En lo que ha sido un mes y medio de vértigo, la carrera presidencial en Estados Unidos ha dado un vuelco. Hasta finales de junio, antes del primer debate presidencial entre Joe Biden y Donald Trump, la posibilidad de que el candidato demócrata no fuera el actual mandatario era impensable. Pero la fortuna es singular. Biden se presentó a debatir en su peor versión, con el rostro cenizo y las ideas nubladas. Nunca pudo recuperarse de la debacle. La política perdona muchas cosas, pero no la más dramática evidencia de fragilidad. Nadie vota por alguien que parece estar al borde de la muerte o, al menos, la incapacidad. Guiada por el implacable don de mando de Nancy Pelosi, la estructura del partido Demócrata operó para convencer a Biden de dejar la contienda. A regañadientes, lo hizo.
Desde ese punto de inflexión, los demócratas han alcanzado varias conquistas improbables. Después de la declinación de Biden, el partido pudo haberse sumido en una espiral de recriminaciones. Peor aún, la lucha por el poder podría haber derivado en distintas fracturas, lo que, en cierto modo, hubiera sido natural. Detrás de Biden había varias generaciones de políticos prometedores, a la espera del final de la gerontocracia.
Contra todo pronóstico, el partido cerró filas detrás de la figura de la vicepresidenta Kamala Harris. Aunque la decisión tiene sentido por factores eminentemente pragmáticos –a diferencia de otros candidatos potenciales, Harris tiene acceso al enorme fondo de campaña de Biden–, no deja de ser notable.
El ascenso de Harris habría servido de poco, sin embargo, si las voces del partido no hubieran alcanzado rápidamente un consenso para respaldarla. Cualquier titubeo habría sido aprovechado por el partido republicano para subrayar grietas. Los demócratas cerraron la puerta de forma contundente: Harris sería la candidata con el apoyo de todos.
La Convención Nacional Demócrata de Chicago ha sido un reflejo de esta cadena de aciertos y afortunadas coincidencias. Harris llegó a la convención habiendo borrado la ventaja de Trump en los seis o siete estados clave en la elección y con una ventaja ligera en las encuestas nacionales, algo que parecía inalcanzable para Biden. De pronto, los demócratas descubrieron que aún tenían vida. No solo eso. Libres de la figura de Biden, que eclipsaba al resto del partido, los demócratas pudieron presentar a la larga lista de políticos más jóvenes que aspiran a convertirse en figuras en los próximos años. En términos deportivos, la banca del equipo demócrata demostró estar llena de estrellas. (El partido republicano, por cierto, podría hacer lo mismo, pero la figura de Donald Trump le niega reflectores a cualquiera que no sea él.) El resultado ha sido, como lo explicara un activista demócrata, algo parecido a un carnaval, cuando el partido se preparaba para un sepelio.
En el último cuarto de siglo, las convenciones de los partidos políticos en Estados Unidos se han vuelto escaparates mediáticos en vez de ceremonias políticas formales. Sirven más para transmitir la energía alrededor de la candidatura que para explicar plataformas de política pública. Desde esa lente, la convención del partido Demócrata en Chicago ha transmitido un vigor muy peculiar. La resurrección de las aspiraciones del partido, más que la figura de Harris en específico, dio pie a escenas de euforia con pocos precedentes: quizá la convención de 2008, que nominó de manera multitudinaria a Barack Obama en Denver, puede aparecer. Pero incluso aquel escenario, un estadio de fútbol americano que dio cabida a todos los que querían celebrar la candidatura de Obama, palidece frente a la euforia de estos días en Chicago. El cansancio y preocupación con la fragilidad de Biden dieron paso a la ovación frente a la elocuencia del matrimonio Obama, el candidato vicepresidencial Walz, los Clinton e incluso el esposo de la candidata Harris.
La convención tuvo, además, disciplina de mensaje. Harris finalmente decidió asumir su identidad política, que arraiga en su larga experiencia como fiscal en California. Los demócratas hablaron, quizá más que en ninguna otra ocasión, de la importancia de la ley y el orden. Es un contraste inteligente frente a Trump, el primer candidato presidencial en ser encontrado culpable de un crimen. Los demócratas presentaron a Harris para definir su imagen pública y aprovecharon los cuatro días para enfatizar las evidentes falencias de Trump.
Las encuestas seguramente registrarán un pequeño salto para Harris en las preferencias electorales. Así ocurre de manera histórica. Esa ventaja no será definitiva. A pesar de la algarabía demócrata, la moneda de la elección está todavía en el aire. Vendrán algunos, muy pocos, episodios que podrían alterar el rumbo. El siguiente será el 10 de septiembre, en el primer debate entre Trump y Harris. A diferencia de lo que sucedió en el encuentro entre Trump y Biden, las expectativas estarán ahora del lado de los demócratas. Los votantes seguramente esperarán que Harris confronte Trump con la lucidez y elocuencia que se le escapó a Biden. Harris tendrá que hacerlo, pero con cuidado; exagerar el tono podría ser contraproducente. En esta elección, cualquier matiz podría inclinar la balanza. Por ahora, sin embargo, los demócratas respiran. Hasta hace un par de meses, el temor era que saldrían de Chicago vestidos de luto. Aunque todavía sea con destino incierto, el partido Demócrata encontró la manera de mantenerse con vida. ~
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.