Hay tres elementos que ayudan a entender la genialidad de Quincy Jones (1933-2024), uno de los más grandes productores de la música popular del siglo XX. El primero –honor a quien honor merece– es haber aprendido de una gran maestra: Nadia Boulanger (1887-1979), compositora y directora de orquesta francesa, que tuvo como alumnos, entre otros, a Daniel Barenboim, Aaron Copland, John Eliot Gardiner, Philip Glass, Dinu Lipatti, Astor Piazzolla y al propio Jones, quien en múltiples ocasiones hizo referencia al gran impacto que tuvo haber estudiado con ella en París durante la década de 1950. En un entorno donde se suele invisibilizar la labor de las mujeres, hay que darle su lugar a Boulanger como un motor y gran influencia de la música popular y clásica-académica del siglo XX.
Un segundo elemento es, desde luego, su talento natural para la música. Fue un gran compositor e intérprete, pero también tuvo un gran ojo como productor: sabía cómo elegir las piezas, cómo grabarlas, qué tipo de arreglos y modificaciones hacerles, etcétera.
Un tercer elemento es su sensibilidad para entender, reproducir y enseñar a tocar ciertos aspectos de la música popular que a veces resultan complicados para quienes son ajenos a ciertas culturas musicales. Ejemplos son la candela en la música tropical latina y el duende en el flamenco, indispensables para poder interpretar dichos géneros con destreza. Dentro de la música popular estadounidense, hay ejemplos claros: tener el blues, cachar el swing (cuando un periodista le preguntó a Louis Armstrong cómo definía el swing, cuya invención se atribuye al gran trompetista, este respondió: “si no lo sientes, jamás sabrás lo que es”), tocar funky, o sentir el soul.
Quincy Jones podía entender todas esas músicas desde la raíz. En la década de 1950, giraba por Europa con una extraordinaria banda de jazz, con algunos de los mejores músicos de su época. Ante la precariedad económica que atravesaba pese a estar acompañado de los mejores músicos, cayó en cuenta que había que diferenciar entre la música y el negocio de la música.
De vuelta en Estados Unidos, donde la disquera Motown hacía sus pininos y en general el entorno para la gente negra era mucho más favorable que un par de décadas atrás, Jones se insertó en el medio discográfico. Lanzó su álbum Big band bossa nova (1962) con la extraordinaria “Soul bossa nova”, que revelaba su capacidad de unir géneros musicales de diversas latitudes desde la raíz, algo que sería esencial para su labor como productor.
Dos años después vendría una de sus primeras producciones emblemáticas: It might as well be swing (1964). Ahí unía a dos fuera de serie, Frank Sinatra y Count Basie. La versión de “Fly me to the moon” en dicho álbum es la definitiva. Fue producto de los arreglos musicales de Jones y de su visión al unir a un cantante que además de tener una voz extraordinaria, tenía un fraseo y rítmica singular que podían combinar perfectamente con el excelso swing y jazz de la orquesta de Basie. Fue el inicio de su camino como productor –mostrando ese entendimiento de la diferencia entre music y music business– desde el jazz hacia terrenos del pop: en 1973 produciría Hey now hey (The other side of the sky) de Aretha Franklin, en el cual lograba integrar cabalmente elementos del funk al soul de la cantante, principalmente en la pieza que da nombre al álbum.
Tres años después, descubrió y forjó a la banda The Brothers Johnson, quizás una de las más originales del funk de los años 70, que sabía integrar elementos de la música disco y rock. Como ejemplo, el cover a “Come together”, mostraba la mano de Jones a la hora de tender puentes musicales entre el rock de los Beatles y el funk rasposo del dúo de Los Ángeles.
Ya inserto en el pop, reunió todo ese bagaje de música que entendía a la perfección –disco y funk, jazz y swing–, para dar forma a los discos más importantes del pop. Vendrían algunos trabajos emblemáticos con Donna Summer y principalmente su tercia de álbumes con Michael Jackson: Off the Wall (1979), Thriller (1982) y Bad (1987). Aunque después de ello trabajó con algunos otros artistas del pop y hip hop, fueron esos los que sellaron su legado: es más que sabido que la música pop cambió para siempre a partir de Thriller.
Es difícil elegir una pieza específica de alguno de esos álbumes, pero quizás una de las que engloba de mejor forma el legado y la capacidad de Jones como productor es “Smooth criminal”: hay un ritmo prevalente que tiene elementos de música disco y hip hop a la vez, una fuerza en el bajo ligada al rock y al metal, un groove que remite al swing, y, ante todo, un respeto al sello particular de un gran cantante e intérprete.
En Quincy Jones se unió el talento musical innato, una capacidad de producción extraordinaria, el haber aprendido de grandes maestros y trabajado con cantantes fuera de serie, que podían cachar e interpretar el nivel de su retroalimentación musical como productor. ~