Esta semana le pegaron tres tiros al primer ministro de Eslovaquia y la vicepresidenta tercera del gobierno español dijo que esas cosas pasan por el mal ambiente que genera la derecha: señalaba el peligro de actitudes como la del expresidente Aznar, que llamó a plantar cara a la amnistía. Todo lo que ocurre, da igual la gravedad del hecho o la lógica de la conexión, se traslada sin pudor a la batalla sectaria de siempre. La cosa tiene mérito adicional porque quien estuvo a punto de morir asesinado a manos de ETA fue Aznar.
En la misma línea delirante, el presidente del Gobierno dice sufrir una persecución inédita. Ese victimismo de matón de patio de colegio exige olvidar el atentado contra Aznar, los insultos de “asesino” tras el 11-M, los ataques a Felipe González y a José Luis Rodríguez Zapatero. En campaña le dieron un puñetazo a Rajoy. Un día antes de unas elecciones se rodeó la sede del PP. Quizá se lo recuerde a Pedro Sánchez el ministro de memoria democrática, que se hizo un selfie en Mauthausen para atacar a los populares. La prensa ha fiscalizado a todos los presidentes.
En cuanto a la inquietud por la violencia política, el axioma del posmodernismo sigue vigente: todo es violencia menos lo que es violencia de verdad. El PSOE denunció que rompieran un muñeco de Sánchez, pero el presidente del gobierno no llamó a Aleix Vidal-Quadras cuando le dispararon en la cara (sí condenó el ataque en X). Los insultos y el mal rollo son la pendiente resbaladiza hacia la deshumanización y la violencia, dice quien ha puesto de ministro al gentleman Óscar Puente, por no hablar de su alianza con Bildu, que no condenó la vandalización de la tumba del socialista asesinado por ETA Fernando Buesa, participa en homenajes a etarras y no contribuye al esclarecimiento de centenares de asesinatos. La democracia ha derrotado al terrorismo, pero se han justificado comportamientos lamentables.
La defensa de los escraches venía de la extrema izquierda: Errejón irrumpió en la política española impidiendo que una mujer hablara en la universidad, Iglesias decía que el acoso era jarabe democrático hasta que él empezó a sufrirlo y también se reclaman de izquierdas quienes hostigan a los críticos de las políticas nacionalistas en Cataluña y el País Vasco. A Rocío de Meer le rompieron la ceja de una pedrada y a Begoña Villacís intentaron tirarla al suelo cuando estaba embarazada. Preocupan comprensiblemente los riesgos de la extrema derecha, pero en la democracia española la violencia política la ha ejercido o alentado a menudo una minoría de extremistas de izquierda, y con desagradable frecuencia ha habido gente que miraba hacia otro lado, porque, como decía George Orwell en la reflexión que da título a esta columna, ver lo que tienes delante de las narices requiere una lucha constante.
Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).