Se han anunciado ya las nominazzzziones a los premios Goya, se acerca la época del año en la que se pone de moda hablar de cultura. Hay otros momentos en el año: el día del libro, cuando se muere un escritor de izquierdas y cuando nombran al ministro. La cultura importa tan poco que el PSOE se la ha dado a Sumar. Debería llamarse Ministerio Loreal, porque es pura cosmética. Pensadas para las elecciones del 23J, todavía pueden usarse herramientas de comparativas de programas electorales separados por asuntos. Cuando a los políticos les preguntan por la cultura se les aparece aquella aspirante a miss algo a la que le preguntaron por Rusia y dijo que era un país muy bonito. La cultura es muy bonita también.
La actriz Silvia Abril, por ejemplo, hace un gesto con la mano antes de decir que la cultura es muy importante porque sirve para saber de dónde venimos y que no triunfen las ideas de la ultraderecha. Luego dice que hay que invertir más en espectáculos. Es lo que hizo Isabel Díaz Ayuso con Malinche, de Nacho Cano. Es pregunta. Lo digo porque quizá de lo que estamos hablando no es de cultura sino de política cultural o de cultura politizada; eso ampliando la definición de cultura lo bastante como para meter el entretenimiento (ejem) dentro.
La cultura no sirve para nada en sí misma y a la vez es inevitable. Cuando digo que no sirve para nada quiero decir que no tiene una utilidad práctica inmediata. Afortunadamente. Cuando digo que es inevitable lo que quiero decir es que no se puede abolir, da igual lo que pase, las condiciones en que se produzca, muchas veces se hace a la contra y a pesar de todo. Ese “anhelo”, esa angustia, esa falta inherente a la condición de ser humano –como explica Agustín Fernández Mallo– va a hacer que siempre haya manifestaciones artísticas y culturales. Cuenta Semprún que en Buchenwald recitaba los poemas que había aprendido a lo largo de su vida, de René Char a César Vallejo, entre otros.
Que no tenga utilidad práctica y sea inevitable no quiere decir que no se puedan hacer políticas culturales que apoyen o no, o que no se pueda dirigir la producción cultural favoreciendo unas manifestaciones u otras. Es más, la inevitabilidad de la cultura (o del arte, si se quiere) es lo que la hace “cosmética”: se te llena la boca hablando de ella, tiene la promesa del glamour. Otro asunto es que como es un sector con mucha precariedad, la promesa de estabilidad y público resulta seductora. El sintagma “ingenieros del alma humana” de Stalin es eficaz en tanto que usa la cursilería para enmascarar el sectarismo que abunda en la política cultural. Explica Dubravka Ugresic en uno de los textos de Gracias por no leer que el estalinismo supuso la profesionalización de un montón de escritores. No lo dice como algo necesariamente bueno.
El libro se ha convertido en objeto de merchandising, tanto como una camiseta, solo que da más empaque. Se lo ha creído hasta el presidente del gobierno, que ya va por la segunda entrega de esa especie de memorias en marcha dictadas o redactadas por otro, a la manera de las estrellas de cine. En el plan de acercar su figura a la de un héroe entraba la docuserie sobre el día a día de Moncloa, cuyas inconsistencias como documental explicó Josetxo Cerdán.
El asunto de la frivolización del libro es una minúscula rama del tema más grande: la instrumentalización de la cultura. En el epílogo de Federico Sánchez se despide de ustedes, escribe Jorge Semprún, que publicó el libro dos años después de haber sido cesado como ministro, después de una más que sólida trayectoria como escritor: “Alguien ha dicho, creo recordar que André Malraux, que un ministerio para los asuntos culturales es un lujo inútil si no se les puede dar a los ministros un presupuesto decente y tiempo para trabajar. Porque el tiempo de las reformas es largo, en este terreno; no se trata tanto solo de intervenir en la materialidad de los lugares y de los objetos, sino también en el espíritu de la sociedad: en los gustos, las creencias y los fantasmas colectivos”. El empeño ahora parece ser la intervención instrumentalizada, entre la cosmética y la propaganda.
*Bola extra: Mirando las nominaciones a mejor película en los Goya, jugué a unir candidatas con partidos políticos. Un amor es PSOE; 20.000 especies de abejas es Sumar; Saben aquell son todos los nacionalismos periféricos; La hermandad de la nieve es Vox y al PP no le queda otra que Cerrar los ojos, de Erice.