No estoy de acuerdo con quienes dicen que lo mejor es ignorar a Donald Trump. Especialmente porque, de manera preocupante, sigue subiendo en las encuestas. A cada predicción sobre su inminente desplome, a cada dislate discursivo, a cada nuevo comentario ofensivo que parece asegurar su caída, sigue un incremento en su aprobación. ¿Por qué este personaje está violando con tanta impunidad las leyes de la política?
Trump es un ejemplo claro del discurso populista que tiene gran atractivo para una amplia franja de electores por varios factores. Menciono cuatro que son relevantes:
1.- Ofrece explicaciones simples para los problemas. Los estudiosos de la persuasión han encontrado que a la gente le gusta usar “atajos cognitivos”, es decir, ideas que ahorran tiempo y esfuerzo para entender temas complejos. Trump ha encontrado, de manera intuitiva, varios “botones” que activan estos atajos en un número importante de votantes, que ya estaban convencidos de lo que él dice. En retórica, esto se llama “entimema”,que en griego significa “idea que ya reside en la mente” y no es otra cosa más que un silogismo truncado. “Estados Unidos necesita construir un muro contra inmigrantes ilegales para recuperar su grandeza económica” es un claro ejemplo de los entimemas usados efectivamente por Trump. Suena lógico y creíble solo para quien ya piensa que la inmigración es la causa de todos los problemas económicos, aunque se trate de una falacia.
2.- Son políticos anti-política. Cualquier persona que busca el poder es, por definición, un político. Pero los populistas se presentan en el discurso como personajes completamente ajenos a la política y a lo que esta representa en el imaginario colectivo: corrupción, ineficiencia, dispendio, burocracia, abuso. Además, sus soluciones son personalistas: Trump está convencido de que basta su riqueza, su talento para los negocios y su carácter y tenacidad para desaparecer los problemas que los políticos no pueden o no quieren resolver como la corrupción o el desempleo. Dado que los populistas suelen tener personalidades fuertes, nunca les faltan seguidores convencidos de que, en efecto, ellos representan un cambio radical respecto a la política tradicional, y que resolverán todo en poco tiempo.
3.- Polarizan a la sociedad y culpan a fuerzas externas. Una de las principales armas del discurso populista es la polarización. Mientras que los políticos tradicionales buscan formar mayorías lo más grandes posibles, los populistas apuestan por la intensidad, más que por el número. Permanentemente dividen a la sociedad en buenos (los que los apoyan) y malos (sus críticos y detractores). Y nada les sale mejor que invocar a fuerzas externas, preferentemente de otras razas, nacionalidades o religiones, para unificar a sus seguidores. Trump está jugando esa carta, diciendo en cada discurso que México y los mexicanos representan una amenaza a la economía y a la seguridad de Estados Unidos. No extraña que ya haya quienes profetizan una nueva invasión a nuestro país.
4.- Apelan permanentemente a las emociones. En el caso de Trump, su lema de campaña: “Hacer a Estados Unidos grandioso otra vez”, tiene un enorme trasfondo emotivo: toca el orgullo herido del estadounidense conservador y xenófobo que piensa que su país tuvo una época dorada de dominio militar y económico global, pero que ahora es un gigante acobardado y humillado por enemigos “menores” como China, Irán, Rusia… y México. Trump también es un maestro del enojo. En sus discursos, habla indignado sobre cómo las empresas automotrices han desmantelado Detroit para llevarse “nuestras” inversiones, “nuestras” fábricas y “nuestros” empleos a México (ver a partir del minuto 18). De esta manera, Trump toca el enojo del votante “huérfano”, que no ha encontrado en los gobernantes, republicanos o demócratas, empatía o soluciones a sus problemas económicos.
En el mejor de los casos, el discurso populista es una receta infalible para la desilusión de quienes creen en sus fórmulas mágicas y luego se topan con la triste realidad: sus líderes resultan estar más dominados por “la condición humana” que los políticos a los que criticaban. En el peor de los casos, el discurso populista, llevado al extremo, conduce a naciones a la quiebra y la disolución social, o incluso, a la guerra. El hecho es que los experimentos populistas rara vez tienen final feliz.
Sin embargo, coincido con quienes argumentan que el populismo no es una enfermedad, sino el síntoma de males sociales más graves: la desigualdad, la corrupción, el abuso de poder y el egoísmo obsceno de élites corrompidas y mediocres. El populismo es el hijo no deseado de sistemas políticos y sociales que fomentan la exclusión y la injusticia. De vez en cuando, ese hijo rechazado se presenta a la fiesta de las élites y causa gran irritación por su falta de modales, su lenguaje vulgar y su aspecto desagradable. Pero en realidad, lo que más enoja a las élites es que, de alguna manera, el populismo refleja su propio fracaso para crear liderazgos más íntegros, más eficaces y, sobre todo, más humanos.
Especialista en discurso político y manejo de crisis.