El 7 de mayo de 2000, Vladimir Putin tomó por primera vez posesión como presidente de Rusia. Ha estado 17 años en el poder, trece como presidente (de 2000 a 2008 y de 2012 a la fecha) y cuatro, entre 2008 y 2012, como primer ministro de Dimitri Medvédev. Putin ascendió en los convulsos años posteriores a la caída de la Unión Soviética. Como ha escrito Isabel Turrent,
El terreno más fértil para plantar la semilla de una dictadura es siempre una crisis. En 1999, Rusia estaba en una crisis profunda: la economía en picada, una democracia caótica que empezaba apenas a echar raíces, y el país mismo, en tránsito al feudalismo o, peor aún, a la fragmentación. Boris Yeltsin, el presidente, apenas podía sostener el timón.
En torno a la figura de Putin abundan las lagunas y vacíos, ya sea sobre su carrera política (fechas exactas, funciones desempeñadas, puestos), o sobre su vida personal (su familia y sus propiedades). Por ello, escribir una biografía del hombre de carne y hueso sería tarea complicada. Sin embargo, el gobierno ruso se ha empeñado en construir un multifacético personaje que lo mismo cabalga con el torso desnudo por las praderas de Rusia que acompaña una expedición submarina sacada de una novela de Julio Verne. A pesar de la ausencia de información (aunque en Rusia existen dichos, chistes y numerosas referencias al presidente Putin) o, lo que es más probable, aprovechando ese vacío, el culto a la personalidad de Putin es una política de Estado evidente, echada a andar para resistir las adversidades de la situación nacional. En este sitio ha escrito Georgina Hidalgo Vivas:
La estrategia de Putin para contrarrestar las protestas masivas de la nueva clase media rusa inconforme por vivir al día, en ciudades caras, con bajos salarios y sin posibilidad de expresarse libremente ha sido alimentar sistemáticamente un culto a su personalidad. Jóvenes periodistas se desnudan en calendarios y lavan autos para promoverlo, las abuelas de regiones remotas le cantan canciones de amor, los cantantes de moda le dedican sus hits… los clubes de motociclistas más rudos lo invitan a rodar por las carreteras. Aparece en los medios pescando, durmiendo tigres y osos polares, montando caballos con el torso desnudo, buceando para rescatar joyas arqueológicas, como personaje del año y hasta en las tiendas de souvenires.
La herramienta principal del gobierno de Putin es la propaganda, la manipulación de la verdad de acuerdo a sus intereses. En una situación de confusión y abundancia de fuentes de información, una nueva oleada de discursos populistas y redentores, el debilitamiento de los medios tradicionales de comunicación y el ascenso de las redes sociales, la verdad es cuestionada a cada momento, y Rusia está ahí para sacar provecho. Jesús Pérez Triana y Borja Lasheras discutieron con Ricardo Dudda en nuestro podcast Polifonía la situación actual de la propaganda rusa.
La Rusia de Putin ha invadido Ucrania y apoyado al régimen de Assad en Siria. Sus acciones, abiertas o encubiertas, han reactivado, en palabras de Adam Michnik, “el estereotipo de una nación condenada al estatus de agresor bárbaro y esclavo dócil”. Pero el mismo Michnik adviertía que
“Las manifestaciones que se celebraron [en 2013] en Moscú, con pancartas que decían “Rusia sin Putin”, demuestran que Rusia tiene más de una cara. Además del rostro horrible y repugnante tiene otro, noble y hermoso. […] Rusia no está condenada al despotismo en el interior y la agresión en el exterior. No es una esfinge: es un país lleno de conflictos y debates.
A 17 años de que un burócrata de la FSB tomara el poder, es oportuno recodar que el rostro de Rusia no es solo el rostro de Putin.