Para mostrar la reintegración completa de Alfred Dreyfus a la comodidad burguesa tras su injusta condena y su posterior rehabilitación, un chiste parisino lo presentaba en un salón, escuchando rumores sobre una relación adúltera y señalando: “Cuando el río suena…”. Naturalmente, al recordar el caso Dreyfus pensé en los problemas con la justicia del fiscal general del Estado. Ecuánimes articulistas han comparado al capitán Dreyfus con Pedro Sánchez, pero creo que el símil con el fiscal general del Estado es más preciso. Entre las injusticias que se cometen con él, está la falta de reconocimiento de sus virtudes innovadoras.
El investigado es el jefe de los investigadores; el máximo responsable de la persecución de delitos también asume la tarea de la ocultación de pruebas. Esa doble condición le capacitaría para inaugurar un curso sobre la investigación de crímenes por la mañana y otro para desdibujar rastros por la tarde. Sin duda, ejemplifica nuestra política en bucle y encarna la economía circular: el doctor House lo diagnosticaría como autoinmune. Además, ¿cómo no iba a borrar todos los mensajes de su móvil? ¿No hemos visto Uno de los nuestros, donde Lorraine Bracco tira la cocaína por el váter por temor a que la descubra la policía? ¡Si lo hace la mujer de un gángster con droga, cómo no va a poder hacerlo un fiscal general del Estado con unos mensajillos! ¿Por qué no iba a utilizar un email privado para tareas relacionadas con su trabajo? Cualquiera se fía del otro.
Ya vemos el lío de Muface y el disgusto que se llevan algunos funcionarios solo de pensar que tienen que recurrir al sistema público. ¿Y a qué viene esa obsesión con él? ¿Cómo es que nadie investiga a la señora de la limpieza, si sabemos que en muchas novelas de misterio el asesino es el mayordomo? De nuevo, nos enfrentamos al empeño de atacar al más débil, a un pobre fiscal general del Estado. Además, la decisión de García Ortiz tiene costes que nadie reconoce. A causa de ese borrado, es posible que perdiera la clave de Netflix, que se deshiciera de fotos que no había guardado y de algunos memes y chistes muy graciosos que circulaban en el grupo de Primos.
Para explicar sus acciones, algunos han recordado a Sidney Bartleby, el protagonista de Crímenes imaginarios de Patricia Highsmith, que cuando su mujer se va a pasar unos días fuera empieza a comportarse de manera extraña, generando un montón de sospechas. Pero a mí sobre todo me hacen pensar en la historia de un familiar que cuando era niño jugaba con un amigo y un mechero. Terminaron por prender fuego a un pajar y casi queman el pueblo. La gente vio el humo y corrió a apagarlo, y los dos niños se marcharon a toda prisa. Al llegar al abrevadero, uno le dijo al otro: ¡Corre, lávate bien las manos, tenemos que borrar las huellas dactilares!
Publicado originalmente en El Periódico de Aragón.
Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).