Desde hace quince años, Belafonte Sensacional ha operado como un colectivo dirigido por Israel Ramírez, con dotaciones que han cambiado a lo largo de su existencia. En una reseña positiva sobre el disco, Ricardo Pineda para El País señala que en la historia de la banda ha habido “desencuentros con las marcas o los grandes organizadores de conciertos”, agentes que en México sostienen la economía de la música popular. Es posible que este sea un factor que explique que Belafonte Sensacional tenga, hasta ahora, solo tres álbumes, sin contar los sencillos publicados: Gazapo de 2014, Soy Piedra de 2019, y Llamas, llamas, llamas, dado a conocer este 2025.
Sin embargo, también podemos pensar que cada placa procura estar hecha con paciencia. Desde 2023, Israel Ramírez ha presentado ante diversas audiencias versiones de los temas que culminarían en Llamas, llamas, llamas, un disco que contiene sutilezas, gestos en apariencia nimios que complejizan las composiciones. Sus temas y sonoridades dan congruencia a una producción que podría definirse como conceptual; es decir, canciones unificadas por temas expresados en las letras y en las formas instrumentales, un disco que es una sola unidad de sentido. Algunas constantes son el collage y las disonancias que interrumpen agradables progresiones melódicas de guitarras; las letras que equilibran el sentido del humor con el luto; las reverberaciones impresas sobre la voz, y la Ciudad de México como ese espacio más imaginario que físico, un sitio mental que induce ansiedad y melancolía.
La portada del disco es una pintura de Daniel Lezama titulada “La fogata” (2006). La imagen, de dramáticos claroscuros, retrata a personajes en su mayoría desnudos que se encuentran alrededor del fuego. Uno de ellos muestra una bandera mexicana que sustituye al escudo del águila por la Virgen de Guadalupe. La obra de Lezama conjunta una composición barroca con la ciencia ficción: un hombre vuela y un hermafrodita tiene una esfera metálica por estómago.
De cierta manera, las canciones de Llamas, llamas, llamas corresponden a esa imagen. Si en los años noventa la Maldita Vecindad o Café Tacvba compusieron sobre una ciudad vibrante que resistía los embates del neoliberalismo, Belafonte Sensacional ocupa un registro más inquietante. En “Todavía DF” se habla de la ciudad antes llamada distrito (Sandra Olguín dixit), la cual, pese a conservar un pasado que provoca añoranza, alberga “todo el dolor del mundo” del presente; su “viento trae tristezas” y sus “ríos se secaron”. Unos sintetizadores siguen la letra como si fueran campanas y finalizan con una sobreposición ruidosa que emula el ruido de un disco compacto trabado. Por su parte, la cumbia rebajada “Negro soledad”, que en su momento fue ejecutada en una lúgubre versión acústica, comienza con un lamento: “está lloviendo tupido en este valle metralla” –esa ciudad inundada que arrastra su basura que tan bien conocemos los capitalinos–. Si en “Todavía DF” se menciona la existencia de un destino que se jura destruir, en “Negro Soledad” se tiene “el alma aferrada a un destino criminal”. Los tropos de la cumbia adquieren una sonoridad angustiante por un órgano que sostiene una sola nota a lo largo de los versos y una distorsión en las trompetas. El acompañamiento con metales y sintetizadores de este par de canciones, que también se ejecuta en “OMI” y “Roca Roy”, no se mantiene meramente en el ornamento bailable ni degrada en una acrobacia común a las producciones costosas. Constituye, más bien, pequeñas y certeras improvisaciones, miniaturas en un disco de por sí sintético: sus nueve temas mantienen la estructura de las canciones haciendo un uso mesurado de otros recursos no necesariamente melódicos. Dichos aspectos son un posible aporte de Perritos Genéricos y Aquamute, proyectos experimentales que actualmente colaboran en Belafonte Sensacional.
¿Cuál es el destino del que se huye o al que se sucumbe? Llamas, llamas, llamas habla sobre la Ciudad de México y los estados de ánimo que ahí se experimentan. Los elementos no pueden separarse: el espacio habitado produce percepciones a veces descoyuntadas o dolorosas. Pienso que el destino al que se refieren las canciones que hablan sobre la ciudad es la muerte. “Y me voy muriendo a diario porque aquí se vive así”, se dice en “Suaves son los días”, el corte más conmovedor del disco, hecho en colaboración con Julieta Venegas. En apariencia, la canción habla de un amor perdido, pero lo que en un principio podría interpretarse como ruptura se convierte en una idea sobre el luto que se atraviesa por la muerte de un ser querido. También nuestros familiares y amigos son nuestros amores. El canto de “Suaves son los días” expresa el deseo de que “se pudiera compartir el mismo adiós de quien se ha ido siempre y a quien nunca se miró”, describiendo el sentimiento universal de que no apreciamos a quienes nos rodean sino hasta que los perdemos irremediablemente. “Quién fuera raíz del mundo de un amor que se nos fue”; quién pudiera mantener en el plano terrenal a quienes se desvanecieron. Los primeros versos de “Suaves son los días” están articulados por un teclado que marca sus acordes de manera muy discreta y un tanto desafinada, apenas tres notas con las que se modulan las palabras. El coro utilizado elude la espectacularidad gospel y se comporta más bien como un eco lejano.
En “Jovita Verano” también subyace la desesperación ante la inminencia de la muerte. La tierna guitarra con que inicia y los primeros versos narran algo en apariencia sencillo: “No quiero que te vayas, por favor. Quédate un poquito más.” Más adelante, sabemos que estamos escuchando una imploración: “Y quiero ver tu risa. Y quiero alejar esa nube enfermedad.” Los acordes de la guitarra son interrumpidos por un chelo atonal que pareciera descomponer la añoranza. El final que fragmenta la progresión tradicional de una canción también se coloca en “Chris Farley”, donde aparece el mismo chelo ejecutado por la compositora Mabe Fratti. El luto trae disonancias, la melancolía coloca sus melodías: los rasgos que cohesionan la narrativa del disco.
Definitivamente, Llamas, llamas, llamas no representa una ruptura radical en las formas de la música popular reciente. Pero sí constituye una entrega inteligente y honesta, con una producción desprovista de lugares comunes. Tanto las letras como las decisiones instrumentales contienen detalles que estimulan una escucha más atenta. ~
Agradezco a Ricardo Pineda su buena disposición para discutir algunos de los datos de esta reseña.