En septiembre de 2014, Íñigo Errejón, Juan Carlos Monedero, Carolina Bescansa y Luis Alegre elaboraron un documento de Podemos de cara a las elecciones locales y autonómicas de 2015. En él afirmaban que “En Podemos no opera ningún patriotismo de partido, sino la voluntad de formar parte del cambio en nuestro país. No tenemos ante nosotros la tarea de reconstruir una parte, sino de construir un pueblo soberano, y para eso necesitamos a todos.” Casi cinco años después, y coincidiendo con el aniversario de la presentación del partido, Íñigo Errejón ha interpretado ese principio fundacional de manera libre (y un poco retorcida) y se ha desvinculado de facto de Podemos. Su alianza en la Comunidad de Madrid con Manuela Carmena y su plataforma electoral, Más Madrid, es la enésima muestra de que a Errejón le molestan desde hace años la siglas de Podemos, su estructura de partido clásico de izquierdas y sobre todo la alianza con IU.
En El Diario, Andrés Gil se hace varias preguntas:
¿Qué pasa con la candidatura que se estaba trabajando? ¿Puede el candidato de un partido tomar esa decisión sin contar con nadie, sin la aprobación de los órganos y la militancia y el resto de actores de la confluencia a cinco meses de las elecciones? ¿Por qué no dijo que este era su plan cuando se presentó a las primarias de Podemos que le santificaron como candidato y mientras negociaba con Izquierda Unida el número dos de su lista para Sol Sánchez?
Las críticas desde el sector pablista (Echenique ha dicho: “Si yo fuera él [Errejón] dimitiría. Lo coherente es dejar el escaño. Entiendo que de algo tiene que vivir hasta mayo y eso supongo que también pesa en su decisión personal.”) no han tardado, pero a Errejón le deberían dar igual. No sirven ya, es demasiado tarde, las amenazas disciplinarias de una estructura anquilosada como Podemos. Errejón ha salido de esa lógica orgánica, sabiendo que al final para obtener el poder y ganar elecciones eso es lo de menos.
Esa es la excusa que ponen los partidarios de Errejón, que se han vuelto de pronto muy pragmáticos: en una situación de urgencia y con la ultraderecha a las puertas de los parlamentos autonómicos y ayuntamientos, lo de menos son las estructuras de partido y la burocracia interna. Es una postura inteligente y a la vez cínica: da la sensación de que dirían lo contrario si no fueran ellos los desobedientes.
La estrategia ha sido inteligente. Al dar un paso hacia adelante, Errejón ha forzado a Podemos a elegir entre la continuidad y la derrota manteniendo el partido o la victoria electoral fuera de él. Era consciente de que la marca Podemos, y especialmente Iglesias, que tiene una bajísima valoración ciudadana, eran un lastre. También era obvio que había una estrategia dentro del partido para acorralarle: la alianza con IU en la Comunidad de Madrid se hizo a pesar de que Errejón estaba en contra y las peleas por la elaboración de las listas eran interminables. Aunque ha provocado un terremoto político, la decisión de Errejón no es muy sorprendente, y desde su derrota en Vistalegre estaba mandando señales hacia esta dirección.
Una corriente del errejonismo, la más transversal y nacionalpopulista, critica desde hace años el cesarismo y el control interno de Pablo Iglesias. Sin embargo, a menudo esa crítica se extiende hacia Manuela Carmena, a la que algunos acusan de haberse cargado el proyecto municipalista y haber dado un “carmenazo” al elegir las listas electorales. Al elegir a Carmena, Errejón intenta combinar su idea de partido-movimiento (que es casi exclusivamente retórica) con la de la política como personalismo. Es una estrategia populista. En términos electorales, el tique Errejón y Carmena tiene garantía de éxito, y las peleas orgánicas de partido viejo quedan atrás. El cesarismo y la falta de democracia interna solo nos molestan cuando no podemos ser nosotros el César.
Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).