El futuro se construye siempre sobre expectativas y experiencias, es decir sobre memoria e historia. Chile lo ha vuelto a hacer hoy. Un 56% de los votantes que participó en la segunda vuelta de nuestras elecciones presidenciales, ha resuelto que Gabriel Boric lidere los anhelos y sueños de una sociedad que decidió, hace poco más de dos años, cuestionar su modelo de desarrollo y tensar al máximo los límites de su sistema democrático. Pasarán muchos años, décadas probablemente, para que podamos comprender en profundidad no solo las causas del estallido social de octubre de 2019, sino la lógica de las pulsiones colectivas que entraron en juego en los últimos meses de ese año. El torbellino emocional que vivimos entonces todavía tiene ecos importantes entre nosotros generando indistintamente esperanza y temor.
Con todo, los resultados de la elección presidencial no deben llamar a engaño; en la mayoría victoriosa conviven, se admita o no, electores con ansias refundacionales, pero también forman parte de ella ciudadanos deseosos de conservar lo mejor de las últimas décadas, pero esperanzados en vivir en una sociedad más inclusiva y democrática. Sin el apoyo incondicional de la centroizquierda convocada por los ex – presidentes Lagos, Bachelet y, algo más tibiamente, por Frei, el triunfo de Boric habría sido muchísimo más complejo.
Después de la derrota en primera vuelta, ante José Antonio Kast, el presidente electo comprendió que su alianza con el partido comunista debilitaba dramáticamente las posibilidades de triunfo de su coalición y rápidamente movió su discurso hacia el centro. Los líderes de los partidos, a quienes había denostado por años, lo recibieron con los brazos abiertos, evidenciando una vez más la clásica regla de sobrevivencia y adaptabilidad de quienes tienen, ante todo, vocación de poder.
El resultado de la elección da cuenta que la estrategia fue acertada y que los votantes de la centroizquierda chilena se sintieron interpelados por un discurso menos populista, más realista e inclusivo y se sumaron en forma entusiasta al proyecto de la coalición Apruebo Dignidad. Siguiendo en esa línea, en su primer discurso, como presidente electo, Gabriel Boric ha dicho “vamos a ir avanzando a pasos cortos, pero firmes”, como así también, “los avances sustantivos, para ser sólidos, van a requerir de acuerdos amplios y para durar tienen que ser peldaño a peldaño para no desbarrancarnos”. Un tono mucho menos beligerante que el que exhibió en buena parte de la campaña electoral. Y es que en Boric conviven muy bien las “dos almas” del estallido social de 2019, la de octubre, eufórica, beligerante, iconoclasta, refundacional, anómica y la de noviembre, dialogante, democrática y propositiva. ¿Cuál de ellas será la que gobierne?
Por otra parte, un 44% se alineó detrás de posiciones nostálgicas del orden y de la “democracia de los acuerdos’ de los años noventa, pero también respaldó a un candidato ultraconservador, admirador de la dictadura Pinochetista y que nunca fue capaz de entender el gigantesco cambio cultural que vive nuestro país. ¿Será capaz la centro derecha de salir fortalecida de esta derrota y plantearse como una alternativa moderna y democrática hacia el futuro o se quedará entrampada en la retórica y lógica conservadora del partido republicano liderado por José Antonio Kast?
Como sabemos, los ciclos históricos tienden a repetirse, más allá de las características y particularidades de cada evento. En Chile pareciera ser tan cierta esta aseveración, que el resultado de este 19 de diciembre es casi idéntico al del Plebiscito de 1988 con el cual se puso término al gobierno de Augusto Pinochet. Y uno podría preguntarse, ¿ha cambiado en algo la composición de nuestro electorado? En apariencia las cifras sugieren que no, pero sin duda, los 33 años transcurridos desde el inolvidable 5 de octubre de ese año no han pasado en vano. Los indicadores macroeconómicos son superlativos a entonces y las posibilidades de desarrollo a la que tenemos acceso los chilenos son inmensamente superiores; pero también es cierto que nuestra clase política y nuestra cultura cívica son muchísimo más precarias que en aquellos días.
Los dos aspirantes a la presidencia de Chile para el periodo que se inicia el 11 de marzo de 2022, fueron “candidatos accidentales”, ninguno de ellos imaginaba, hasta hace pocos meses acceder a estas instancias electorales. En otras palabras, tanto Boric, como Kast fueron construyendo sus programas de gobierno en función de los hechos y las circunstancias que se devenían antes que con una visión de mediano y largo plazo. Ahora bien, aunque Gabriel Boric pueda parecer un presidente inesperado, no lo es su victoria. Como se dijo, en él coinciden las ansias refundacionales con la responsabilidad política como la que mostró al posibilitar el acuerdo que dio una salida negociada a la gigantesca crisis institucional de fines de 2019 y la mayoría de los votantes eligieron, al apoyarlo, ambas facetas.
Y es que en Chile conviven, al menos tres visiones de futuro, la nostálgica del pasado, la transformadora y la deconstructivista. La tarea que tenemos frente a nosotros es formidable, la crisis sanitaria que no cesa a nivel mundial, el cambio climático que nos ha golpeado sin piedad en el último tiempo, los problemas de deuda de nuestra economía, la desconfianza de los inversionistas nacionales e internacionales, las demandas de los pueblos originarios, la violencia y delincuencia crecientes asociadas al narcotráfico, la crisis migratoria, las gigantescas expectativas de la clases medias y baja, los temores de los estratos medio altos de nuestra sociedad, son solo algunos de los desafíos de los que tendremos que hacernos cargo como país. Todo lo anterior, además, mientras la Convención Constitucional redacta nuestra nueva Carta Magna, la que deberá ser sometida a plebiscito el segundo semestre de 2022. ¿Cómo nos haremos cargo de todo ello?, las respuestas están en construcción, pero una cosa es clara, tendremos que negociar, y esa es siempre una buena noticia. La nueva composición del Congreso Nacional forzará a las “personalidades múltiples” de este Chile bipolar, a dialogar y a alcanzar forzosamente acuerdos. De no hacerlo, inevitablemente la crisis de 2019 volverá a sacudirnos y no necesariamente con el mismo signo político como consigna. Todos sabemos que, así como la historia tiende a repetirse, el péndulo suele ir de un extremo a otro.
Gabriel Boric ha saludado en su discurso de triunfo a todos los políticos que fueron sus contrincantes, de anarquistas a comunistas, de demócrata cristianos a liberales y conservadores y se ha comprometido a ser “el Presidente de todos los chilenos”, es de esperar que lo sea, nuestra democracia se lo demanda. Si logra sacudirse de la tentación populista, del asambleísmo panfletario y permite que gobierne el Boric de noviembre de 2019, no solo habrá cumplido su promesa, sino que será reconocido como tal. No es pequeño el desafío para un hombre que viene de los confines del planeta y que al terminar su mandado recién habrá cumplido 40 años.
es psicólogo, lingüista y artista visual. Sus libros más recientes son La revolución del malestar (2020) y En defensa del optimismo (2021). Es vicepresidente de Amarillos por Chile.