¿Somos o no somos?
(Fuente: especial)

Escocia: al día siguiente

Gracias a la victoria del No, Escocia mantendrá un peso específico en el mundo que hubiera perdido como país independiente. 
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Después del referéndum del 18 de septiembre, en el que 55% de los residentes en Escocia votaron No a la propuesta independentista, llegó el momento del balance. Quienes escenificaron una campaña festiva a favor del y sienten que perdieron una oportunidad única para tomar el destino del país en sus manos, deberían poner a un lado el corazón y usar finalmente la cabeza. En el balance de fuerzas que dejó el referéndum en todos los rincones de la Gran Bretaña, todos los escoceses —los partidarios del y los del No— resultaron ganadores.

Alex Salmond, el promotor y líder de la cruzada nacionalista que pudo haber desmembrado al Reino Unido, no solo reconoció su derrota sino que anunció su retiro de la política. En noviembre dejará el gobierno y también la dirección del Partido Nacional Escocés. Sin el filtro de su liderazgo carismático y demagógico que desechó advertencias, cifras y datos sobre los peligros de la independencia antes del referéndum, los escoceses podrán hacer finalmente un balance racional de la campaña y sus resultados. Los críticos de Salmond no estaban en las nubes, ni fueron malintencionados y mentirosos.

Ni la economía escocesa está en ruinas, ni la independencia hubiera sido la panacea para todos sus males. Escocia tiene en promedio el segundo mejor nivel de vida de la Gran Bretaña, después de Londres —que es una ciudad cada vez más rica— y del sureste de Inglaterra. El voto a favor del No a la independencia le garantiza que podrá seguir usando la libra esterlina como moneda y tener la protección del Banco de Inglaterra. (Para establecer una moneda propia hubiera tenido que acumular inmensas reservas que hubieran obligado al país a un régimen de austeridad que hubiera debilitado automáticamente el Estado benefactor que los escoceses aprecian y defienden).

La división de haberes y deberes entre Escocia y el resto de Gran Bretaña (Inglaterra, Gales e Irlanda del Norte) hubiera implicado largas y tortuosas negociaciones que hubieran seguramente desembocado en un divorcio amargo.

La demografía hubiera jugado también en contra de una Escocia independiente. La población del país ha envejecido más rápidamente que la del resto de la Gran Bretaña. Si los escoceses hubieran votado Sí, la demografía los hubiera obligado a dedicar cada día más recursos al programa de salud pública en perjuicio de la estabilidad financiera.

Gracias a la victoria del No, Escocia mantendrá un peso específico en el mundo que hubiera perdido como país independiente. Hay estados pequeños muy prósperos, pero ningún miniestado es una gran potencia capaz de decidir el rumbo del planeta o de imponer su influencia en la solución de conflictos internacionales. Escocia dentro de la Gran Bretaña —o la Gran Bretaña con Escocia— mantendrá su membresía en el Consejo de Seguridad de la ONU, su poder de veto, y la capacidad de intervenir bajo la sombrilla de Naciones Unidas en regiones conflictivas como el Medio Oriente.

Los escoceses son, tal vez, los británicos más eurofílicos. Durante la larga campaña a favor del , Alex Salmond aseguró a los votantes que Escocia seguiría siendo miembro de la Unión Europea (UE). Como muchas de sus promesas, esta era una verdad a medias. Si hubiese ganado el , Escocia hubiera pasado de ser miembro de la UE, a un simple candidato. Ya independiente, tendría que haber atravesado por los muchos pasos burocráticos y la aplicación de políticas que exige la UE a todos los candidatos que buscan ingresar a su club. Uno de esos requisitos es la aprobación por consenso de cada candidatura: como otros países que albergan movimientos separatistas que siguieron día a día el desarrollo del referéndum escocés para apuntalar sus propios anhelos secesionistas, España seguramente se hubiera opuesto a la entrada de Escocia.

Lo cierto de la promesa de Salmond es que la pertenencia continuada al Reino Unido, podría poner en riesgo los lazos de Escocia con Europa. El primer ministro británico, David Cameron, ha convocado su propio referéndum en 2017 que decidirá si Gran Bretaña sigue siendo socio de la Europa integrada, o no.

Esta es una de las primeras tareas para Escocia después del triunfo del No. Los votantes escoceses son los únicos que pueden evitar la catástrofe que implicaría que Gran Bretaña le diera la espalda a la UE. Europa es nada más parte de la solución de los problemas domésticos de Escocia: su labor fundamental después del No. Pero es muy importante. La UE puede ayudar al país a solucionar el efecto negativo que ha tenido para su economía la migración de muchas industrias manufactureras y mercantiles al continente asiático. (La otra cara de la moneda, el uso más eficaz del capital y la mano de obra, será nada más responsabilidad de Escocia).

Pero antes, tendrá que lidiar con David Cameron para que la devolución de poderes a Escocia —sobre todo en el ámbito de los impuestos— que prometió si ganaba el No, se apruebe y se aplique.

Cameron parece ser de esos políticos menores que no aprenden. Después del referéndum que pudo haber fragmentado al Reino Unido, cualquier político visionario hubiera puesto en el primer lugar de su agenda la devolución de poderes a Escocia y la erosión de los agravios que generó la campaña escocesa. David Cameron no es un político de esos: ha puesto las demandas de Escocia al servicio de su posición política y de los intereses conservadores. Decidió ligar el asunto escocés con la “cuestión inglesa” que propone que los miembros del Parlamento escoceses pierdan el derecho a discutir y votar en Westminster las leyes que conciernen solo a Inglaterra. El partido conservador perdería muy poco si se aprueba esta iniciativa, porque es profundamente impopular en Escocia y cuenta tan solo con un miembro conservador entre los 59 que elige Escocia. Pero la propuesta debilitaría al Partido Laborista que tiene 41 de esos 59 miembros del Parlamento. Los escoceses tienen un as en la manga que Cameron no debería olvidar: la posibilidad de convocar a un nuevo referéndum en cinco años.

 

 

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Estudió Historia del Arte en la UIA y Relaciones Internacionales y Ciencia Política en El Colegio de México y la Universidad de Oxford, Inglaterra.


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