The Happy Reader, entre lo clásico y lo contemporáneo

Una entrega más de la serie sobre la edición contemporánea en revistas; publicaciones sobresalientes en su proceso editorial o con características distintivas e inesperadas. En esta ocasión, revista semestral que vincula la lectura de los clásicos con figuras de la cultura y el espectáculo.
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¿Qué pasaría si tratamos de fusionar a Penguin, la célebre editorial inglesa, con Fantastic Man, la hipersofisticada revista de moda masculina? La idea, incoherente a simple vista, parece más una propuesta conceptual que un proyecto real. Y sin embargo, The Happy Reader existe a partir de esa proposición: es una publicación que habla sobre libros y lecturas y que ha fascinado a su audiencia desde 2014, cuando se publicó el primer número.

Allen Lane, el legendario fundador de Penguin, decía nunca haber pasado la página de un libro, pero le fascinaba la idea de lograr que la lectura se hiciera popular. Transformó la industria editorial en 1935 cuando consiguió vender los clásicos de la literatura universal a un público masivo por el mismo precio de una cajetilla de cigarros. Más prescriptor que lector y más publisher que editor, hizo del libro algo accesible sin perder de vista la calidad del contenido. Como todos los cambios de paradigma, hoy no nos sorprende, aunque entendemos su importancia si recordamos cómo era la industria del libro y el acceso a la lectura antes de él. Su triunfo fue demostrar que existían lectores para los clásicos.

Fantastic Man es una revista europea de moda masculina que apareció en 2005 con características que parecían ir en contra de su categoría: blanco y negro, abundancia de texto, alejada de las tendencias, con entrevistas exhaustivas a intelectuales no siempre relacionadas con la moda. Una publicación para leer, más parecida a una fusión libro/periódico que a una revista, dicen los editores Gert Jonkers y Jop van Bennekom: “hay mayor riesgo en iniciar una publicación que se parece a las que ya existen que iniciar una con sorpresas y nuevas formas”. Estas ideas resultaron exitosas: se ha convertido en una “biblia de estilo”, una referencia e influencia internacional, no solo de moda o revistas, sino de la industria editorial.

Alguien en Penguin se preguntó si las prácticas editoriales de Fantastic Man y su concepto de “revista para leer” se podían usar para acercar e incitar a nuevos lectores a ver los clásicos con nuevos ojos” — clásicos relegados, como El tulipán negro, de Alexandre Dumas, o La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson. Así nace The Happy Reader. Su esencia se forma con los valores de Penguin (revisitar los clásicos, masificar la lectura, bajar radicalmente el costo) y Fantastic Man (apostar por el lector inteligente, explorar nuevas formas, mostrar el aspecto “intelectual” de las celebridades). En la fusión se logra un producto editorial extraordinario.

Esta dualidad que da lugar a la revista (clásico/contemporáneo, popular/sofisticado) se exhibe claramente: The Happy Reader tiene dos partes que sustentan su estructura editorial, la “tangible” y la “conceptual”. La primera parte es una entrevista extensa a un personaje cultural reconocible que sea fanático de los libros y la lectura. Por mencionar algunos: Grimes (“genio musical”), Ethan Hawke (icono de la pantalla), Kristin Scott Thomas (actriz y “tesoro nacional”), Olly Alexander (cantante pop). La segunda parte es una serie de artículos breves alrededor del “libro de la temporada”, un clásico revisitado: La señora Dalloway, de Virginia Woolf (1925); Frankenstein, de Mary Shelley (1818); La leyenda de Gösta Berling, de Selma Lagerlöf (1891); Nosotros, de Yevgueni Zamiatin (1924); etcétera.

La primera se podría leer como una versión relajada de las icónicas entrevistas de The Paris Review. Los entrevistadores son poetas, editores, escritores. La entrevista examina los hábitos de lectura y la vida cotidiana de los entrevistados y termina con una lista de títulos recomendados con breves reseñas: los libros que me regalaron este año, los que he comprado para leer las próximas vacaciones, mis favoritos. La segunda intenta, en palabras de la revista, revelar el significado de un clásico literario. Seb Emina, el editor, comisiona diez artículos que discuten los temas del libro; leídos en conjunto, esos textos inquisitivos e inesperados hacen evidente la relevancia actual de una obra escrita hace cien o doscientos años y responden a preguntas que podrían dar contexto a discusiones contemporáneas.

