Su propósito es callarnos. Les molesta que los critiquemos, que exhibamos sus errores, sus contradicciones, sus negocios sucios, sus lujos.
Van a intentar callarnos por todos los medios a su alcance. Ahora utilizan como excusa la “violencia política de género”. Se fingen víctimas para evitar que los critiquemos. No entienden por qué, si tienen todo el poder, tienen que aguantar nuestras quejas, críticas y reclamos. Ahora nos obligan, con la ley en la mano, a pedir disculpas y a la humillación pública. Pero no se detendrán ahí. Mañana impondrán multas, amenazaran a los medios, meterán a la cárcel a unos cuantos para que los demás vean y aprendan.
Han utilizado hasta ahora a los tribunales electorales para intentar acallarnos. Así lo hicieron con Héctor de Mauleón en Tamaulipas. Y con la tuitera Karla Estrella en Sonora. Y con Laisha Wilkins con el Tribunal Electoral del Poder Judicial. Comunicadores castigados por osar criticar a servidores públicos. Mañana tendrán los tribunales a su servicio. El 1 de septiembre tomará posesión una multitud de nuevos jueces, presumiblemente al servicio del gobierno y su partido. Lo que hemos visto hasta ahora será poco comparado con lo que viene.
Si bien es cierto que el poder judicial quedará supeditado a Morena, este instituto no es homogéneo. Distintos grupos de poder apoyaron a los nuevos jueces para que llegaran a sus cargos. Habrá jueces al servicio de la presidencia, claro, pero también los líderes morenistas de las cámaras legislativas contarán con sus huestes judiciales. Los habrá también que dependan de algunos secretarios de Estado, de las fuerzas armadas, de gobernadores. ¿Alguien duda de que utilizarán esta nueva fuerza judicial a su servicio para intentar acallar las voces que los critican? Ahora mismo la gobernadora de Campeche y la alcaldesa de Acapulco han utilizado a los tribunales para obligar a periodistas a ofrecer disculpas y para callar las críticas a sus gobiernos. No cuesta mucho imaginar que pasará cuando entren en funciones los 881 jueces y magistrados electos gracias a los acordeones, es decir, gracias a que alguien invirtió en ellos para que ganaran su elección.
El sexenio pasado López Obrador intentó infructuosamente frenar la crítica. Utilizó el espacio y los recursos públicos para insultar y amenazar a la prensa. “Maiceados”, “chayoteros”, “zopilotes”, “prensa inmunda”, “oportunistas”, “calumniadores”, “serviles”, “capos y voceros”, hampones”, fueros sus calificativos preferidos. El diario Reforma fue el medio que más difamó. Contra Carlos Loret de Mola lo intentó todo: insultos, descalificaciones, exhibió su supuesto sueldo y ofreció a posibles asaltantes la dirección de su casa. Sus ofensas alcanzaron a casi todos los medios, nacionales y extranjeros (difundió el teléfono personal de la corresponsal de The New York Times; luego del escándalo que esto suscitó, le preguntaron si había sido un error hacerlo y respondió que no). No fue un error, se trataba de una estrategia. Sabía que censurar a los medios tenía un alto costo político. Optó por calumniarlos y por difundir esas calumnias todos los días a través del poderoso aparato de propaganda del gobierno. A los ojos del gran público los medios eran corruptos por haber recibido publicidad. Nunca aclaró que esa publicidad no era ilegal, como tampoco son ilegales los más de 1,500 millones de pesos que La Jornada ha recibido por publicidad gubernamental en los últimos siete años. La estrategia de López Obrador (calumniar y difundir con dinero oficial esas calumnias) le funcionó muy bien. Los medios perdieron credibilidad y los periódicos, lectores. Siguió a la letra los preceptos del nazi Goebbels. Todo medio que osara criticar al presidente sabía que se exponía a recibir insultos en la mañanera seguidos de una multitud de bots que se encargarían de manchar lo más posible la reputación del medio.
La presidenta tiene otro estilo, más sobrio. Pero en el fondo apunta a lo mismo: su objetivo es acallar a la crítica. Sigue atacando a los medios. Sigue criticando a periodistas. Sigue manipulando de forma grosera su conferencia matutina. Dice que no debe haber censura, pero sin mucho énfasis. Será por eso que los suyos no le hacen caso y continúan demandando a los periodistas.
El modelo de comunicación de la presidenta y su partido es el cubano: cero prensa libre. En Cuba no hay periódicos, ni estaciones de radio ni canales de televisión que no controle el Estado. Está prohibida cualquier disidencia. Las manifestaciones críticas en la calle son castigadas con cárcel, con penas de años. A ese modelo aspira la cuatro te. Detestan el pluralismo. En los debates a los que son invitados tratan de imponerse con gritos y mentiras. Taibo II abiertamente pidió que se expropiara Televisión Azteca. Sabina Berman sugirió que los medios de comunicación tendrían que ser intervenidos por el gobierno. Los canales públicos son un buen ejemplo de lo que haría el gobierno con los medios privados si estuvieran en sus manos. Suprimieron de ellos las voces críticas, dedican sus espacios a la abierta y cerril propaganda gubernamental. Practican la sátira más baja. Se caracterizan por el elogio abierto de los funcionarios que pagan sus sueldos y por su programación abyecta.
Los autócratas desprecian el pensamiento que no está supeditado a sus razones. Desprecian la libertad de expresión y el pluralismo. No son demócratas. Harán todo lo posible para limitar a los medios e imponer la censura. No les basta tener todo el poder y la fuerza. No quieren que haya críticas a su gobierno, no aceptan el disenso. Les parece inconcebible que su mal gobierno sea criticado. Los lastima que los medios pongan en evidencia sus errores y despilfarros. Saben perfectamente que sin el poder amplificador de los medios digitales no será posible disputarles el poder democráticamente.
Hace unos meses intentaron aprobar la Ley Censura. Los frenó la avalancha de críticas que recibieron. La volverán a presentar. Tienen los votos (obtenidos con chantajes y sobornos) para lograrlo. El modelo cubano que admiran se los reclama. Muy pronto contarán con los tribunales para exigir silencio a los medios críticos. No les bastará como ahora que se arrodillen y pidan perdón. Si persisten los reclamos, abrirán la cárcel para quien los critique. Cerrarán o expropiarán sus medios. Por ingenuidad se piensa que no se atreverán a la censura abierta. Acaban de destruir el poder judicial, ¿no basta con este ejemplo para darse cuenta de hasta dónde son capaces de llegar?
La crítica es inherente a la democracia. Pero ellos no quieren democracia, quieren imponer una autocracia con el disfraz de la democracia popular. Para proteger los castos oídos del pueblo y la delicada piel de sus representantes, tratarán de obligarnos a callar, con la ley en la mano y los tribunales a su servicio. Ya lo están haciendo a pequeña escala. No se detendrán. Lo harán, simplemente, porque pueden hacerlo. ~