco a ojos de su familia. Trabajar fuera otorga cierto estatus social, económico e incluso político. Ciertamente, si vuelves a casa, si vuelves vivo, eres un héroe.
El filipino es el Ulises de nuestro tiempo. Con independencia de cuán lejos se vaya o cuánto tiempo pase fuera, siempre siente que debe regresar. Incluso los filipinos ya asentados en el extranjero volverán en algún momento para poder decir: “Mira lo que he logrado trabajando duro. Ahora tengo una consulta prestigiosa en Michigan, una casa espléndida y tres coches.”
Pero su novela trata de aquellos que no lo logran.
Sí, y no se les presta tanta atención porque nadie quiere hablar del fracaso. Existe el mito de irse al extranjero a triunfar, a ganar mucho dinero, y traerlo de vuelta para dar un futuro a tu familia. Es una fantasía tan atractiva que, incluso ante la evidencia de los muchos fracasos, de las muchas muertes, seguimos prefiriendo la narrativa optimista. De hecho, uno de mis cuentos trata de una empleada de un salón de masajes que consigue trabajo en Japón, donde es asesinada. Ahora bien, ¿detiene su muerte el éxodo de las amigas filipinas que dejó atrás? En absoluto.
¿Cuál es el título del cuento?
“Merlie”.
Me recuerda a Rory, la protagonista que, al final de Soledad’s sister, parece estar dispuesta a irse al extranjero, confiada en que le irá mejor que a su hermana.
Sí, es la misma actitud: “Sé que algunas terminaron mal, pero a mí me irá mejor.”
La estructura de la novela es inteligente. Vemos el impacto que tiene la llegada del ataúd. Pero también hay flashbacks sobre la vida de la difunta, lo que ayuda a entender por qué se fue a trabajar a Arabia Saudí, tras pasar por Hong Kong.
Escribo mis novelas de forma intuitiva. No preparo las tramas. Soledad’s sister examina el anhelo de una mujer filipina de prosperar en otro país, y no solo por necesidades económicas. Quiere ver qué hay ahí afuera. El descubrimiento de la sexualidad en Hong Kong, por ejemplo, forma parte de su desarrollo como persona. Los trabajadores filipinos maduran en sus nuevas circunstancias. He sido testigo porque, en cada lugar al que viajo, intento hablar con los filipinos locales. Uno los encuentra en restaurantes, trabajando como cajeros o como personal de servicio. Les pregunto: “¿Cómo te va? ¿Cómo te las arreglas?” Admiro su tenacidad, su disposición para afrontar todas las dificultades con tal de lograr lo que se propusieron.
Soledad, el personaje que da título a su novela, es muy religiosa, de una forma obsesiva.
Sí, creo que los filipinos a menudo nos refugiamos en la religión para sobrevivir. El gran legado del catolicismo ha sido hacernos creer que existe un paraíso en el cielo en recompensa por el sufrimiento en la tierra. Es una forma de conferir cierta lógica al sufrimiento. Sin esta creencia, la vida carecería de sentido. Así que a ella nos aferramos. La metáfora más popular para describirnos es el bambú. Hay incluso una novela sobre la ley marcial titulada Bamboo in the wind [Bambú en el viento] (1991). Cuando el viento sopla, el bambú se dobla. Así somos los filipinos. También nos describen como resilientes, lo cual es cierto, aunque hay quien se aprovecha.
La alusión a Santa Teresa al final de Soledad’s sister me llamó la atención.
Fue más una idea espontánea que el fruto de un pensamiento meditado. Aunque la influencia española en Filipinas es tan profunda que, al final, uno nunca sabe.
La literatura filipina es apenas conocida en el extranjero. Otros países poscoloniales anglosajones son mucho más traducidos. ¿A qué se debe?
Filipinas es un accidente de la historia. Haber sido una colonia estadounidense nos dio el inglés, pero por esa misma razón quedamos fuera del circuito de la Commonwealth. Así que el Premio Booker y los demás mecanismos que catapultan a la fama en Occidente a excelentes escritores indios y caribeños no están a nuestra disposición. Nuestro inglés despierta suspicacias incluso en Estados Unidos. No es totalmente estadounidense. Pero tampoco es británico. Es un inglés mestizo. Durante mucho tiempo, sobre todo cuando fuimos colonia de Estados Unidos [1898-1946], nuestra ambición era ser publicados y reconocidos en la cultura estadounidense dominante. Alcanzar ese nivel suponía una suerte de trascendencia. Solo unos pocos filipinos lo lograron: Carlos Bulosan, José Garcia Villa…
Pero no Nick Joaquin, que no se mudó a Estados Unidos como Bulosan y Villa, sino que se quedó en Filipinas.
A mis amigos estadounidenses no les gusta Nick Joaquin. Les parece demasiado recargado. Quizás se trate de la influencia hispánica en su prosa. Prefieren un lenguaje más directo, tipo Hemingway. No aprecian las frases largas repletas de imaginería. Cuando mi agente compartió Soledad’s sister con varios editores, algunos le dieron respuestas negativas. Por ejemplo, la escena inicial fue muy criticada: “Aquí pasan demasiadas cosas a la vez. ¿Por qué no vas al grano?” Pero yo quería transmitir que, cuando llegas al aeropuerto de Manila, una multitud de obstáculos se interpone entre la pista de aterrizaje y tu destino en Filipinas, y eso forma parte del carácter de nuestra sociedad. Nos complicamos la vida para llegar del punto A al punto B.
¿Quiénes son las grandes figuras de las letras filipinas?
