Un lamento recorre los artículos de análisis político. Es el lamento por resultados electorales que desafían el sentido común, o al menos el sentido común de quienes hacemos análisis político. El nuevo caso de estudio es el resultado del plebiscito en el que el pueblo colombiano rechazó en las urnas los acuerdos de paz entre su gobierno y la narcoguerrilla de las FARC. Con 13 millones de votos y un abstencionismo de 60%, el “NO” se impuso por menos del 1% de diferencia.
Los opinólogos condenaron el resultado. “No tenía sentido pensar que ganara el NO”, nos dicen. “¿Por qué los votantes, de manera creciente, se equivocan?”. Y algunos proponen respuestas: “La democracia no funciona”, fustigan. Los votantes sufren “insensatez democrática”, diagnostican. “Los plebiscitos son la ruleta rusa de la república”, sentencian.
Para mí, el resultado del plebiscito en Colombia sugiere algo que va más allá de la presunta irracionalidad de electores que “desahogan sus prejuicios” en medio de una “niebla de eslóganes y retórica”. Pienso que el triunfo del “NO” se explica en parte por una falla en el discurso político a favor de la paz.
Analizando el discurso del presidente Juan Manuel Santos el día de la firma de los Acuerdos de Paz, parecía que el plebiscito era un mero trámite que había que cumplir para que el acuerdo con las FARC surtiera efecto inmediato. Con una retórica que raya en el triunfalismo, Santos se ubicó como líder global:
“Hoy Colombia y la comunidad internacional saludan el acuerdo de paz como la mejor noticia en medio de un mundo convulsionado por la guerra, los conflictos, la intolerancia y el terrorismo.” […] Al terminar este conflicto, termina el último y el más viejo conflicto armado del Hemisferio Occidental. ¡Por eso celebra la región y celebra el planeta! Porque hay una guerra menos en el mundo. ¡Y es la de Colombia!”
Con el tono de quien siente que le está hablando a los historiadores del futuro, Santos agradeció a todo el mundo. Literalmente. A Ban Ki Moon y la ONU. A Cuba, Noruega, Venezuela, Chile y Estados Unidos. A la Cruz Roja. A Alemania. Al Papa Francisco. Pero ¿qué les dijo a los colombianos que tenían que salir a votar?¿Cómo se les explicó que la paz no estaba ganada, que se tenía que ganar en las urnas, que se tenía que defender con una participación activa?
Hacía falta un llamado a la acción eficaz. Lo busqué. Pero en todo el discurso estas fueron las únicas líneas que el presidente le dedica a movilizar a su pueblo:
Este es el acuerdo que suscribimos hoy ante nuestros compatriotas y ante el mundo entero, y que los colombianos –en menos de una semana– tendrán la oportunidad de refrendar en las urnas, para darle la máxima legitimidad posible.
Con su voto, el próximo domingo 2 de octubre, podremos dejar atrás un pasado triste y abrirle las puertas a un futuro mejor, con alegría y optimismo.
Con su voto, cada colombiano tendrá un poder inmenso: el poder de salvar vidas; el poder de dejarles a sus hijos un país tranquilo donde crezcan sin miedo; el poder de ayudar a los campesinos despojados a que regresen al campo; el poder de atraer más inversión al país y, por consiguiente, más empleo.
Los colombianos escogerán el próximo domingo entre el sufrimiento del pasado y la esperanza del futuro; entre las lágrimas del conflicto y la tranquilidad de la convivencia; entre la pobreza que deja la guerra y las oportunidades que trae la paz.
Este no es un llamado a la acción. No se le pide a los colombianos salir a votar. No es un mensaje que inyecta más entusiasmo a quienes eran proclives al “SÍ”. Tampoco busca dialogar ni entender las emociones y razones de quienes se inclinaban por el “NO”. De hecho, da por asumido el triunfo de su causa y comete un error crucial: asume que la superioridad del “SÍ” es tan evidente que no hace falta pedirle a la gente que tome acciones a su favor.
Toda decisión política es en el fondo una decisión moral. Un buen discurso político deja clara la frontera entre el bien y el mal, e invita a la gente a actuar para ponerse del lado del bien. En eso falló el discurso del presidente Santos: no hace una argumentación moral por los acuerdos de paz. Sus argumentos son racionales, utilitarios: si votas por el “SÍ”, vendrán más inversiones, tendrás más empleo, habrá más recursos para educación, habrá más desarrollo para el campo. ¿Qué diferencia hay entre esas promesas y cualquier campaña de cualquier político? Por eso y por la falta de un buen llamado a la acción, este discurso no persuade ni convence.
En cambio, el expresidente Álvaro Uribe –principal promotor del “NO”– logró enmarcar la decisión de manera moral: ¿es justo que quienes han matado, violado, mutilado, secuestrado y dañado a tanta gente inocente reciban ahora indulto, poder político, escaños en el Congreso y dinero del pueblo? La gente no es tonta ni irracional: simplemente calculó que su voto era más necesario para frenar una grave injusticia en el presente que para traer “paz, inversión y empleo” en el futuro.
En vez de lamentarnos por la forma en la que las personas procesamos la información en las decisiones políticas, es necesario que los liderazgos democráticos comprendan mejor a las sociedades a las que pretenden dirigir. Porque como lo he apuntado en esta columna, gobernar en democracia es comunicar, es persuadir, es convencer. Santos y el liderazgo pro-acuerdos no hicieron lo que se necesitaba para asegurar su triunfo y perdieron por solo 54 mil votos de diferencia. Solo queda esperar que Colombia aprenda las lecciones de este plebiscito y se pueda poner de acuerdo en qué significa construir una paz con justicia.
Especialista en discurso político y manejo de crisis.