Puro glamour XXVIII. Si estamos perdidos por qué soy tan feliz

Una madre y su hijo se pierden en un bosque de Los Pirineos.
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Los niños no sabían exactamente qué eran Los Pirineos. A veces, desde el coche les señalábamos unas montañas a lo lejos y decíamos “mirad, chicos, los Pirineos”, como si ese sintagma despertara en sus cerebritos lo mismo que en los nuestros al oírlo ellos y al pronunciarlo nosotros. La vez que más de cerca los habían visto fue volviendo de Francia en la autocaravana, era agosto, pero había restillos de nieve y la carretera era mala y aun con las ventanillas cerradas sabíamos que la temperatura fuera era mucho más baja. La idea era que conocieran el Pirineo oscense, aunque solo llegamos a Ordesa.  

La casa rural estaba en Broto y teníamos sendos apartamentos en dos plantas: además de nosotros, estaban mis padres, mi hermana y su novio, mi hermano mediano, su mujer y su hija, pelirrojísima. Como mi hermano vive en Huesca planeó él la excursión: Ordesa, un paseo corto, ni soñábamos con llegar a la Cola de Caballo, una cascada impresionante que está a cuatro horas de camino. Siempre que veo esos carteles que indican el tiempo de la ruta con tipografías curiosas me pregunto si la duración indica la ruta total, es decir, ida y vuelta, o solo ida y entonces hay que multiplicar por dos lo que pone para saber cuándo estarás de vuelta en la civilización, cuánto rato falta para que puedas tomarte un café, una cerveza, hacer pis en un baño, etc. Por supuesto, no lo he comprobado nunca. 

Dejamos los coches en el parking y, antes de empezar el paseo, el novio de mi hermana y yo fuimos a por café. Nos esperaba el resto de la expedición, mis padres estaban de camino y nos reuniríamos con ellos en la comida. Barreiros se rio de nosotros: auténticos seres exóticos fuera de lugar con nuestros cafés en vaso de cartón entre excursionistas vestidos con ropa de montaña, botas de montaña, gorro de montaña y palo de senderismo. Todos con la misma marca de ropa y mochilas perfectamente ajustadas a la espalda. Barreiros llevaba naranjas y magdalenas en una bolsa de rafia colgada del hombro. 

Nos íbamos fijando en todo en el camino: los restos de nieve, los agujeros en los árboles en los que imaginábamos que estaba la entrada a la madriguera de un zorro. Elegíamos palos para tirachinas y piedras que lanzar a los riachuelos. Enseguida se formaron dos grupos. Poco después, mi hijo mediano y yo nos quedamos aún más rezagados que el grupo rezagado. Perderlos de vista nos costó muy poco. Seguí caminando por el único camino que parecía haber. Pero al llegar a la primera intersección tomé la decisión equivocada: como mi cuñada hablaba todo el rato de una pradera a la que llegaríamos, seguí la señal que indicaba “pradera”. Al cabo de unos minutos me di cuenta de que nos habíamos perdido. Mi hijo sugirió que los llamara por teléfono. No había cobertura. 

Mamá, si nos hemos perdido, no sé por qué estoy tan feliz, me dijo mi hijo. El primero en darse cuenta de que estábamos volviendo fue él. No terminaba de tenerlo claro yo y estaba empezando a angustiarme: ¿adónde iba ese camino?, ¿y si yo pensaba que mi hija mayor estaba con ellos y ellos pensaban que estaba conmigo? ¿Se habrían dado cuenta de que nos habíamos perdido? Antes hemos ido por ese lado del río, y ahora estamos yendo por este, dijo él. Y tenía razón: tras bastante rato caminando llegamos al parking. Vuelta a la casilla de salida. Empezamos de nuevo la ruta. Al poco, vimos venir a mi hermana corriendo: nos estaban buscando y ella y Barreiros se habían dividido, el resto de niños están juntos. Sigue el camino, no hagas caso de la flecha que señala el desvío, etcétera. 

Después de comer, mientras les servían segundos platos copiosos y esperaban el postre, me salí al parque con mis hijos pequeños. Había un tobogán y una fuente. Llegaron unos niños con una pelota. Me quedé dormida unos minutos. Al despertarme no veía a mis hijos, estaban jugando a fútbol con sus nuevos amigos. 

Después fuimos a ver la cascada de Sorrosal, en el pueblo, y de camino pasamos por una quesería, que estaba cerrada porque tenía que ordeñar a las cabras, nos explicó la mujer levantando la voz por encima de la música. Al día siguiente le compramos unos quesos buenísimos de vaca y oveja de unos granjeros franceses. Su queso, el de cabra, aún no estaba listo. Había que esperar un mes y medio aproximadamente. Está a punto de cumplirse. 

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(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).


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