Foto: Sue Dorfman/ZUMA Press Wire

Crónicas de la ocupación 5 (y última). “Free DC”

De las canchas a las calles, la exigencia de sacar a la Guardia Nacional se mezcla con la lucha por darle categoría de estado a Washington DC. La lucha apenas comienza.
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A los 51 minutos exactamente en cada partido de local de Washington Spirit, la acción se desplaza de la cancha a las tribunas. El estadio entero estalla en el cántico: “Free DC!, Free DC!”,cada sílaba resaltada por el golpe de los bombos. “Free DC” ha sido el grito de batalla desde el inicio de la ocupación federal de la ciudad y no es casualidad que haya encontrado un espacio natural en Audi Field. Para sus aficionados, Washington Spirit no solo es un equipo de futbol femenil; también es la expresión de una postura política.

En sus inicios, jugando en una cancha para no más de cuatro mil espectadores en un lejano suburbio de Maryland, el equipo no era más que una nota al margen para el mundo futbolero de la capital. Pero en uno de sus primeros partidos en un estadio casi lleno, en medio de la polémica por la negativa de la Federación Estadounidense de Futbol a equiparar los salarios de sus selecciones nacionales varonil y femenil, los asistentes se sumaron a la causa con el grito de “equal pay! equal pay!” (salario igual) cada vez que había una jugada de peligro. Desde entonces, el campeonato nacional de 2021 y la liguilla cardiaca de 2024, su mudanza definitiva al estadio construido con el equipo DC United en mente, y sobre todo el estilo de futbol asertivo y despreocupado encarnado por Trinity Rodman, han convertido al Spirit en un símbolo del orgullo de la ciudad, reforzado desde los ataques de la segunda administración de Trump.

Washington Spirit promedia alrededor de 14 mil asistentes por partido, apenas un poco menos que el América en una ciudad doce veces más poblada. En los últimos dos meses, en los días de partido, las calles aledañas al estadio se llenan de banderas arcoiris, mantas y camisetas que proclaman a los cuatro vientos la vocación feminista y antifascista de una hinchada que camina al estadio flanqueada por elementos de la Guardia Nacional. En Washington DC hay ahora una continuidad de la cancha a la protesta callejera, simbólica pero también literal, como lo demostró la proliferación de camisetas de las ligas locales de futbol juvenil en la marcha del 6 de septiembre.  

Ese sábado, decenas de miles de personas marcharon por la calle 16 desde el parque Meridian Hill hacia la Casa Blanca, con la simple exigencia de poner fin a la ocupación. Fue una forma de catarsis por tanta rabia y temor contenidos desde el inicio de la presente administración, pero también fue un ensayo general y una medición de la capacidad de movilización de las fuerzas de oposición en la capital. “Free DC” no solo es una consigna, poderosa en su simplicidad: es también la reorganización orgánica de la vieja campaña por la estatidad de la capital de Estados Unidos, redirigida hacia la ocupación y amplificada por ésta.

Durante décadas, los habitantes del Distrito de Columbia han resentido el carácter incompleto del proceso de autogobierno, que inició en los años sesenta del siglo pasado y logró la elección popular del alcalde y un cabildo desde 1974, pero se estancó desde entonces y le sigue asignando poderes especiales a la federación sobre su presupuesto y seguridad, mientras les niega a los residentes el derecho a la plena representación en el Congreso. La situación no es del todo diferente a la de la Ciudad de México entre 1997 y 2016, y los debates tocan temas similares a los que se discutieron en la capital mexicana, sobre todo la forma de inserción de la nueva entidad en la federación. El fondo del asunto es, por supuesto, un cálculo político. Igual que la Ciudad de México desde 1994, Washington DC es un bastión progresista. Su estatidad les daría una cuantas curules en la cámara baja y dos senadurías en automático al partido Demócrata y no sé ve cómo, y menos cuándo, la ciudad puede ver algún tipo de competencia partidista real. Por ello, el antecedente institucional inmediato de Free DC abogaba directamente por la estatidad durante las presidencias demócratas y adoptaba una actitud de resistencia durante las republicanas. El caso actual es la resistencia extendida desde las políticas públicas hasta el barrio y la escuela.

Free DC es la entidad que coordina y centraliza la información de los grupos de padres de familia descritos en la tercera entrega de esta serie y promueve acciones masivas, como la marcha del 6 de septiembre, y pequeñas y locales como el cacerolazo diario de las 7 de la tarde. Free DC aglutina a personas de las más diversas procedencias, ocupaciones y estratos sociales, pero sigue careciendo de dos grupos electoralesclave. Por un lado, el silencio de las dirigencias sindicales nacionales ha sido atronador. A pesar de algunas iniciativas limitadas de secciones sindicales locales y sindicalistas en lo individual, el hueco dejado por el liderazgo de la AFL-CIO y los grandes sindicatos de industria y del sector público, quienes han visto a sus miembros perder el empleo y sufrir la persecución antinmigrante, es demasiado grande para ser obviado. Ese silencio pone en riesgo años de esfuerzos sindicales por construir coaliciones amplias con otras comunidades de clase trabajadora.

Por otro lado, la participación de la propia comunidad inmigrante en Washington DC es también limitada. A diferencia de Los Ángeles, donde los inmigrantes, en su mayoría mexicanos, salieron a las calles desde el primer momento a protestar por las redadas de ICE, enarbolando banderas de sus países de origen y desafiando abiertamente a las autoridades migratorias, en esta ciudad la comunidad inmigrante, como contingente en las acciones públicas, ha optado por un perfil más bajo. Eso no significa que no haya redes informales entre las personas más vulnerables a las redadas o que no circule información entre los grupos organizados de la comunidad centroamericana, pero sí es evidente que esta población no está tan representada en organizaciones como Free DC como lo haría creer el tamaño de su población.

Una posible explicación es que, a diferencia del sur de California, en DC no existe una infraestructura organizativa tan antigua y amplia, formada a través de décadas de activismo y del movimiento chicano. Otra posible explicación es la incertidumbre. Hasta hace unos meses, muchos inmigrantes centroamericanos eran elegibles para algún tipo de Estatus de Protección Temporal (TPS), que los protegía contra las deportaciones. La cancelación intempestiva del TPS para hondureños y nicaragüenses a partir del 8 de septiembre, así como su extensión para los salvadoreños, ha creado una estructura diferenciada de incentivos y una sensación distinta de vulnerabilidad para cada nacionalidad, dificultando la acción conjunta. Cualquiera que sea el caso, sería importante para Free DCadoptar criterios y protocolos para incluir las voces de la comunidad inmigrante y evitar hablar en su nombre.

Oficialmente, el 13 de septiembre terminó el periodo de 30 días en que el gobierno estuvo al mando de la policía metropolitana de DC. Pero eso no trajo consigo el fin de la ocupación federal en la ciudad. ICE sigue llevando a cabo redadas todos los días, las cuales de agosto a septiembre resultaron en más de 1,200 detenciones, según un análisis del New York Times. La Guardia Nacional y el FBI siguen patrullando la ciudad y apoyando los retenes de ICE. La policía metropolitana, ahora bajo el mando local, sigue colaborando con las fuerzas federales. Por ello esta última crónica de la ocupación termina tan solo parafraseando a Churchill: esto no es el fin, ni siquiera el principio del fin, es quizá tan solo el fin del principio. ~


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