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Un balance triste de nuestra democracia

La elección presidencial tutelada por el gobierno lopezobradorista no quedará en nuestra historia como un proceso equitativo, confiable ni libre.
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Con estos dos párrafos finalicé un ensayo que publiqué en estas páginas en mayo de 2023, hace más de un año:

Lo peor que puede pasar para la democracia en México es que quien gane la presidencia se lleve todo: diputados, senadores, gobiernos estatales, Ciudad de México y simpatías en la Corte. En ese desastroso coctel, la actuación del INE, de los medios y de los partidos es crucial. Si el INE termina por ser parcial y si los medios se vuelven actores, el problema se agravará. Si los partidos abandonan prácticas democráticas como la del respeto al ganador y a las instituciones electorales, uso de canales formales para las demandas y la no complicidad frente a otros partidos, entonces no habrá elección que valga: habremos caído al pozo del autoritarismo y del caos político.

Esto no depende solo de que el triunfo presidencial se lo lleve el partido gobernante o los de oposición, sino de cómo se transita a ese resultado: con qué legitimidad operativa, con qué respaldo jurídico, con qué ecosistema legislativo, con qué arreglo fáctico federal y con qué tipo de incentivos para que los perdedores actúen con responsabilidad. Si las piezas del arco tienen el peso justo y, además, el ganador no se lleva todo, tendremos arco. No sé si un buen gobierno, pero sí la posibilidad de cambiarlo en paz

Lo releo ahora, a punto de terminar el proceso electoral que nos conduce a la votación del 2 de junio, y advierto con horror no solo algunas piezas desacomodadas o descascaradas, sino elementos adicionales que complican la elección y, por lo tanto, a la democracia mexicana.  Esta, la primera elección presidencial tutelada por un lopezobradorismo gobernante, no quedará en nuestra historia como un proceso equitativo, confiable y libre.

1. La equidad en la contienda se dañó, no solo por la ventaja de quienes hicieron campaña adelantada con recursos públicos o el probable pero no probado desvío de dinero, sino por el desequilibrio informativo. He de decir que advierto un ecosistema de medios de comunicación con crítica, disenso y pluralidad, acosado pero resiliente y útil a la democracia. Aunque los periodistas no tienen tranquilidad física ni reciben respeto del poderoso, el ecosistema en su conjunto proveyó información plural y confiable a los electores. Las falsas noticias y la manipulación de la información no afectaron la línea de flotación del sistema como habíamos temido. Sin embargo, hubo un elemento muy perturbador: las conferencias diarias del presidente. Usando ventajosamente recursos mayúsculos para hacer propaganda, Andrés Manuel López Obrador fue un poderoso jugador del sistema de medios y un peso pesado en la balanza de las campañas electorales. No solo desequilibró la contienda, sino que desoyó selectivamente a los árbitros que tímidamente le pitaron desde el tribunal electoral. Los apoyos, las bendiciones y las críticas no fueron inocuos. ¿Qué tan nocivos fueron? Se puede discutir. Lo que es irrefutable es que López Obrador participó en la contienda con los recursos de la presidencia a favor de un partido.

2. El proceso es tan importante como el resultado, o incluso más, pues sin legitimidad operativa no hay confianza y se pierde la legitimidad política. Eso apunta directamente a las capacidades y la credibilidad de los organismos electorales, que fueron acosados, sacudidos y disminuidos principalmente por el poder ejecutivo y su mayoría en el legislativo, pero también por un sistema de partidos que reaccionó débil e inadecuadamente a la presión del poder.

El acoso al Instituto Nacional Electoral debilitó su autoridad y correcto funcionamiento, ya que la dinámica en la que se envolvió a los consejeros hizo imposibles los acuerdos y la institución dejó acéfalas durante meses a la propia Secretaría Ejecutiva y a direcciones tan fundamentales como la de Prerrogativas. Apenas en enero de este año nombraron a encargados de despacho, impuestos sin consenso. Por su parte, el Tribunal Electoral fue instrumentalizado políticamente hasta que renunció su presidente. Además, el pleno opera con dos magistrados faltantes por voluntad (quise decir anomia) legislativa. Esto se multiplicó en los estados: resulta que la Sala superior del tribunal electoral en Hidalgo también trabaja con dos sillas vacantes y que el instituto electoral de Chiapas tiene una “consejera presidenta provisional”. No es el único, pero lo traigo a colación porque ese estado vive una alarmante convulsión política. Esto genera mucha incertidumbre: las instituciones están medio abolladas y si la carreta se atora con una pequeña piedrita, se pueden voltear. Hasta ahora han sido resilientes, pero las condiciones en las que operan las hacen vulnerables, y eso a su vez hace mella en la confianza.

