Como otros observadores de la agenda hispana en Estados Unidos, estoy convencido de que se acerca el momento propicio para conseguir una reforma migratoria. La razón es simple: los incentivos electorales se han alineado a favor de quienes buscan cambios verdaderos a la política migratoria de este país. A diferencia del interminable debate hacendario, y hasta del complicadísimo asunto de la regulación de armas, la reforma migratoria conviene a los demócratas y se ha vuelto indispensable para los republicanos. No sé si veremos una reforma de verdad amplia y digna de celebrarse, pero no tengo duda de que los hispanos terminarán 2013 con una legislación mucho más favorable: la ley actual es moralmente inadmisible. Por eso y más, pues, una reforma es deseable y, me parece, inminente.
Pero no es la única razón. De aprobarse una reforma, la discusión de los nexos entre México y Estados Unidos daría un muy necesario salto cualitativo. A últimas fechas, está de moda insistir en que la relación bilateral debe desnarcotizarse. Es verdad, pero también lo es que debemos poco a poco superar la obsesión migratoria. Por buenas y malas razones, los periodistas que servimos a la comunidad hispana nos hemos autoimpuesto una camisa de fuerza informativa: la migración es el pan nuestro de cada noticiario. El tema es ineludible, claro. Pero también nos ha restado capacidad para informar de otros aspectos de verdad positivos en la relación entre los dos países.
En muchos sentidos, los vínculos entre México y Estados Unidos nunca han sido más productivos. En su nuevo libro Ahora o nunca: la gran oportunidad de México para crecer, Jorge Suárez Vélez —quizá el analista económico más lúcido que tenemos— advierte las muchas ventajas competitivas que tiene México en este momento. A pregunta expresa, Suárez Vélez me dijo: “Yo apostaría a que en cinco años México será el principal socio comercial de EU, rebasando a China y Canadá. Dada su desaceleración económica (debida al envejecimiento de la población y al alto nivel de endeudamiento de familias y gobierno), la única alternativa para que EU crezca es estimular la producción de manufacturas, y para tener ventajas competitivas en ese sector tendrán que explotar sus yacimientos de gas de esquisto (shale gas). Esto proveerá a las fábricas estadunidenses con gas a la quinta parte del costo que Europa paga por gas ruso. Todo lo que haga Estados Unidos en manufacturas tiene que ir de la mano con México, por la enorme y creciente integración industrial entre ambos países. Si, además, México hiciera su propia reforma energética, el crecimiento económico del país podría ser comparable al que China tuvo en los últimos años”.
De acuerdo con el diagnóstico de Suárez Vélez, México se ha convertido, poco a poco, en territorio deseable para muchas empresas de muchos ramos. “México ha desplazado claramente a China como socio para las manufacturas de Estados Unidos”, explica Suárez Vélez. “El yuan se ha revaluado y los salarios han subido, lo cual saca de mercado a China”. Además, China enfrentará cada vez problemas con los costos y tiempos que implican su posición geográfica: “China que tiene que compensar la diferencia entre 16 horas por carretera del Bajío mexicano a las principales zonas de manufactura estadunidense, contra sus 21 días por mar”. Y eso es solo el principio de todo lo que se ha ganado —y se puede ganar— en la relación entre México y EU.
Pero, atención: Suárez Vélez dice que tenemos mucho que presumir, pero mucho más que construir, trabajar, entender y superar. Para eso sería fundamental que la discusión pública de la relación bilateral entre México y EU abandonara poco a poco el narco, la inseguridad y la migración. Qué refrescante sería pasar la página, hablar de los éxitos y el potencial compartido; ese futuro que, si le creemos a Suárez Vélez, puede ser luminoso. Ese cambio de discurso le corresponde a las autoridades, sí. Pero es, sobre todo, trabajo de los periodistas. Por lo pronto, comienzo el año con el propósito de hacer mi parte.
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.