Ucrania: la maldición geopolítica

Pocas naciones han pagado un precio tan alto como Ucrania lo ha hecho a causa de la geopolítica. 
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Ucrania no es la única nación que ha transitado por la historia cargando la geopolítica como una maldición que insiste en determinar su destino. Pero pocas han pagado un precio más alto. Corredor geográfico entre los combatientes, fue arrasada por los países en guerra entre 1914 y 1918 y por la cruenta guerra civil después del golpe de estado bolchevique. La naciente Unión Soviética absorbió a Ucrania. El nuevo régimen no podía darse el lujo de perder un territorio que, no sólo era la primera línea de defensa del país contra un nuevo ataque alemán, sino la sede de la única base naval soviética libre de hielo y con acceso al Mediterráneo en Sebastopol. En los años treinta, Ucrania tuvo que padecer a Stalin: más de 3 millones de ucranianos murieron durante la colectivización agrícola y 70,000 más desaparecieron en el Gulag.

Aún así, las planicies ucranianas son agrícolamente tan ricas que en 1940 producían el 90% de los alimentos de la Unión Soviética. Inevitablemente, Ucrania se convirtió en parte del infame “espacio vital” nazi. En los planes de Hitler cabían las tierras agrícolas de Ucrania (que serían repartidas entre los laboriosos alemanes), pero no sus habitantes, eslavos desechables. Y así trataron los alemanes a los ucranianos: entre 1941 y 1944 asesinaron a tres y medio millones, incluyendo a todos los judíos de Ucrania. Tres millones más perdieron la vida combatiendo. Ucrania languideció durante la posguerra hasta que la desaparición de la URSS le permitió declarar su independencia en 1991. Es una nación joven que, sin embargo, carga una larga historia, terrible y cruenta: la marca geopolítica de Caín.

Tal vez por eso, la violencia que vivió el país en los últimos días y la cauda de muertos que dejó fueron un espectáculo especialmente doloroso. Doblemente, porque los ucranianos han luchado desde 1991 por consolidar un país moderno: en 2004 escenificaron una admirable revuelta pacífica –la famosa “revolución naranja”– para acabar con el desgobierno de la rapaz nomeklatura postsoviética. 

Diez años después el país regresó al punto de partida de 2004, con los mismos políticos corruptos en el poder, pero en una situación económica mucho más delicada. Viktor Yanukovich, el presidente que abandonó Kiev, la capital, hace días, cometió dos errores que le costaron el poder. Cedió a las presiones económicas de su aliado ruso Vladimir Putin, que pretende sumar a Ucrania a lo que considera su esfera natural de influencia, y rechazó a fines de noviembre un acuerdo comercial y de asociación con la Unión Europea(UE) que apoyaba el 60% de sus gobernados. Los ucranianos salieron a la calle y convirtieron a Maidan, como llaman a la plaza de la Independencia en el corazón de Kiev, en Euromaidan. Esta vez, la revuelta no fue naranja sino acerada. Reunió a grupos dispares, sin líderes visibles y sin un proyecto consensual: el movimiento creció desde sus inicios bajo la sombra de la guerra civil. El Este del país –base de apoyo de Yanukovich– se ha inclinado por una alianza más cercana con Rusia; el Occidente –alrededor de la ciudad de Lviv– quiere a Ucrania dentro de Europa. Fueron ellos los que ocuparon Maidan.

Yanukovich olvidó que esos desacuerdos profundos no se resuelven por la fuerza y optó por la represión. A imagen y semejanza de su aliado ruso, envió iniciativas al Parlamento para incrementar sus poderes y encarcelar a quien se le diera la gana y ordenó a la policía reprimir a los manifestantes. Los grupos más radicales respondieron con la misma moneda y Ucrania se hundió en la violencia. 

Con la huida de Yanukovich se evaporó también la vigencia del acuerdo promovido por Francia, Alemania y Polonia hace unos días. Un acuerdo frágil e inestable que no hubiera resuelto gran cosa, porque muchos manifestantes lo rechazaron y Rusia se negó a firmarlo. Ucrania enfrenta un futuro cercano complejo e inestable: tendrá que construir un marco institucional moderno de la nada, en medio del vacío de poder y, más difícil aún, encontrar un líder visionario y honesto que tome las riendas del poder en las elecciones de mayo.

En cualquier escenario futuro, Ucrania puede tener la certeza de que el Kremlin recurrirá a cualquier cosa para mantener su dominio sobre el país: desde el poder blando de la propaganda(los medios rusos han trastocado la revuelta ucraniana y la han transformado en un “pogromo terrorista”) y el chantaje cultural, hasta medidas duras de presión económica de probada eficacia (cierre de fronteras a los productos ucranianos, congelación de paquetes de ayuda y, peor aún, reducción de las entregas de gas para paralizar a la economía ucraniana), o, en última instancia, la intervención armada. El gran enigma es que hará Europa, el único contrapeso que tiene Moscú en esta lucha geopolítica. Por justicia y responsabilidad histórica, la Unión Europea, con Alemania a la cabeza, tiene la obligación de apuntalar la economía de Ucrania,  abrirle las puertas de Europa y, tal vez, transformar finalmente la maldición geopolítica en una bendición para el país.

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Estudió Historia del Arte en la UIA y Relaciones Internacionales y Ciencia Política en El Colegio de México y la Universidad de Oxford, Inglaterra.


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