El proceso electoral en Francia, que culminó con la elección del candidato socialista François Hollande, y la campaña en Estados Unidos, dejan muchas lecciones para México. Empecemos por los debates. El último y único encuentro en Francia entre el presidente Sarkozy y Hollande, antes de la segunda vuelta del seis de mayo, fue un debate cara a cara, en una amplia mesa con los candidatos sentados (pocas cosas tan incómodas como hablar desde un podio que anula la libertad de movimiento, impide consultar datos sin bajar la vista ostensiblemente e impone una rigidez artificial). Los dos moderadores, mesurados e inteligentes (ella llevaba, por supuesto, un vestido negro, discreto y elegante) hicieron preguntas precisas y luego dejaron hablar con libertad a los candidatos. El televidente podía observar al que hablaba y, a la vez, las reacciones de su interlocutor. Sarkozy y Hollande, que le habían dado la vuelta durante la campaña a los asuntos verdaderamente importantes, tuvieron que confrontar la problemática francesa y dejar en claro y con detalle, sus propuestas. También se dieron hasta con la cubeta, dejando al descubierto la personalidad y las pulsiones de cada uno; un asunto no menor cuando se trata de elegir al presidente de un país. El IFE puede haber quedado muy satisfecho con el primer debate entre los candidatos en México, y su formato; nosotros no (nosotras, menos).
En televisión, la imagen cuenta. No es el medio de Josefina Vázquez Mota. Se veía acartonada y se oía monótona. Si el medio es el mensaje, el suyo fue malísimo. Nadie recordaba al día siguiente una sola de sus propuestas.
Quadri –que no es, por cierto, ningún “ciudadano vs los políticos”, como él se presenta, sino un ciudadano al servicio de la peor de las políticas– y que no tenía nada que perder y todo que ganar, se dio el lujo de ser más coloquial. Nadie lo va a contratar como actor de telenovelas, pero su mensaje pasó.
Peña Nieto desilusionó a quienes esperaban verlo balbucear, a imagen y semejanza de Perry, gobernador de Texas, que entre “Uuups” y “¿cómo se llama?”, olvidó en un debate, nada menos que el nombre de una importante agencia gubernamental que quería desmantelar. Ahí acabó su campaña. La de Peña sigue en pie. Es almidonado a más no poder, pero no trastabilló, transmitió algunas propuestas importantes, y, sobre todo, no se enojó. Un estadista necesita tener la cabeza fría. La que le falta a López Obrador. Muchos esperábamos que echara mano de su experiencia y escenificara una de aquellas conferencias de prensa matutinas, donde manejaba a los medios a su antojo y llevaba invariablemente agua a su molino. Por el contrario, en el debate AMLO se des(a)moronó. Los complots y las mafias siguen dominando su discurso. Es la señora Kirchner con las fotos al revés. Basta ver lo que sucede en Argentina, para imaginar lo que nos pasaría si López Obrador llega a la presidencia.
Digan lo que digan los candidatos, la realidad sigue ahí. Hollande tendrá que enfrentar un gasto público del 56% del PNB, que amenaza con llegar en unos años al 100%. Un inmenso estado benefactor que la Francia de hoy, con un crecimiento ínfimo, desempleo y poca competitividad, no puede financiar, y una Europa integrada que puede desintegrarse en cualquier momento. El triunfador de las elecciones estadounidenses en noviembre, confronta una realidad tan o más difícil. A los problemas económicos de los Estados Unidos, hay que sumar las “guerras culturales” producto de fanatismos religiosos, del racismo y del puritanismo sureños, que siguen siendo ahora una amenaza casi tan grande como en los tiempos de Abraham Lincoln.
También aquí, la realidad sigue ahí: violencia, corrupción, ataduras ideológicas, desigualdad social, partidocracia, monopolios y oligopolios que retrasan el crecimiento del país, un medio ambiente devastado y un índice de pobreza inaceptable. Sobre eso queremos oír propuestas los mexicanos en el siguiente debate.
Estudió Historia del Arte en la UIA y Relaciones Internacionales y Ciencia Política en El Colegio de México y la Universidad de Oxford, Inglaterra.