En invierno de 2015, por ejemplo, la lectura propuesta fue El paraíso de las damas, de Émile Zola (1883), la novela que habla de la aparición de la tienda departamental en el París de mediados del siglo 19. Lauren Elkin escribe sobre las similitudes entre el diseño de la tienda departamental y el rediseño urbanístico de París realizado por Haussmann en la misma época. Michel Gaubert, un dj parisino que crea listas de reproducción para las tiendas de las marcas de moda más exclusivas, responde a la pregunta ¿cómo se transmite una identidad a través de la música? Scott Schuman hace una edición de sus fotos predilectas de París publicadas en su blog The Sartorialist. Kalle Lasn, uno de los fundadores del Buy Nothing Day (Día sin compras), habla acerca de la jornada mundial de protesta contra el consumismo. Etcétera. El editor piensa en dos tipos de lector, el que no ha leído el libro y el que sí lo ha hecho. El primero podrá disfrutar de esta sección como una serie de ensayos sobre un tema, pero el segundo descubrirá en ellos todas las sutilezas relacionadas con el texto, como piezas de un rompecabezas. Agrega que ambos podrán encontrar “la riqueza ilimitada de ideas e imágenes espléndidas contenidas en la literatura clásica, refractadas a través de un prisma”.

Podría decir que esta segunda parte de la revista —ese centro clásico con satélites contemporáneos orbitándolo— es donde se encuentra su genialidad, pero no: su excepcionalidad, me parece, reside en algo más arriba: en su estructura editorial (que ninguna revista puede exhibir con tanta lucidez). El esquema físico y conceptual de dos mitades se entiende a simple vista y está por encima del contenido. Tiene que ver con el diseño pero también con las dos formas de pensar que la crearon. Al principio aparece el índice enlistando las dos partes, la primera que tiende hacia lo sencillo y la segunda hacia lo complejo. La división entre estas dos mitades, siempre de 32 páginas cada una, es justo al centro, donde la revista está engrapada; aparece ahí una segunda portada con un layout idéntico a la primera, que bien podría leerse como la entrada a una segunda publicación con el mismo título. Esos elementos de claridad estructural son un atractivo inusual que se convierte en un incentivo para el lector.

Al contrario de las campañas huecas y fallidas de promoción a la lectura que nos rodean (“leer es sexi, leer es cool; leer te hará inteligente o interesante”), The Happy Reader da en el clavo con un concepto puro y sólido: la lectura íntima, por placer; la lectura relajante, offline; la lectura y el libro en la vida cotidiana —qué es, para qué sirve, para qué podría servir. ¿Cómo entendemos las ideas contenidas en un texto y las extrapolamos después en nuestra interpretación del mundo, de nuestro presente?

The Happy Reader fue trimestral; hoy es semestral. Su producción masiva permite que su costo sea simbólico (dos libras en el Reino Unido). Sus materiales y tamaño —cálidos y amigables— invitan a “usarla” sin inhibiciones: hojearla, doblarla, transportarla, leerla. Puesto que se comercializa como libro y no como revista, es posible comprarla prácticamente en todo el mundo a través de las redes de distribución de Penguin Books. La revista termina apareciendo en lugares como puestos de periódicos, galerías, librerías, cafés y peluquerías, dice Seb Emina, quien divide su tiempo entre París y Londres. Acerca del diseño comenta: “Estamos obsesionados con él, aunque sabemos muy bien que una publicación puede sentirse sobrediseñada, y cuando eso pasa generalmente se convierte en una barrera para la lectura, como esos pasteles que lucen demasiado bien pero no pueden comerse. Y así como muchos de esos pasteles increíbles son desagradables cuando los pruebas, el mundo de las revistas contiene muchos textos horribles escondidos detrás de tipos de letra elegantes y diseños que deslumbran. Encuentro lo bonito insufrible en diversos sentidos”. Sobre la idea de seleccionar un clásico de Penguin originalmente escrito en español (Borges, tal vez), responde: “Sí, lo vamos a hacer. Me encantaría realizar un número sobre él. Cervantes sería interesante también”.

 

Este artículo es parte de una serie sobre la edición contemporánea en revistas. Publicaciones sobresalientes en su proceso editorial o con características distintivas e inesperadas. 

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(Guanajuato, 1976) es editor en Gris Tormenta, una editorial de ensayo literario y memoria.


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