“La tradición de todas las generaciones muertas pesa como una pesadilla en los cerebros de los vivos.” Recordé esas palabras de Marx al leer el artículo del Telegraph que dice que algunos funcionarios del Tesoro defienden subidas de impuestos y recortes en gasto porque hay un riesgo “plausible” de una crisis de deuda soberana.
Por supuesto, Simon tiene razón aquí: ese riesgo no existe porque el Banco de Inglaterra puede, in extremis, comprar gilts. Sin duda, los mercados financieros no están preocupados; la última subasta tuvo una demanda récord. Y sería una estupidez iniciar la austeridad antes de que la recuperación esté bien establecida.
Lo que genera una pregunta: ¿por qué personas inteligentes se creen esas tonterías?
Parte de la respuesta está en efectos de selección. Los intereses del capital restringen las opciones políticas, y el ascenso del capital financiero/rentista y el declive del capital fordista han aumentado la presión hacia políticas monetarias más laxas en vez de una política fiscal más relajada.
Esto se complica porque el mercado de ideas está fracasando. John Stuart Mill pensaba que “las opiniones y prácticas ceden gradualmente ante los hechos y los argumentos”. Pero por varias razones –una de las cuales son lo medios que tenemos– esto no ocurre. La afirmación de Nick Robinson de que “el dinero debe devolverse de alguna manera” muestra que el mito del gobierno como una familia sigue obstinadamente vivo.
Pero hay otros factores. También hay poderosos mecanismos psicológicos que producen el error del Tesoro –mecanismos que, por supuesto, ocurren todo el tiempo en otros contextos–. Aquí hay tres.
Años de formación
Napoleón tenía razón: “para entender al hombre tienes que saber qué ocurría en el mundo cuando tenía veinte años”. Los que andamos por los cincuenta recordamos que se hablaba de que el gobierno tenía que ir “con la gorra en la mano al FMI”. Y nos educamos en la época en la que las tasas de interés real eran altas y pensábamos que la política fiscal se veía limitada por el hecho de que los elevados intereses harían que la deuda creciera y por el peligro de que el endeudamiento aumentara la tasas de intereses y expulsara la inversión del sector privado. Por supuesto, ahora vivimos en un mundo completamente diferente: exceso de ahorro, tasas reales negativas y escasez de inversión. Pero a nuestra mente le cuesta adaptarse. Marx tenía razón; le da forma el pasado, no solo el presente.
Tenemos buena evidencia empírica de otro contexto. Erin McGuire y Ulrike Malmendier (pdf) han mostrado que nuestras actitudes reciben una influencia desproporcionada de la apariencia que tenía para nosotros la economía en nuestros años de formación. La gente que había vivido tiempos difíciles, demuestran, invierte menos en acciones. El pasado lejano influye de forma indebida en el comportamiento actual.
Conservadurismo bayesiano
Detestamos admitir que nos equivocamos. Por tanto nos agarramos a nuestras creencias previas más de lo que deberíamos. Si simpatizabas con la austeridad posterior a 2010, es difícil admitir que estabas equivocado aunque estés ante pruebas sólidas.
De nuevo, no son solo los funcionarios del Tesoro, los periodistas y los políticos los que cometen este error. La gente comete el mismo error aunque no haya mucho dinero en juego. Una de las tendencias más fuertes en la inversión en acciones es el llamado efecto disposición; la gente se aferra a acciones que tienen mal resultado porque venderlas significaría admitir -aunque solo fuese ante sí mismos- que estaban equivocados.
Deformación profesional
Nuestra formación profesional no solo nos da destreza. También inculca sesgos particulares: formas parciales de ver el mundo. Durante decenios, el papel del Tesoro ha sido mirar el bolsillo. Y, para ser justos, alguien debe hacerlo. Esto debe llevar fácilmente a la creencia de que mirar el bolsillo es lo que hay que hacer aunque no se necesite: una tendencia que refuerza el hábito del burócrata de confundir la convención burocrática con la realidad objetiva. Y lo refuerza más nuestra reticencia a abandonar las ideas sobre las que se construye nuestra carrera. Como dijo Upton Sinclair, “Es difícil que un hombre entienda algo cuando su trabajo depende de que no lo entienda”. Aplicamos la falacia del coste hundido a nuestras creencias.
De nuevo, los funcionarios del Tesoro no son distintos en este sentido. Los economistas tienden a sobrevalorar el papel de los incentivos financieros; los abogados sobrevaloran el papel de la ley como agente para afrontar problemas sociales; y en cuanto a los ingenieros… (pdf).
Lo que quiero decir es que es increíblemente fácil equivocarse. Los tres mecanismos que he descrito son poderosos y ubicuos. Sin duda puedes pensar en muchas otras formas en que se aplican, también a mí. Eso hace todavía más importante que en la política tengamos mecanismos de filtro que criben errores. Nuestro problema no es solo que no tengamos esos mecanismos, sino que con mucha frecuencia tenemos justo lo contrario: mecanismos que seleccionan no contra el error sino a favor de él.
Traducción del inglés de Daniel Gascón.
Publicado originalmente en Stumbling and mumbling.
Chris Dillow es economista y escribe en el blog Stumbling and Mumbling (http://stumblingandmumbling.typepad.com).