A diferencia de los veranos de la niñez, los veranos de juventud no suelen ser un paréntesis. A veces tienen un aire de despedida que nos recuerda que, como decía Kundera, la nostalgia es más fuerte en la primera juventud. Pero, al igual que los veranos de la infancia, conservan la posibilidad de la aventura. Como muestran los relatos de este número, una continuación de Veranos de infancia (2011) y Veranos de adolescencia (2014), son una exploración: del sexo, del trabajo, de la vocación. A menudo propician el descubrimiento de un límite, o el encuentro de una amistad o un amor decisivos.
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