Vivíamos al norte del futuro, los días abrían
cartas con la firma de un niño, una frambuesa, una página del cielo.
Mi abuela tiraba tomates
desde su balcón, tiraba de la imaginación como de una manta
sobre mi cabeza. Yo pintaba
la cara de mi madre. Ella entendía
la soledad, escondía a los muertos en la tierra como partisanos.
La noche nos desnudaba (yo contaba
sus pulsaciones), mi madre bailaba, llenaba el pasado
con melocotones, guisos. Mi médico se rio de eso, su nieta
me tocó el párpado –yo besé
la parte trasera de su rodilla. La ciudad temblaba,
un barco fantasma que desplegaba las velas.
Y mi compañero de clase inventaba veinte nombres para judío.
Era un ángel, no tenía nombre,
luchamos, sí. Mis abuelos luchaban
con los tanques alemanes sobre tractores, yo tenía una maleta llena
de poemas de Brodsky. La ciudad temblaba,
un barco fantasma que desplegaba las velas.
Por la noche, me despertaba y susurraba: sí, vivíamos.
Vivíamos, sí, no digas que fue un sueño.
En la fábrica local, mi padre
tomó un poco de nieve y me lo metió en la boca.
El sol empezó una narración rutinaria,
blanqueando sus cuerpos: la madre y el padre
bailaban, se movían
mientras la oscuridad hablaba tras ellos.
Era abril. El sol lavaba los balcones, abril.
Cuento otra vez la historia que la luz bosqueja
en mi mano: Pequeño libro, ve a la ciudad sin mí.
Traducción de Daniel Gascón.
Ilya Kaminsky es poeta, crítico, traductor y profesor. Uno de sus libros más celebrados es Dancing in Odessa and Deaf Republic.