Esta entrada se iba a llamar “Lo bueno cuenta, pero hay que contarlo bien II”. La idea era hacer un análisis del discurso pronunciado por el presidente el sábado 2 de septiembre en Palacio Nacional. Pero después de escuchar, leer y releer ese discurso, y ver las reacciones al respecto, pensé que sería mejor hacer una reflexión más amplia de las razones por las que los informes de gobierno han perdido relevancia y efectividad como herramientas de persuasión política. Aquí propongo algunas ideas para el debate.
Porque llevamos treinta años con un modelo de comunicación gubernamental que ya caducó. Me refiero al modelo de “campaña permanente” que siguió con enorme disciplina el presidente Carlos Salinas y que consistía básicamente en concebir al mandatario como si fuera un candidato en campaña, recorriendo el país ante las cámaras, cargado de promesas y buenas noticias. Todos los días aparecía el presidente inaugurando, el presidente poniendo la primera piedra, el presidente cortando el listón, el presidente dando el banderazo de salida, el presidente anunciando la inversión. Esto iba acompañado de machacones anuncios en tele y radio en los que algunos ciudadanos/actores agradecían y otros cantaban (literalmente) loas al programa estrella del gobierno (Solidaridad). El modelo funcionó muy bien a finales de los ochenta porque estaba diseñado para un ecosistema de medios masivos limitado –televisión abierta, radio y prensa escrita– sobre los que el gobierno ejercía influencia y control. Ese ecosistema no tiene nada que ver con el universo de medios individualista, abierto, plural, competido cínico y agresivo de nuestros días, en el que la voz del gobierno es una entre muchas que compiten por la atención y la credibilidad de audiencias fragmentadas.
Porque la presencia mediática de los presidentes se ha devaluado. En aquellos días, quien quería enterarse de lo que hacía el presidente tenía que acudir a la tele, la radio o el periódico. Había forma de pasar un tiempo bastante saludable sin ver o escuchar al presidente, a menos que hubiera una emergencia o algún acontecimiento realmente grave. Hoy no. La televisión por cable primero y después el Internet y las redes sociales han vuelto omnipresentes al presidente y a los políticos de todos los partidos, de quienes podemos saber las 24 horas los 365 días del año. Más cuando alguien decidió que era buena idea regalarles millones de spots para torturarnos con sus ocurrencias día y noche. ¿Y qué pasa cuando hay sobreoferta de cualquier producto? Pierde atractivo y se abarata.
Por la falta de imaginación y variedad en los actos públicos de los presidentes. Bienvenida. Himno Nacional. Palabras del gobernador fulano. Palabras de la alcaldesa mengana. Palabras del secretario perengano. Palabras de agradecimiento de una beneficiaria. Discurso del Señor Presidente de los Estados Unidos Mexicanos. Despedida. Este es el molde de prácticamente todos los eventos presidenciales en México desde hace tres décadas. Si repites la dosis una, dos, tres y hasta más veces al día ¿qué cambia? La corbata del presidente y el letrero en el escenario detrás de él. El informe no es más que el mismo modelo de evento vertical, en el que el poder se habla a sí mismo, solo que “en grandote”. ¿Cuál es el atractivo de un evento así, cuando todos los días tenemos pequeños recitales de buenas noticias del gobierno y caras sonrientes de los políticos felicitándose a sí mismos por lo bien que hacen su trabajo?
Porque en esta administración se volvió a concebir al presidente como portavoz único del gobierno. Pensando que todo en el sexenio serían las reformas y los buenos resultados, decidieron desde el inicio que no habría vocero gubernamental más que el propio presidente. Y dados los problemas y crisis que ha vivido el gobierno –especialmente los que se ha autogenerado y empeorado con su propia comunicación–, sobre el presidente han recaído todos los negativos y malos humores. Un buen discurso requiere un mensajero confiable y creíble, pero el presidente ha quedado severamente limitado como portavoz de “lo bueno” de su propio gobierno.
Porque el discurso de EPN nunca buscó tender puentes de comunicación con las audiencias. El mensaje del Quinto Informe es “la suma de todos los miedos” de un discurso poco efectivo: largo, monótono, lleno de cifras sin contexto humano, cargado por completo al argumento racional, carente de argumentación emocional, inmune a la crítica y redactado como una sucesión de logros inconexos. Es un discurso que supone a una audiencia convencida ya de que “lo bueno cuenta y cuenta mucho”, por lo que no hay que hacer más que un recuento de “lo bueno” para que siga creyendo. Un discurso que no se atreve ni a agradecer ni a pedirle nada al ciudadano, porque “ni lo ve ni lo oye”. Desde luego, las tres ausencias más claras son las mismas que en estos cinco años: una narrativa atractiva con protagonistas y antagonistas; la autocrítica para demostrar que se escucha a la sociedad y se dialoga con ella; la rendición de cuentas por los errores y limitaciones; y una propuesta de solución a problemas graves, como la corrupción. Dato revelador: en un discurso de más de una hora, la palabra “corrupción” solo se mencionó una vez.
Porque los mexicanos seguimos atrapados en la fantasía del presidente todopoderoso y la política gubernamental mágica. Pocas cosas le hacen más daño a la democracia mexicana que la idea de que una sola persona puede resolverlo todo. Esa creencia nos tiene en una suerte de infancia permanente como ciudadanos, en la que cada seis años rogamos al cielo por un enviado iluminado que con su honestidad e inteligencia nos sacará de los problemas. Es cosa, decimos, de que el presidente no robe, invierta en educación y salud y apoye a los jóvenes, adultos mayores, mujeres, indígenas, personas con discapacidad, maestros, científicos, deportistas y así ad infinitum para que las cosas cambien. ¡Ah! Y ahora también tiene que ser simpático y hacer videos cool en Facebook, Twitter y Snapchat. No es así. Es verdad que el liderazgo importa y más el liderazgo ético. También hay de presidentes a presidentes. Pero México seguirá siendo un país subdesarrollado si no logramos separar el espectáculo de la política de la realidad del gobierno y de la política pública. Porque cuando el gobierno se vuelve el espectáculo de una sola persona… bueno, pregúntenle a Estados Unidos lo que pasa.
Especialista en discurso político y manejo de crisis.