La presidenta Claudia Sheinbaum encabezó su primera ceremonia del Grito de Independencia el 15 de septiembre de 2025. Los medios destacaron el hecho histórico del primer Grito encabezado por una mujer presidenta, lo cual se reforzó a través de elementos de imagen: el color morado de su vestido (que identifica a los movimientos feministas), la guardia ante el retrato de Leona Vicario, así como el recibir la bandera de una escolta militar formada solo por mujeres (hecho que, por cierto, ya había ocurrido con Enrique Peña Nieto). Los medios destacaron también el contenido de la arenga, la cual, se sabe, no es fija y ha sido modificada al arbitrio del presidente en turno.
Sheinbaum dijo:
¡Mexicanas, mexicanos! ¡Viva la Independencia! ¡Viva Miguel Hidalgo y Costilla! ¡Viva Josefa Ortiz Téllez Girón! ¡Viva José María Morelos y Pavón! ¡Viva Leona Vicario! ¡Viva Ignacio Allende! ¡Viva Gertrudis Bocanegra! ¡Viva Vicente Guerrero! ¡Viva Manuela Molina, La capitana! ¡Vivan las heroínas anónimas! ¡Vivan las heroínas y los héroes que nos dieron patria! ¡Vivan las mujeres indígenas! ¡Vivan nuestras hermanas y hermanos migrantes! ¡Viva la dignidad del pueblo de México! ¡Viva la libertad! ¡Viva la igualdad! ¡Viva la democracia! ¡Viva la justicia! ¡Viva México libre, independiente y soberano! ¡Viva México! ¡Viva México! ¡Viva México!
¿Fue una buena arenga? Si la comparamos con las de su predecesor, fue excelente. Hay que recordar que López Obrador deformó a niveles grotescos El Grito para incluir cursilerías como “¡Viva el amor!”; propaganda partidista con su “¡Viva la cuarta transformación!”; y verdaderos lapsus freudianos como “¡Muera la avaricia!” y “¡Muera la corrupción!”. Medida con esa vara, Sheinbaum estuvo impecable.
Claro, el mensaje feminista estaba ahí. Al cambiar el nombre con el que desde siempre se conoce a La corregidora de Querétaro, Josefa Ortiz de Domínguez, por su nombre de soltera, Sheinbaum buscaba –se nos explicó– reivindicar la autonomía de las mujeres. Al incluir a las heroínas anónimas y a más mujeres próceres, como Manuela Molina y Gertrudis Bocanegra, Sheinbaum redondeaba su mensaje de empoderamiento de la mujer.
Todo eso está, en principio, muy bien. El problema es que el Grito de Independencia no es un discurso político en el que cada presidente –o presidenta– tenga que “poner su sello personal”, ni hacernos saber lo que piensa de tal o cual tema. El Grito no le pertenece a quien lo da, sino a la gente que lo escucha: es de todos, de absolutamente todos los mexicanos, y por eso debe estar centrado en la celebración de México como idea y como ideal.
El Grito es un ritual porque se celebra en una fecha fija y contiene símbolos inamovibles, como la campana, la bandera y los vivas a los héroes patrios y al país. Es tan importante que, ante la terrible pandemia de 2020 y 2021, se prefirió celebrarlo ante un Zócalo vacío antes que cancelarlo. Como todo ritual, tiene una función que trasciende a las personas: es un símbolo de unidad nacional. Su fuerza, como la de cualquier rito, está en la repetición y la estabilidad.
Por eso, que cada presidente se sienta con el derecho de cambiar El Grito, y que esos cambios sean motivo de mayor o menor polémica, ha debilitado su función cohesionadora y ha abierto la puerta a la manipulación política. El más grave error de los presidentes mexicanos –desde Echeverría con su “¡Viva el Tercer Mundo!”, pasando por Fox y su “¡Vivan nuestros acuerdos!”, hasta llegar a la desfiguración populista del sexenio pasado– ha sido olvidar que, en El Grito, no son jefes de partido, ni de gobierno: son jefes de Estado. Con ello, deberían estar cumpliendo una función sacerdotal, en la que son meros instrumentos de un ritual cívico que, como la bandera, el escudo y el Himno Nacional, debe unificar a todos por encima de cualquier diferencia de opinión, postura o ideología. El Grito es, o debería ser, un puente de memoria y gratitud entre los mexicanos del presente y aquellos que dieron su vida en sangrientas guerras para lograr nuestra existencia como país libre e independiente, mujeres y hombres valientes, cuyos nombres merecen ser recordados con respeto, y no mezclarse con los enfrentamientos políticos y culturales del momento.
Si se entendiera así, resulta evidente que la ceremonia del Grito debería ser elevada a rango de símbolo patrio y, como la bandera, el escudo y el Himno Nacional, contar con un protocolo de uso fijo establecidos en la ley correspondiente. Y lo mismo, por cierto, debería pasar con el Desfile Cívico Militar del 16 de septiembre, el cual debería estar absolutamente libre de discursos de gobierno y mensajes de propaganda política y recuperar su sentido como una fiesta nacional, en la que las Fuerzas Armadas y la población se unen para celebrar el nacimiento de México. Se trata de preservar símbolos permanentes que nos pertenecen a todos, no a nuestros efímeros gobernantes. ~