El “borrado civilizatorio” de Europa

La Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos y el fin de Occidente.
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La Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos, publicada el viernes bajo la descomunal firma del presidente, quizá no nos permita anticipar la errática senda que seguirá los años que le quedan en el cargo, pero revela sin tapujos lo que el hegemón y sus acólitos piensan de aquellos que antes consideraban amigos.

Europa era uno de ellos. Formaba parte, junto a Estados Unidos, de un espacio llamado “Occidente”, mitad imaginario, mitad real. Ese lugar, soñado primero en la antigua Grecia, asentó raíces en mentes de ambos lados del Atlántico durante generaciones gracias a líderes como Churchill y Roosevelt, que emplearon ciertas palabras –democracia, libertad, derechos humanos– para expresar las convicciones de Occidente, y otras –tiranía– para definir aquello contra lo que luchaba. En esta Estrategia de Seguridad Nacional estadounidense han desaparecido todas esas palabras y los compromisos morales vinculantes que acarreaban. Occidente también se ha esfumado, y la idea –tan cara a Churchill y Roosevelt– de que la libertad americana bebe de las viejas tradiciones europeas queda desechada como sentimentalismo.

El documento describe a Europa como un caso perdido, prisionera de glorias pasadas e incapaz de entender que se enfrenta al “borrado civilizatorio”.

Una expresión como esa, tan sorprendentemente despectiva, merece un análisis. Europa afronta ese borrado, en primer lugar, porque Estados Unidos ha declarado que “Occidente” ya no existe. Este documento solo reconoce un protagonista histórico mundial: Estados Unidos, la nación “excepcional” que reclama su destino. Pero ya no es el destino de ser luz para las naciones, aquella ciudad en la colina evocada por los peregrinos. En lugar de visiones mesiánicas, solo queda un deseo feroz de inspirar temor. Y un Estados Unidos que aspira a producir miedo no puede permitirse el lujo de los lazos sentimentales que lo ataban a sus raíces europeas.

Europa afronta el “borrado civilizatorio”, en segundo lugar, porque sus Estados han cedido soberanía a la Unión Europea. La UE aparece como esas organizaciones internacionales tipo ONU que castran la independencia nacional. El Gulliver americano se libera de las ataduras de la cortesía internacional, mientras las naciones europeas se dejan atar cada vez más por hilos transnacionales.

La tercera causa del borrado civilizatorio es, según el documento, la inmigración. Una administración que podría haber celebrado que el multiculturalismo europeo refleja ahora el estadounidense, condena en cambio a Europa por diluir las identidades étnicas, nacionales y religiosas de sus pueblos. El informe anticipa un futuro cercano donde la mayoría de europeos será “no europea”. Entonces los lazos que unen a los aliados de la OTAN por valores compartidos se romperán definitivamente. La “estrategia” es transparente: en lugar de asumir su desprecio, el régimen culpa a la inmigración de la ruptura de vínculos comunes.

El borrado civilizatorio llegará, finalmente, por la tiranía de lo políticamente correcto en la política europea y por el combate liberal –en vano– contra el populismo de derechas. En esta estrategia de seguridad nacional, los “partidos patrióticos” de extrema derecha son los únicos verdaderos defensores de Europa. Se está formando un nuevo eje: Orbán en Budapest, Meloni en Roma, AfD en Berlín, Nawrocki en Varsovia, Wilders en La Haya, Bardella y Le Pen en París, Farage en Londres. Ahora que Estados Unidos los declara futuro de Europa, confía en que avancen destruyendo el proyecto liberal: multiculturalismo y Estado del bienestar dentro, multilateralismo y derecho internacional fuera.

Cuando el vicepresidente ensayó estos argumentos en la Conferencia de Seguridad de Múnich en febrero, su público atónito pudo pensar que solo estaba escuchando el globo sonda de un aficionado bocazas. Ahora la diatriba de Vance lleva el sello oficial. La estrategia de seguridad nacional sustituye explícitamente la adhesión compartida a la democracia por la adhesión compartida a la ideología ultraderechista como único criterio para definir quién es amigo de Estados Unidos en Europa.