3. El tercer elemento que traigo a colación es el más grave: la violencia. No solo porque estamos hablando de vidas segadas, sino porque la violencia elimina la posibilidad de tener elecciones libres e impacta tanto en la confianza como en la equidad.

Los asesinatos, las amenazas, los secuestros y las agresiones afectaron sobre todo a los candidatos a presidencias municipales, pero mancharon todo el proceso. ¿O alguien cree que es posible aislar esa violencia local y votar en paz para la presidencia y el Congreso? ¿Acaso son casillas en mundos distintos? En Chiapas, con 23 asesinatos políticos en 8 meses, más retenes que encaran a la mismísima candidata presidencial oficial, ¿se podrá votar en libertad? En Celaya, con la candidata de Morena abatida a tiros el primer día de campaña, ¿se puede hablar de elecciones justas? En Zacatecas, en Guerrero, ¿hay tranquilidad para hacer fiesta cívica el 2 de junio? El miedo, la fuerza superior del crimen organizado frente al Estado en algunas zonas, la convicción de que la tranquilidad depende de escuchar a las pistolas y no a las propuestas, nos quitan la libertad, y elegir sin libertad no es elegir. No solo eso: hay estados en donde la capacitación electoral fue limitada (en 964 secciones electorales consideradas peligrosas se aplicaron protocolos especiales) y municipios adonde no entraron ni periodistas ni encuestadores. En Chiapas, 515 candidatos renunciaron al proceso. No fue por inseguridad, se dice de 490. No importa, es una dimisión masiva y claramente es resultado de un problema.

Como si de otro México se tratara, Claudia Sheinbaum, Xóchitl Gálvez y Jorge Álvarez Máynez tuvieron un proceso electoral presidencial entre algodones. No hubo violencia, hubo debates sustanciosos y en paz, hicieron sus mítines y fueron recibidos (cuando aceptaron o buscaron) por los medios de comunicación más importantes. Tuvieron recursos, apoyo y cobertura, y no se tiene noticia de que hayan sufrido persecución fiscal, criminal o militar. Al menos ellos tres no. Pero la elección no será en el Zócalo capitalino. Será en Fresnillo, en Celaya, en Taxco, en Chilpancingo, en Ocozocuautla y Cajeme: será en todo el país.

Este recuento no es exhaustivo, pero es suficiente para hacer un balance negro de nuestra democracia. Sobre todo, porque el panorama no se debe a un desastre natural o un huracán que creció de repente, sino a un gobierno que transforma instituciones para quitar obstáculos a su proyecto, que desprecia la crítica y por lo tanto es propenso a equivocarse; que concentra el poder, que desprecia la ley y que paraliza el funcionamiento de árbitros y contrapesos.

La candidata oficial anuncia más concentración de poder. Claudia Sheinbaum promete reformas contra el poder judicial, garantiza que habrá consultas para evadir el partidismo que no representa al pueblo, construirá un segundo piso para las tareas militares, quiere menos INE y pide el voto completo para tener un gobierno con todos los legisladores necesarios para dar más poder al ejecutivo sin dialogar con fuerzas retrógradas y jueces incómodos. No veo en los universos políticos de Xóchitl Gálvez o de Jorge Álvarez Máynez una garantía para evitarlo, pero sí leo en las promesas de Sheinbaum la intención explícita de hacerlo. Ella no engaña: nos ha mostrado lo que quiere hacer y ha avisado ya que, si le damos la fuerza, lo hará.

Por eso concluyo este balance triste sobre nuestro proceso electoral inequitativo, poco confiable y violento con un llamado a la defensa de la democracia futura y una invitación a fragmentar el poder. Si gana Sheinbaum y al mismo tiempo su partido gana estados y mayorías legislativas, se habrá cometido un error electoral contra la libertad. Que gane Sheinbaum no es un problema, pues ella enarbola un proyecto de gobierno legítimo; el problema es que también enarbola un proyecto de régimen antidemocrático. Si tiene el gobierno, será un gobierno a criticar, como cualquier otro. Pero que no tenga el régimen, porque hay serias dudas sobre nuestra libertad para seguirlo criticando. ~

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es politóloga y analista.


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