La destrucción, el sufrimiento de los inocentes, la estupidez y la crueldad, el heroísmo y la solidaridad, el ingenio tecnológico y la barbarie indescriptible, la suspensión de la normalidad y la cancelación de las expectativas: la guerra acompaña a nuestra especie desde el principio de los tiempos. Y también los intentos por entenderla: por distinguir entre guerras justas o injustas, por establecer unas leyes, por contar lo que sucede en ellas. Nunca se ha ido, pero algunas formas de guerra parecían cosa del pasado: guerra entre Estados, en determinados territorios que se creían a salvo. Los enfrentamientos entre grandes potencias, se decía, están descartados: primero porque serían demasiado cruentos; después por la hegemonía estadounidense. Ahora sabemos que esa predicción pecaba de optimista: la guerra vuelve a lugares donde parecía descartada hacía décadas y se convierte en una posibilidad real en buena parte del mundo.