Cuando Lenín Moreno ganó apretadamente la segunda vuelta electoral en abril del 2017, Ecuador estaba polarizado hasta tal punto que muchos temían que se convirtiera en otra Venezuela. Luego de diez años de confrontación populista, el país estaba dividido entre los partidarios y los detractores de Rafael Correa. Sin embargo, estos dos campos coincidían en considerar a Lenín Moreno como la marioneta de Correa. Fue su vicepresidente entre 2007 y 2013 y nunca levantó la voz para protestar en contra de los abusos de poder. La oposición le vio como la continuación del correísmo y quien taparía los casos de corrupción y Correa confió que luego de que Moreno arreglara los problemas macroeconómicos causados por la baja de los precios del petróleo, él podría regresar al poder y ser reelecto cuantas veces lo deseara.
Sin embargo, las acciones de Lenín sorprendieron a propios y extraños. Decidió dar una lucha frontal en contra de la corrupción, y como resultado están en prisión varios exministros de Correa y el vicepresidente Jorge Glass, que sirvió en el gobierno de Correa entre 2013 y 2017, y unos meses en el de Moreno. Otros están enfrentando denuncias, y el propio Correa podría ser implicado en casos de corrupción y abuso del poder. En febrero del 2018, Moreno ganó una consulta popular para eliminar la reelección indefinida y no permitir que Correa sea candidato en el 2021. Esta consulta también le permitirá reestructurar las instituciones de control y de justicia que estaban en manos de fieles partidarios de Correa.
El legado de Correa
El rápido ocaso de Correa ilustra cómo los populistas muchas veces son gigantes con pies de barro. Correa llegó al poder en el 2007, luego de una década de crisis de todas las instituciones democráticas: tres presidentes no pudieron completar sus periodos y fueron destituidos por insurrecciones populares en contra de la corrupción y del neoliberalismo. Correa prometió dar fin al neoliberalismo, llamar a una asamblea constituyente que refundara todas las instituciones políticas y adoptar una política exterior basada en la soberanía nacional.
Cumplió con sus promesas. El estado fue el eje central de la economía y manejó los excedentes de las rentas petroleras, incrementando el gasto social y reduciendo la pobreza. El sistema de partidos forjado luego de la última transición a la democracia se desmoronó. La asamblea constituyente fue participativa y la nueva constitución amplió derechos a la vez que concentró el poder en el ejecutivo. Ecuador se unió al ALBA, UNASUR e impulsó el CELAC sin la participación de los Estados Unidos o Canadá.
A la vez que incluyó a los excluidos por el orden económico el correísmo construyó un régimen autoritario. Como otros populistas, transformó a los rivales políticos en enemigos que debían ser contenidos y silenciados. Manufacturó enemigos de forma constante: los partidos tradicionales, los medios de comunicación privados, los liderazgos de los movimientos sociales, y por supuesto el imperialismo. Usó el sistema legal para castigar a los contrarios y premiar a los acólitos. Controló el poder judicial, puso a personas cercanas a cargo de la contraloría, la fiscalía y las cortes de justicia. Con el argumento de que la comunicación es un bien público en manos privadas, se creó una nueva normativa para regular lo que los medios podían publicar. Se creó la figura del linchamiento mediático y se estableció la Superintendencia de Comunicación, que abrió más de 200 casos en contra de medios y periodistas. Se restringió el derecho de asociación regulando a las ONGs y creando movimientos sociales paralelos desde el poder. Se reprimió a la izquierda organizada y se acusó a cientos de líderes campesinos e indígenas de sabotaje y terrorismo.
Siguiendo el ejemplo de Chávez se modificó la constitución para permitir la reelección indefinida de Correa. Sin embargo, los tiempos no le favorecieron. La baja de los precios de petróleo y el repudio a sus afanes de perpetuarse en el poder motivaron a que se reanimara la protesta. Los indígenas, trabajadores, ecologistas y ciudadanos salieron a las calles sobre todo en el 2015. Las encuestas señalaron que Correa no ganaría fácilmente otra elección y además tendría que gobernar sin los recursos extraordinarios del petróleo, a los que se había acostumbrado. Creó una ley transitoria que le prohibió ser candidato en el 2017 y usó el aparato estatal para que sus sucesores Moreno y Glass ganaran la elección en una cancha inclinada que descaradamente les favoreció.
Las incertidumbres del Glasnost de Lenín
Correa no creó un verdadero partido político. Alianza País es un conglomerado de fuerzas de izquierda, nacionalistas y de caciques locales sin ideología que mueven el voto. Estos sectores variopintos solo tenían en común su lealtad a Correa. Una vez que este dejó el poder, la maquinaria clientelar apoyó a Moreno. Muchos intelectuales que buscan reinventar al partido como una fuerza no caudillista también se aliaron con Lenín en contra de Correa. Moreno ha ido cimentando su control del partido y marginando a los fieles a Correa, que se desafiliaron de AP y están organizando un nuevo partido. Rafael Correa es el nuevo líder de la oposición a Moreno.
Pese a sus logros, Moreno no cuenta con la confianza de la derecha ni de los empresarios que insisten en políticas neoliberales. Lenín, como su nombre lo indica, es de izquierdas y seguirá con las políticas neokeynesianas de su predecesor, pero reduciendo el gasto excesivo del estado y buscando nuevos pactos comerciales. Como en todo proceso de transición, el futuro es impredecible. Sin embargo el gobierno no está en guerra con los medios ni regula a la sociedad civil que está despertando y que se movilizará en contra de las políticas extractivistas de Moreno, por ejemplo.
El futuro de Correa es incierto. No podrá ser candidato en el 2021 y si es implicado en casos de corrupción y abuso del poder, su futuro político probablemente habrá terminado. Sin embargo, puede ser que fracase la Perestroika de Lenín y que Correa regrese, una vez más, como el redentor de su nación.
Director del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Florida.