Cuando conocí los detalles de lo que había revelado el “soplón” Edward Snowden sobre los alcances de la “recolección de información” (hermoso eufemismo para “espionaje”) que ha puesto en práctica desde hace años la NSA (Agencia Nacional de Seguridad) en Estados Unidos, lo primero que pensé es que Osama Bin Laden se había, finalmente, salido con la suya. Me explico. Con los ataques del 11 de septiembre del 2001, el jefe de Al Qaeda perseguía varias metas. Una de ellas era arrastrar a Estados Unidos a una confrontación que sangrara la economía del país. Gracias a la histérica reacción belicista del gobierno de George W. Bush, que en ocho años echó por la borda los números negros legados por Clinton, Bin Laden estuvo a punto de alcanzar su objetivo. Otra de las intenciones de Bin Laden era transformar para siempre la psique estadunidense; convertir a la “tierra de los libres” en un país en perenne estado de alerta. En otras palabras: después de la ruina económica, la ruina moral. Bush interpretó su papel a la perfección. El infame “Acto Patriota” de octubre del 2001 le dio a las autoridades atribuciones escalofriantes para, decía en su definición, “interceptar y obstruir el terrorismo”. Desde entonces, el gobierno de Estados Unidos ha abusado de ese mandato, atentando contra la parte más apreciable de la esencia del país (dígase lo que se diga, la concepción original de Estados Unidos tenía y tiene mucho de admirable). Desde Guantánamo, la política de tortura y hasta los atropellos cotidianos en los aeropuertos y los puntos de migración, Washington ha perdido la brújula y la mesura. La balanza entre seguridad y privacidad se ha inclinado definitivamente por la primera, en detrimento de la libertad. Las revelaciones de Edward Snowden son la culminación de este proceso. No solo porque ha puesto en evidencia al gobierno de Barack Obama, que llegó al poder con la bandera de la transparencia, sino porque ha descubierto el alcance real del “Estado omnisciente” y, sí, policíaco en el que se ha convertido Estados Unidos. Desde su exilio, Snowden ha dicho que su intención no es la de un traidor, más bien la de un patriota que pretende exponer los abusos de su gobierno. Sea como sea, la imagen que Snowden ha ayudado a consolidar —la de Estados Unidos como un país cada vez más cercano a Orwell— habría complacido a Osama Bin Laden.
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.