Sin duda los europeos se alegrarán de saber que la política nacional estadounidense quiere salvar Europa del “borrado civilizatorio” antes de que sea tarde. La salvación vendrá, nos dicen, en forma de sermones americanos sobre los déficits democráticos europeos: “Nos opondremos a las restricciones elitistas y antidemocráticas de las libertades fundamentales en Europa, la anglosfera y el resto del mundo democrático, especialmente entre nuestros aliados”.

Así que Canadá, Australia, Brasil y otros aliados democráticos pueden esperar lecciones sobre Estado de derecho y libertad de expresión de un régimen que arrecia su ataque contra esos mismos principios en casa. Mientras tanto, Estados Unidos no dirá nada desagradable sobre orden político interno de los Estados del Golfo, China o Rusia –por citar solo tres tiranías–. El documento advierte la contradicción aparente y la despacha así: “Reconocemos y afirmamos que no hay incoherencia ni hipocresía en actuar según esa valoración realista ni en mantener buenas relaciones con países cuyos sistemas de gobierno y sociedades difieren de los nuestros, incluso mientras exigimos a nuestros amigos afines que defiendan nuestras normas compartidas, promoviendo así nuestros intereses”.

Lo que parece un doble rasero en el trato a democracias y tiranías desaparece si aceptas la lógica de realpolitik del documento. Según su visión, las democracias del mundo son débiles, están divididas y se encuentran en una situación de fragilidad económica. Europa, en concreto, no lidera ninguna de las grandes tecnologías del futuro. Las tiranías, en cambio, son fuertes. Los Estados del Golfo, ricos. Los rusos quizá no puedan crear las tecnologías del mañana, pero tienen armas nucleares. Los chinos cuentan con una población inmensa y un régimen que no cede cuando lo empujan. Por eso Estados Unidos se permite sermonear a sus antiguos aliados mientras se confabula con las tiranías.

Esa lógica de realpolitik implica un mundo dividido en bloques y esferas de influencia. Los estadounidenses reclaman su hemisferio como patio trasero y exigirán que las empresas de su país reciban contratos adjudicados a dedo en sus Estados clientes regionales. Imagina, si puedes, cómo reaccionará un presidente mexicano o un primer ministro canadiense cuando les digan que deben contratar a empresas estadounidenses y a los amigotes plutócratas del presidente. Si el hemisferio occidental es estadounidense, Asia oriental es china y Europa queda como un limbo olvidado, un puñado de democracias decadentes y sobrerreguladas a merced del hemisferio euroasiático de la tiranía ruso-china en su frontera oriental. Aunque esta estrategia de seguridad nacional no consiga nada más, este retrato del futuro de Europa debería hacer conscientes a sus líderes del destino que deben evitar a toda costa.

En un documento tan empeñado en que el mundo tema a Estados Unidos, lo llamativo es su confesión simultánea de debilidad. Estados Unidos, proclama, simplemente no puede permitirse “un gigantesco Estado asistencial-regulador-administrativo” dentro y “un gigantesco complejo militar, diplomático, de inteligencia y ayuda exterior” fuera. No puede ser el Atlas que sostiene el mundo. Decir que quieres ser temido mientras te bates en retirada no resulta creíble. Los chinos que lo lean dirán: ha llegado nuestra hora. Los rusos que lo lean dirán: aún podemos reconstruir nuestro viejo imperio. Los europeos se preguntarán qué extraña proyección psicológica se oculta tras esas palabras sobre el “borrado civilizatorio”. ¿Estará este régimen prepotente confesando –al proyectarlo sobre Europa– que ese es el destino que más teme para sí mismo?

Traducción del inglés de Daniel Gascón.

Publicado en el Substack del autor.


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