El fin de las viñetas políticas en el New York Times

Toda mi vida profesional me ha impulsado la convicción de que la libertad única de la caricatura política entraña un gran sentido de la responsabilidad.
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Después de entregar durante más de veinte años dos veces por semana una viñeta primero al International Herald Tribune y luego a The New York Times, y de recibir tres premios del Overseas Press Club of America en esa categoría, pensaba que el argumento en defensa de la viñeta política estaba claro (en un periódico que fue notablemente reacio a esta forma en el pasado). Pero ocurrió algo. En abril de 2019, una caricatura de Netanyahu sindicada que se reimprimió en ediciones internacionales produjo una amplia indignación, una disculpa del Times y el fin de las viñetas sindicadas. La semana pasada, mis empleadores me dijeron que cancelarán en julio las que se hacen en el periódico. Dejo el lápiz, con un suspiro: son muchos años de trabajo destruidos por una sola caricatura –ni siquiera mía– que nunca debería haber salido en el mejor periódico del mundo.

Me temo que no es solo una cuestión de caricaturas, sino del periodismo y la opinión en general. Estamos en un mundo en el que masas moralistas se reúnen en las redes sociales y se alzan como una tormenta, y dan a las redacciones un golpe sobrecogedor. Eso exige a los propietarios medidas inmediatas, que no dejan ningún espacio para la ponderación o discusiones con contenido. Twitter es un lugar para el furor, no para el debate. Las voces más indignadas tienden a definir la conversación, y la multitud iracunda va detrás.

En los últimos años, con la Fundación Viñetas para la Paz que establecimos con el caricaturista francés Plantu y el difunto Kofi Annan –un gran defensor de las viñetas– o en el comité de la Asociación de Viñetistas Editoriales Estadounidenses, he alertado a menudo de los peligros que suponen estas reacciones repentinas (y a menudo organizadas) que se lo llevan todo por delante. Si las viñetas son un objetivo importante es por su naturaleza y exposición: son una opinión condensada, un atajo visual con una capacidad única para llegar a la mente. Con mucha frecuencia, el verdadero objetivo, más que la viñeta, es el medio que lo publicó.

En 1995, a los veintipocos, me fui a Nueva York con un sueño imposible: convencería al New York Times para que tuviera viñetas políticas. Un director de arte me dijo: “Nunca hemos tenido viñetas políticas y nunca las tendremos”. Pero yo era testarudo. Durante años, hice ilustraciones para la sección de opinión y la sección de libros, luego convencí al International Herald Tribune, que se hacía en París y era una alianza del New York Times y el Washington Post, para que contratase a un viñetista. En 2013, cuando el NYT había incorporado por completo al IHT, ahí estaba yo: en la web del NYT, en las redes y en las ediciones impresas internacionales. En 2018, se empezaron a traducir mis viñetas en las ediciones en chino y en español del NYT. La edición en papel de Estados Unidos seguía siendo la última frontera. Me había tirado por la puerta y había entrado por la ventana. Y había mostrado que aquel director de arte se equivocaba: el New York Times tenía viñetas políticas hechas en la redacción. Por un rato, se atrevieron.

Junto a The Economist, con el excelente Kal, The New York Times era uno de los últimos espacios para las viñetas políticas –en el caso de un periódico estadounidense que aspiraba a tener un impacto global, tenía sentido–. Las viñetas traspasan fronteras. ¿Quién mostrará que el emperador Erdogan está desnudo, si los caricaturistas turcos no pueden hacerlo? Uno de ellos, nuestro amigo Musa Kart, está en la cárcel. Caricaturistas de Venezuela, Nicaragua y Rusia han tenido que exiliarse. En los últimos años, algunos de los mejores de nuestro país, como Nick Anderson y Rob Rogers, se han quedado sin trabajo porque sus jefes pensaban que su obra era demasiado crítica con Trump. Quizá deberíamos empezar a preocuparnos. Y a contraatacar. La caricatura política nació con la democracia. Y está en peligro cuando la libertad también lo está.

Curiosamente, sigo siendo optimista. Esta es una era de imágenes. En un mundo donde la capacidad de atención es muy breve, su poder nunca ha sido tan grande. Ahí fuera hay un mundo entero de posibilidades, no solo en la viñeta editorial, fija o animada, sino también en campos como las presentaciones ilustradas sobre un escenario y el reportaje extenso en forma de cómic, que defiendo desde hace 25 años. (Por cierto, me alegra haber abierto la puerta al género en el NYT con la serie “En el corredor de la muerte” en 2016. El año siguiente, otra serie sobre refugiados sirios de Jake Halpern y Michael Sloan ganó un Pulitzer para el NYT.) También es esta una época en la que los medios necesitan renovarse y llegar a nuevos públicos. Y dejar de tener miedo a la masa iracunda. En el loco mundo en el que vivimos, el arte del comentario visual se necesita más que nunca. Y lo mismo ocurre con el humor.

10 de junio, 2019

Traducción del inglés de Daniel Gascón.

Publicado originalmente en la web del autor.

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Patrick Chappatte es ilustrador y viñetista. Sus ilustraciones han aparecido en Der Spiegel, The New York Times o Le Temps. Ha ganado el Overseas Press Club of America’s Best Cartoon Award en 2011, 2015 y 2018.


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