Julián Rodríguez: La periferia de un refugio

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Uno camina y camina. Camina a la sombra. Camina al sol.

No deja de caminar nunca, despacio o rápido dependiendo de los días.

Eloy Tizón, “Fotosíntesis”, Técnicas de iluminación

Y al mismo tiempo quiero calentarme,

en ella, ver

cómo amanece, cómo

la luz da en mi cara, aquí, en mi cama.

Claudio Rodríguez, “Aventura de una destrucción”, El vuelo de la celebración

Toda memoria proviene de un tiempo irrepetible. Son palabras robadas por mí, y por lo tanto inexactas, a Julián Rodríguez (1968‐2019), galerista, diseñador gráfico, escritor (sobre todo) y editor de Periférica, sello editorial fundado en 2006 cuyo nombre es toda una declaración de principios, plasmada en su brillante catálogo, y cuyo eco se escucha en las páginas de este bello y conmovedor Diario de un editor con perro. La casa de las montañas (2018‐2019) (Editora de Extremadura, Mérida, 2021, edición de Martín López‐Vega). En la nota editorial que cierra el volumen, Martín López‐Vega recuerda, cartografía y data el origen de este diario y subraya su vocación literaria innegable, como demuestra la solidez y la profundidad de la voz que lo sostiene.

Haber leído las entradas de Julián en su perfil de Facebook (yo leí algunas en su momento) o haber visto las imágenes que las acompañaban se revela como un aspecto secundario en la lectura del libro. Ahí radica (y Julián lo sabía) la construcción de una obra literaria ajena al ritmo de una red social, donde la génesis de cada texto, marcada por la singularidad y la independencia (con sus comentarios, con sus megusta…), queda en la periferia y en su lugar la cohesión y la poética unívocas son el centro, son el refugio. Este libro es un refugio. Siempre he creído que la labor de un editor se evalúa a través de su catálogo, una suma, en parte, de aciertos y de años. Julián nos aportó con su quehacer lo primero; tristemente no tuvo tiempo para acumular lo segundo. Sin embargo, a este criterio se puede añadir el que resulta de un don, un instinto y, al mismo tiempo, de una peregrinación, una sabiduría que sí son acumulables. Julián Rodríguez siempre será recordado como editor (también sobre todo) porque en su oficio despliega la tensión, el debate y la estrategia de todos estos factores. Con este punto de partida, su labor ha sido y es necesaria e irremplazable.

De todo ello da cuenta Diario de un editor con perro, una suerte de beatus ille campestre, de crónica de huida, de aislamiento intermitente (cabe preguntarse aquí cómo hubiera sido el confinamiento pandémico y prolongado de Julián entre lecturas y fuegos de chimenea) que nos devuelve la medida de detalles visibles e invisibles, grandes y pequeños que se conjugan en el editor cuya sombra surge desde el título. Poco o nada se dice del trabajo editorial. En ocasiones, casi de pasada, se menciona un aspecto pendiente, un viaje programado o un deadline ineludible que son el cordón umbilical a la gran ciudad, al ritmo cotidiano, al desasosiego de agenda y compromiso. No precisamos más. Diario de un editor con perro es una gran ecuación que resuelve y dilucida incógnitas que nos permiten saber cómo era, sobre todo, Julián el editor. Y Julián el hombre, sí claro, si deseamos hacer una interpretación biográfica que un diario indudablemente permite.

Mi lectura en cambio es otra. Siendo la repetición una figura poética propia del género del diario, disfrutamos ante el ir y venir de Julián y su perra Zama. El paseo como escapismo y como encuentro de uno mismo (“todo se desvanece, todo se congela literalmente”). La casa de campo es epicentro de otra periferia, aquella habitada por el día y la noche, con su clima cambiante, sus alrededores de prados y bosquecillos de abedules o abetos, la compañía de cuervos, corzos o zorros. La luz del amanecer, las carreras de Zama, el hallazgo casual de la huella de algún animal, la anécdota con un vecino o el aviso de una nevada en el aire son partículas que provienen de la contemplación. Esta periferia es refugio también.

Asimismo, editar es un ejercicio de meditación y de observación: del acompañamiento del manuscrito al libro y su autor a la vigilancia de todo un catálogo. ¿Qué es si no el catálogo el mejor de los refugios de un editor, acaso el único? Puertas adentro, chimenea y cocina, ¡qué importante ese esmero y ese cuidado con todo lo que se va a comer! El recuerdo de las recetas de la madre –sobre su mantel y sus servilletas–, la compra de la materia prima, la preparación de cada pequeño festín, el plato del día anterior. No es de extrañar que el editor y el cocinero convivan bajo este mismo techo como etimológicamente conviven las etimologías ēdere (publicar) y ědere (comer). Estas secuencias tan domésticas de ensaladilla rusa junto al fuego o de té frente al jardín cautivan al lector y, de algún modo, nos acercan al protagonista o al personaje bajo una ficción que, quiero pensar, Julián Rodríguez, el escritor (sobre todo), tenía presente.

Puertas adentro, música y lectura, son relevantes hasta tal punto que este diario se convierte en una nómina sugerente e interesantísima de libros y discos, autores y compositores, poemas e intérpretes. En la casa resuena Radio Clásica, composiciones tan minuciosamente elegidas como diversas y los pasos de Julián buscando ejemplares que ocupan distintas habitaciones. Viajamos de William Butler Yeats al catálogo de una exposición –léase este diario como écfrasis–, de Gérard de Nerval a John Berger, de Karl Marx a Jorge Luis Borges (“Ya te cerca lo último. Es la casa / donde tu lenta y breve tarde pasa”). Y es que, ante todo, un editor es un lector, y Julián lo es, claro, un lector profundo, memorioso, de carácter: “El destino es carácter, escribió Novalis”, relee él mismo en su propio cuaderno.

De este modo podemos comprender, a partir de estas páginas, el latido que hay detrás del catálogo de editorial Periférica con tantos afluentes, con tantas búsquedas, colores. Puertas adentro y puertas afuera el que escribe, el editor que escribe, el que edita a quien escribe. Quien escribe imagina y aventura; organiza de alguna manera el tiempo irrepetible de la memoria. Sobrecoge leer al escritor: “¿Y si cae un rayo y me da de lleno? Que me entierren ahí mismo o esparzan las cenizas por estos campos, me respondo…”. Para asumir estas palabras tenemos el refugio y la periferia que son este libro. Sobre todo este libro.

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Juan Casamayor es editor de Páginas de Espuma.


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