Además de José Rizal, está Nick Joaquin, por supuesto. Gregorio C. Brillantes es otro autor fabuloso que escribe con elegancia, agudeza y disciplina. Y hay escritoras muy potentes como Kerima Polotano o Aida Rivera-Ford.
En cuanto a autores extranjeros, admiro a aquellos que observan la sociedad y escriben sobre personas normales y corrientes con un profundo sentido de la ironía: William Somerset Maugham, John Updike, Graham Greene. También me gusta mucho Nadine Gordimer.
¿La tecnología ha cambiado su forma de escribir?
Comencé con un bolígrafo. Luego me pasé a la máquina de escribir. Y en los últimos treinta o cuarenta años, al ordenador. Colecciono plumas estilográficas y máquinas de escribir antiguas. Pero también soy un fanático de Apple y fui presidente del grupo de usuarios de Macintosh en Filipinas.
Ahora escribo con el móvil, sobre todo cuando estoy de viaje. Redacto mis columnas en el teléfono, incluso algo de ficción, pues es más fácil de llevar que un ordenador portátil. Creo firmemente que un autor no debe depender de su estado de ánimo ni necesita aislarse en una isla tropical para poder escribir. Uno debe ser capaz de escribir en la carretera, en una parada de autobús, donde sea.
Escribir es un estilo de vida.
Sí. Pero yo no soy solo un autor de ficción; soy un escritor profesional. Vivo de mi escritura. Hago periodismo y libros por encargo, que suelen ser biografías o historias institucionales. También he sido profesor universitario. Siempre me he ganado la vida escribiendo. Por eso, para mí, escribir no es algo romántico; es algo cotidiano. A veces me describo como una navaja suiza de la escritura: si alguien necesita un discurso, un guion, una noticia o un artículo, lo que sea, acude a mí.
La introducción de Voyager [Viajero] (2019) presenta algunos de los cuentos como capítulos de una futura novela.
Llevo unos tres años trabajando en mi tercera novela. Y puede que me lleve otros tres años acabarla, pues disfruto más escribiendo cuentos. Por desgracia, no somos un pueblo que escriba o lea novelas. Ahora bien, el mayor efecto de la Feria de Fráncfort de 2025 tal vez sea concienciarnos de la importancia de vender literatura filipina en el extranjero. Y para eso tenemos que producir más novelas, pues es el género con más lectores. Mi deber con mi país es escribir otra novela.
¿Por qué escriben más cuentos que novelas?
Forma parte de nuestra sensibilidad. Los filipinos no somos atletas maratonianos, solo velocistas, pero de alto rendimiento. Nuestra visión del mundo está a nivel de calle. No tenemos la idea occidental de respetar el espacio personal. Siempre estamos rozándonos los unos a los otros. Se nos da bien concebir las cosas de cerca, pero no nos sentamos en la cima de las montañas. No tenemos la perspectiva olímpica de los rusos, que pueden escribir novelas abarcando varias generaciones. Los filipinos somos buenos contando historias que transcurren en pocas horas o días. A veces digo –medio en broma– que quizá se deba a que en Filipinas no hay montañas altas. Siempre estamos a ras de suelo.
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Soledad’s sister [La hermana de Soledad] ha aparecido en alemán, italiano y francés, pero hasta ahora no se había traducido al español. Como muestra de la prosa de Dalisay, reproduzco el tercer párrafo del primer capítulo de la novela. Se trata de la escena inicial mencionada en la entrevista: el bullicio que uno encuentra al aterrizar en Manila. Pre-Textos publicará la edición española en otoño de 2025, coincidiendo con la próxima edición de la Feria del Libro de Fráncfort, en la que la literatura filipina será la invitada de honor.
“En el aeropuerto Ninoy Aquino, un total de tres pilotos, ocho azafatas y 267 pasajeros salió del avión y entró en el embudo del área de llegadas. La tripulación se escabulló por un carril exprés, cruzó inmigración y aduanas, y subió a una furgoneta, que los llevó rápidamente a su hotel en un extremo de la bahía. Cargando sus preciadas posesiones, el resto de los mortales marchó hacia la calurosa bienvenida del control de pasaportes, la recogida de equipaje, aduanas, la multitud sonriente al otro lado de la barrera de llegadas, los taxis y los jeepneys ronroneantes, y un aguacero torrencial que empañaba cristales y ventanas, y que empujó a la gente a tomar a decisiones rápidas: unas veces acertadas; otras, desastrosas. Al día siguiente, las noticias del mediodía darían cuenta de dos albañiles y un electricista que perdieron un año de salario ganado en Al-Khobar a manos de una banda que les ofreció transportarlos por poco dinero a Novaliches en su furgoneta Tamaraw FX. Aunque no salió en las noticias, una esteticista de Dammam, que no encontró a su novio bajo la lluvia, acabó pasando la noche en un motel de Pasay con el servicial policía que la invitó a su jeep. Incluso Nissan Vanette, de la tripulación, perdió todo el tiempo ganado en el aeropuerto cuando su conductor, creyendo haber tomado un atajo para evitar el tráfico creciente, terminó atrapado en un callejón tras un camión cargado de bicicletas y colchones. La lluvia convertía los techos de hierro galvanizado en tambores tensos y rebotaba en las lonas desplegadas a toda prisa, buscando la ruta más rápida de regreso a casa, a mar abierto, pero fracasaba en cada intento”.
Luis Castellví Laukamp es profesor de literatura española en la Universidad de Manchester. Ha publicado el libro Hispanic Baroque Ekphrasis: Góngora, Camargo, Sor Juana (Cambridge: Legenda, 2020).