Ahí, a pocos metros, estaba el asesino de 3 mil personas, el arquitecto de los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono, el hombre que presume haber degollado al periodista judío estadounidense Daniel Pearl y alzado su cabeza con la mano derecha. Cuando uno lo ve, todo lo que está a su alrededor se hace borroso y la respiración se detiene. El miedo se vive como un escalofrío momentáneo pero abrumador.
El pasado lunes 12 de febrero, Khalid Sheikh Mohamed entró después de las nueve de la mañana a la corte militar en la base naval de Guantánamo, ante la que él y tres de sus cómplices comparecían. En contraste con sus terribles actos, el autor intelectual de los atentados del 11 de septiembre de 2001 se veía inesperadamente diminuto. Aunque custodiado, caminaba con confianza sin estar esposado y llevaba en la mano izquierda un portafolio de tela negro. Vestía una túnica blanca, con chaleco negro y turbante combinado de esos dos colores. Su rostro se escondía tras una barba muy larga de tonos anaranjados y rojizos, probablemente teñida con henna. Estaba lejos de ser el hombre roto o vencido que uno creería. Respondió afirmativamente a una pregunta del juez y minutos después se retiró de la corte, dejando que sus abogados lo representaran.
Khalid Sheikh Mohamed es el hombre que en 1996 concibió y propuso a Osama Bin Laden atentar en Estados Unidos con aviones comerciales cargados de personas, con pilotos suicidas en lugar de bombas, estrellándolos contra objetivos emblemáticos, sembrando así la semilla del 11S.
Mohamed confesó que planeó y supervisó hasta su ejecución esos atentados. Su enorme ego lo llevó a soñar incluso con pilotear un quinto avión, que no estrellaría, sino aterrizaría en Oklahoma para salir triunfalmente de él y dar un discurso ante una supuesta multitud. Algo de lo poco, muy poco, que se quedó ese día en el tintero de sus retorcidos delirios.
KSM, como se conoce también a Mohamed, por sus iniciales, fue capturado en Pakistán y constantemente torturado, como sus cómplices, en centros clandestinos de la CIA en Afganistán, Tailandia, Pakistán y Polonia en 2003 y 2004. El gobierno de W. Bush justificó que la información obtenida mediante esas “técnicas mejoradas de interrogación”, como llamó a las torturas, evitaba atentados y mayores pérdidas humanas. Estados Unidos les negó además el estatus de combatientes enemigos para evadir la protección de las Convenciones de Ginebra y en 2006 los transfirió al territorio gris de Guantánamo.
Desde entonces Mohamed y sus cómplices siguen aquí, en esta base naval de Estados Unidos en Cuba. De los cientos de detenidos que había, quedan treinta. Están en una prisión en un enclave montañoso cerca del mar, de acceso muy restringido, en los campos 5 y 6. Pasan sus días en mucho mejores condiciones que las que tenían hace años. Hoy ya no están en aislamiento, pueden convivir, leer o entretenerse, algo que las familias de las víctimas del 11S reprueban. Piden que los terroristas que mataron a sus seres queridos no puedan disfrutar de todo aquello que arrancaron a sus víctimas.
Las audiencias, sin embargo, se llevan a cabo a kilómetros de ahí, en otra parte de la base que se conoce como Camp Justice, o Campo de la Justicia, una vieja pista de aterrizaje reconvertida, que alberga una Corte de Comisión militar (un sistema de justicia híbrido civil y militar usado por primera vez en la Segunda Guerra Mundial para cuestiones especiales) con dos salas o juzgados.
El centro del Campo de la Justicia es un sencillo monumento con el nombre, en el que ondea la bandera de Estados Unidos, flanqueada por seis banderas más, una por cada rama del Departamento de Defensa –el ejército, la Marina, los Marines, la Fuerza Aérea y la Guardia Costera–, además de una dedicada a los soldados caídos o desaparecidos en combate. Es aquí desde donde los medios que tienen raro y temporal acceso a la base, transmiten sus reportes. El monumento ha sido usado desde hace años como una suerte de altar en el que familiares de las víctimas del 11S dejan recuerdos, fotografías o escriben algún pensamiento en las conchas o caracoles provenientes de las playas de la base.
Aquí, el FBI interrogó a los acusados en 2007 respetando sus derechos, ante la invalidez judicial de sus testimonios previos por haber sido obtenidos bajo tortura. A pesar de ello, la defensa argumenta que las torturas que ya habían sufrido programaron y condicionaron a sus clientes a tal nivel que los testimonios de 2007 tampoco deberían ser aceptados como evidencia.
Y así, luego de años, lo que tiene lugar en Guantánamo en estos momentos no es el esperado juicio final a Mohamed y sus cómplices por el 11S, sino interminables audiencias preparatorias para determinar qué evidencias materiales y, sobre todo, qué testimonios no contaminados podrían ser usados en un eventual juicio que cada vez más abogados, expertos, periodistas, familiares y observadores creen que nunca ocurrirá.
La mayoría de los familiares de las víctimas del 11S respaldan la decisión del gobierno de Bush de torturar a los acusados para obtener inteligencia operativa que, están convencidos, salvó vidas. Y además creen que no hay otra forma de tratar a quienes planearon y colaboraron en la ejecución de los ataques que mataron a sus seres queridos, incluso si esa tortura implica que nunca haya justicia legal para Mohamed y sus cómplices, ni tampoco para las víctimas.
Pero en Guantánamo hay algunas señales de que quizás un juicio no esté tan lejano. Los abogados aseguran que el juez estaría por decidir algo respecto a la evidencia en las próximas semanas, y más de cien viviendas individuales prefabricadas acaban de ser instaladas en el Campo de la Justicia y están siendo amuebladas para poder albergar a miembros de la fiscalía, defensa y personal ante un eventual juicio.
Las nuevas casas y el nombre del Campo donde se encuentran son actualmente las únicas dos señales de que la justicia es posible. Mientras tanto, los acusados de los atentados más terribles de la historia permanecen en sus celdas, en el limbo jurídico y geográfico de esta base de Guantánamo. Nada indica que, juicio o no, eso vaya a cambiar algún día. ~
es periodista e internacionalista. Corresponsal en Jefe de Televisa N+ en Estados Unidos. Cubrió en vivo desde Nueva York los atentados del 11 de septiembre de 2001 y sus secuelas, para la radio y televisión mexicanas.