Dios no ha sido benévolo con Mijaíl Gorbachov al no dejarle morir antes del 24 de febrero de 2022 para que evitase ser testigo de la destrucción sin sentido de todo lo que representaba. Y tal vez incluso para reflexionar sobre cómo a veces la decisión de no usar la fuerza puede conducir más tarde a una carnicería mucho mayor. Si Mijaíl Gorbachov hubiera mantenido la Unión Soviética (quizá sin los países bálticos), y hubiera utilizado la fuerza como lo hizo Deng Xiaoping, quizás no estaríamos ahora ante una guerra interna sin sentido que ya se ha cobrado decenas, si no cientos, de miles de vidas, y que en el peor de los casos podría degenerar en un holocausto nuclear. Los políticos, incluso los más humanos, deben lamentablemente hacer un cálculo en el que las vidas humanas son solo números.
Gorbachov se negó abiertamente a hacerlo. Tal vez afirmarlo abiertamente fue un error: ya nadie le tomaba en serio, desde Bakú hasta Washington, a pesar de que estaba sentado encima del mayor arsenal nuclear del mundo, del segundo ejército más grande del mundo, de cientos de miles de policías y fuerzas de seguridad nacionales, y de que, como secretario general del partido monopolista, disponía de la lealtad incuestionable de 20 millones de sus miembros.
Desde el punto de vista de la política, debe ser juzgado con dureza, como uno de los fracasos más extraordinarios de la historia. Desde el punto de vista de la humanidad, debe ser juzgado mucho más amablemente: permitió que millones de personas recuperaran la libertad, no solo proclamó, sino que se ciñó a los principios de la no violencia en los asuntos internos y externos, y dejó su cargo de buena gana, cuando no necesitaba hacerlo, simplemente porque no quería luchar y arriesgar vidas para mantenerlo. Pero al ser amable y, de hecho, antipolítico, dejó el campo libre a hombres mucho peores.
Era incapaz de dirigir un imperio complicado, cargado de demasiada historia, multinacional y vasto como la Unión Soviética. Además, el país tenía la “carga” de sus satélites reticentes, la guerra imposible de ganar en Afganistán, la carrera armamentística con un adversario mucho más fuerte y una economía casi estancada. La situación que heredó Gorbachov no era nada fácil. Pero era manejable, y el hecho de que nadie predijera el precipitado declive económico, militar y político de la Unión Soviética lo confirma. Gorbachov, al intentar mejorar las cosas, las hizo catastróficas. Mucha gente, en retrospectiva, y tal vez por respeto a Gorbachov (un respeto que le debemos), trató de explicar el descenso al caos alegando que el sistema era “irreformable” y que todo estaba predeterminado. El papel de Gorbachov, la persona, en esa visión de la historia es casi inexistente. Pero es un error. Un gobernante más competente, un político más inteligente, un hombre más despiadado habría manejado las cosas de otra manera, y podría haber evitado la catástrofe.
Lo más misterioso es su ascenso al poder. No lo digo de forma conspirativa porque es evidente que no hubo ninguna conspiración. La parte que debe desconcertar a todos los que reflexionan sobre ella es la siguiente: teniendo en cuenta lo mal que manejaba Gorbachov la economía y la política a nivel central, ¿cómo es posible que esos defectos no se pusieran de manifiesto mucho antes, cuando subía por las escaleras del poder? ¿Es que nadie se dio cuenta en Stavropol? Además, con lo dispuesto que estaba a rechazar el gobierno de los burócratas que lo llevaron al poder y que trabajaron con él durante varias décadas, ¿cómo no vieron las luces de alarma que parpadeaban tras ese hombre de sonrisa afable? ¿Cómo es que Andropov, que no era una persona que mostrara mucha humanidad, ni que, por su formación, fuera alguien a quien se le pudiera fácilmente, no vio las fallas en Gorbachov que, una vez en el poder, harían estallar todo el Imperio?
No creo que haya nunca una buena respuesta, sobre todo porque Gorbachov no ocultaba sus opiniones ni pretendía ser una persona diferente de lo que era. La única manera de entender cómo una poderosa burocracia permite que alguien que va a destruirla ascienda al poder dentro de esa misma burocracia es creer que las opiniones de Gorbachov habían evolucionado con el tiempo. Que cuando empezó a reformar el sistema su punto de vista estaba dentro del campo reformista aceptable, que incluso Andropov aprobaba, pero que a medida que avanzaba cada paso de las reformas sus puntos de vista evolucionaban en dirección a una mayor libertad, de modo que al final presidía un partido que era una amalgama de facciones y tendencias incompatibles, desde incondicionales del KGB (Kryuchkov) a antirreformistas (Ligachev), pasando por directores rojos (Chernomyrdin), ladrones corruptos (muchos líderes del Komsomol), tecnócratas (Gaidar) y socialdemócratas (Roy y Zhores Medvedev).
¿Podemos sacar alguna conclusión? En lo que respecta a la política, necesitaríamos a una persona del calibre de Maquiavelo para describir lo que ocurrió y por qué. Pero para la política rusa de sucesión, la lección parece más clara: Stalin no podía imaginar que alguien como Jruschov (al que trataba como a un pueblerino poco inteligente) pudiera sucederle; tampoco podía imaginar Jruschov que el “beau Leonid” urdiera un golpe interno contra él; Andropov se equivocó con Gorbachov, que a su vez subestimó a Yeltsin. Yeltsin eligió a Putin para hacer un trabajo, pero recibió algo totalmente diferente. Es poco probable que Putin no cometa el mismo error.
Publicado originalmente en el Substack del autor.
Traducción del inglés de Daniel Gascón.
Branko Milanovic es economista. Su libro más reciente en español es "Miradas sobre la desigualdad. De la Revolución francesa al final de la guerra fría" (Taurus, 2024).